Solo tres años atrás, la industria del libro alcanzaba un pico histórico al producir casi 129 millones de ejemplares. El contraste con la actualidad no podía ser mayor, ya que según la Cámara Argentina del Libro (CAL) –que agrupa a cerca de 550 empresas, la mayoría pymes editoriales, librerías y distribuidoras–, el año pasado esa cifra bajó a la mitad, pues se produjeron poco más de 62 millones, cifra un 20 por ciento mayor a la de 1974, en tanto que comenzó a descender en un 5 por ciento la cantidad de lanzamientos.
Del mismo modo que en cualquier otra rama productiva nacional, el combo de caída del consumo interno por mayor desempleo y reducción de los salarios reales, junto a mayores costos derivados del alza de los servicios públicos y la devaluación, combinado con una mayor apertura importadora y la caída en un 50 por ciento de las compras públicas, tuvo como resultado una situación muy crítica para el sector. De hecho, durante el discurso inaugural de la última Feria del Libro, el titular de la Fundación “El Libro”, Martín Gremmelspacher, pronunció un duro discurso donde señaló que “la industria editorial está atravesando uno de los momentos más delicados” ya que en el último año se habían dejado de producir “veinte millones de ejemplares”, agregando que “la Argentina no cuenta con políticas públicas activas para proteger a la industria editorial”.
El gobierno de la Alianza Cambiemos, que llegó al poder prometiendo una mayor pluralidad de voces frente a las supuestas restricciones del anterior gobierno, exhibió no solo caídas en prácticamente la totalidad de las ramas industriales, sino también en la mayor industria cultural: la edición del libros. De acuerdo a la CAL –que junto con la Cámara de Papelerías, Librerías y Afines (Capla) lanzó la campaña “SOS Libro” para denunciar la caída de producción y ventas–, de 2002 a 2003 las novedades editoriales describieron un salto del 27 por ciento (de 9560 a 13.066 títulos), tras lo cual mantuvieron un crecimiento sostenido con excepción de una leve baja en 2012, hasta el año 2015, donde se editaron 28.966 títulos. Pero el año pasado, los lanzamientos cayeron un 5 por ciento para totalizar 27.700, y se espera una nueva baja este año, en cuyo primer trimestre las ventas bajaron 20 por ciento.
Por su parte, pese a sufrir diversos altibajos, la cantidad de ejemplares editados aumentaron de 33 a 82 millones entre 2003 y 2015, año en que descendieron un 35 por ciento con respecto al pico de 2014, al cual se le sumó otro fuerte descenso del 25 por ciento durante el primer año de la Alianza Cambiemos, para totalizar en 62 millones de volúmenes. Esta última cifra no difiere mucho a la de décadas atrás, pues de acuerdo al investigador Octavio Getino en su trabajo Las industrias culturales en la Argentina, los años de mayor edición durante el siglo pasado fueron 1953 y 1974, con 53 y 50 millones de ejemplares, respectivamente.
El nuevo modelo económico implantado en 2016, que provocó una suba en la desocupación junto a una caída del salario real, explica fundamentalmente la reducción del consumo interno y gran parte del retroceso en la industria editorial. A ello se suma que, de acuerdo a la CAL, en 2016 las importaciones de libros físicos se incrementaron un 94,8 por ciento, pasando de 40,3 millones de dólares en 2015 a 78,5 millones de dólares en 2016, es decir el mayor monto desde 2011.
De hecho, fue a partir de aquel año cuando el gobierno anterior inició una activa política para restringir la competencia importada, que consistió en requerimientos de Declaraciones Juradas Anticipadas de Importación (DJAI), autorizaciones de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), y medidas fitosanitarias de la Secretaría de Comercio Interior basadas en estándares internacionales ecológicos y sanitarios por la cantidad de plomo de las tintas. Esta última iniciativa varios medios buscaron presentarla como una “restricción a la libertad de expresión”. Todas esas medidas fueron dejadas de lado a partir de la actual gestión.
Mientras en 2011 sólo el 40 por ciento de los libros comercializados se imprimía en la Argentina, en 2015 se logró que más del 80 por ciento se produjera localmente. Paralelamente, la deficitaria balanza comercial del sector se redujo de 75 millones de dólares en 2011 a 13 millones en 2015. Pero junto a la apertura importadora y la caída de la producción local derivada de las políticas implementadas por el actual gobierno, ese déficit subió a 50 millones de dólares.
Al difícil cuadro que hoy enfrenta la industria editorial, se le suman conflictos habituales, como el oligopólico mercado del papel, que provoca que los precios de este insumo básico sean superiores al de la media internacional; la alta concentración entre las editoriales, ya que veinte firmas concentran alrededor del 80 por ciento del mercado y solo dos, Planeta y Penguin, más del 30 por ciento; y la difusión de obras en internet o los libros pirateados, que representan cerca del 10 por ciento de la oferta de libros.
A este cuadro, el gobierno respondió promocionando autores y títulos en ferias internacionales, concursos para subvencionar stands en la Feria del Libro y subsidios para capacitación de libreros. Es decir, nada que modifique el escenario económico que motivó la caída de la industria. “Si el consumo en supermercados cayó un 20 por ciento, ¿cómo no va a caer el libro? El libro necesita que la actividad económica esté funcionando porque no es un material de primera necesidad, pero si hay poder adquisitivo, empieza a levantar inmediatamente”, afirmó Gremmelspacher.