Graciela De Luca, directora de cine y docente, asegura que no cree en las casualidades sino más bien en las causalidades. Cuando apareció la idea para el proyecto que se estrenó la semana pasada en el Gaumont, Los que no quieren ver, ella estaba leyendo la novela de José Saramago, Ensayo sobre la ceguera. Su documental aborda la vida cotidiana de Natalia y Daniel –dos personas ciegas–, su historia de amor, sus expectativas, sus proyectos y dificultades. Este martes a las 19.30 tendrá una función accesible con audio descripción abierta a todo público en el Gaumont.
–¿Cuál fue el origen del proyecto?
–Primero conocí a Daniel jugando al fútbol y me impresionó muchísimo verlo en ese rol, me pareció una maravilla su destreza corporal. Después fui conociéndolo más y me atrajo su postura frente al mundo, cómo estaba parado ante la vida. A veces le decía: ‘¡Vos ves! No me digas que no’. Después la conocí a Nati y fue lo mismo, un ser increíble. La historia se fue complicando por la muerte del padre de Daniel y algunos problemas de salud que tuvo él.
–La película propone una observación muy cercana de su vida cotidiana. ¿Cuál fue el desafío del rodaje en tu rol de documentalista?
–Los rodajes con personas ciegas por lo general son mucho más lentos y extensos que los habituales. Este es un registro cotidiano muy cercano y respetuoso. Fue complejo desde los desplazamientos, yo no podía hacerles ningún tipo de gesto porque no me veían y, por supuesto, demanda un mayor cuidado porque se podían tropezar con una columna de luz o un cable. La experiencia fue muy amorosa y creo que ellos disfrutaron mucho el rodaje. Por otro lado, el hecho de no tener vista hizo que ese acercamiento no resultara inhibitorio, ellos podían accionar perfectamente.
El documental rompe por completo con el imaginario social de la persona ciega: en el film de De Luca no son mendigos pero tampoco superhéroes, el relato no es épico y mucho menos compasivo. Muy por el contrario, se enfoca en la dimensión cotidiana de la pareja: ambos trabajan, están integrados, lograron su independencia económica, hacen deporte y cuentan los numerosos proyectos que tienen por delante. Pero desde esa perspectiva se puede observar también –y sin necesidad de subrayados– la verdadera dimensión de esos actos cotidianos: preparar un mate, abrir una app en el celular o recorrer la ciudad pueden transformarse en pequeñas proezas de todos los días.
“Ellos me deslumbraron porque rompieron con el estereotipo que yo tenía en mi cabeza. Me parecieron macanudísimos y entendí que tenía que contar esa historia porque había ahí dos personas singulares. El título juega un poco con las referencias de Saramago a aquellos ciegos que viendo no ven, esos que en realidad somos nosotros”. En un momento, la directora les pregunta a ambos qué harían si mañana estuviera la posibilidad de una cirugía para poder ver y los dos dicen que no es una de sus prioridades: “No quiero entrar en una romantización de la ceguera porque no se trata de eso, pero ellos dicen que ya tienen sus vidas armadas, su mundo, sus contactos, sus afectos”. Otra de las preguntas fue qué elegirían ver si pudieran ver, y en los dos casos respondieron que los rostros de sus seres más queridos: sus hijos, sus padres, sus amores.
De Luca asegura que la película en todo momento quiso ser un canto a la vida y nunca hubiera querido tener que contar la muerte de Daniel, pero los documentales toman como materia prima la realidad y, más de una vez, no es como la imaginamos. El final es triste pero no trágico porque la vida de Daniel demuestra todo lo que se puede hacer más allá de las discapacidades y también hace foco en un aspecto importante para cualquier persona: el amor. “Mucha gente que ve de pronto no lo tiene al nivel que lo tienen ellos”, afirma la directora.
–Desde los aspectos formales hay un juego permanente con los grados de nitidez de la imagen, algo que de alguna manera acerca al espectador a la experiencia de no ver o ver menos. ¿Cuáles fueron los criterios?
–Siempre busqué un límite estético para que lo que veas sea bello, porque ciertos planos pueden resultar chocantes. Acá intenté que eso no sucediera, hice muchas tomas, pruebas y cortes. El proyecto me llevó un poco más de cinco años. Desde lo formal jugué con planos cortos y focos muy jugados, usé unas lentes especiales que se llaman Rokinon para poder hacer muchos bokeh y fuera de foco, generé imágenes no definidas, granuladas, con colores y texturas. Jugué mucho con esto de “ver y no ver” en función de la nitidez. Y fue fundamental el refuerzo del campo sonoro. En cualquier película es el 50% pero acá es más porque ellos generan una agudeza auditiva mayor y es sumamente importante, al igual que el tacto. Con el oído, por ejemplo, Natalia se da cuenta si el aceite está hirviendo o si se está llenando el termo.
La función del martes fue una iniciativa que surgió de la gran demanda. En el estreno hubo 25 personas ciegas escuchando la audio descripción a través de un transmisor y también un intérprete en lengua de señas y subtitulado al castellano para personas hipoacúsicas. “Eso es lo ideal pero es muy costoso, yo logré un sponsoreo después de bastante trabajo. Quedó mucha gente afuera y es una deuda, entonces decidimos que la función del martes sea totalmente con audio descripción, es decir, saldrá por los parlantes del cine. La propuesta es que los normovisuales podamos entrar al mundo de ellos”, explica De Luca.
–En algún momento Natalia dice: “vemos las cosas de otra manera, con más profundidad”. ¿Cuál es para vos el rol del cine en el tratamiento de estos temas y qué importancia tiene a la hora de desterrar esos imaginarios de los que hablábamos antes?
–En todos los documentales y cortos que vengo haciendo suelo trabajar con grupos minoritarios y colectivos porque creo en el poder transformador del cine. Es necesario producir contenidos que puedan interpelarnos y sensibilizarnos como sociedad. Yo trabajo en educación, pero creo mucho más en el poder del cine, la imagen, las series y los programas porque, en algún punto, encuentro que la escuela está algo desfasada con respecto a la realidad. Hay que apuntar a la producción de contenidos que puedan transformar la sociedad para lograr que sea más empática e inclusiva. Creo que somos bastante intolerantes, no sólo con respecto a la discapacidad sino a lo distinto en general y a los grupos minoritarios.
* La función accesible de Los que no quieren ver será este martes a las 19.30 en la Sala 2 del Gaumont (Av. Rivadavia 1635) con la participación del programa Cine Inclusión del INCAA. Luego de la proyección habrá una charla debate.