• Fito Páez fue a grabar a Buenos Aires el disco emblemático Tiempos difíciles siendo aún menor de edad. Cuando estaba en plena labor de estudio, un productor grandulón y afecto al chiste le comunicó que en su calidad de adolescente tenía que tener un permiso especial del encargado, padre o tutor para ejercer el papel de músico. Recibió la noticia con una seriedad extrema porque el tiempo apremiaba, no había cómo pedir el documento y era ya un animal inocente y sin malicia. Detuvieron la broma porque Fito, un chico gigante que conducía las riendas de ese caballo rosarino, casi se larga a llorar.
     
  • Le sucedió a dos integrantes de la Trova cuando tocaban juntos. La cita era un show en City Bell, antes de llegar a La Plata. El lugar, por lo que les había sido descripto, era un rancho o Ranch. "No se pueden perder, se ve desde todos lados". Efectivamente, hacia allí fueron ambos músicos, y al ver un cartel de neón que rezaba "Ranch X" se detuvieron apresuradamente pues llevaban una hora de retraso. Entraron y sin probar sonido se subieron al escenario y empezaron. Los sorprendió la gente inusual como público que había: gente mayor, señores con sus esposas, chicos, grandes mesas llenas de comida y bebida. Tocaron un tema ‑Beatles‑ el primero, y nada. Spinetta, el segundo. Silencio. Murmullos. Y por la mitad del tercero -creo que Mirta, de regreso- uno de la mesa, un tipo de claro acento siciliano les gritó que querían ya alguna canción en "su" idioma. ‑!Déquense de codere, eh! Ambos músicos, con su histrionismo y atendiendo los caprichos de la concurrencia, empezaron con alguna cosa en un italiano chapucero. Hubo cero aplausos. Estaban por empezar el cuarto tema cuando una moza se acerca y despaciosamente les dice que llegaron los músicos que debían tocar "acá" dijo, y señaló el estrado. Eran troveros peninsulares. Se festejaba una reunión de esa agrupación y habían llegado más tarde que los de la Trova. Al lado, tapado por una fronda y el cartel del "Ranch, Top" estaba el otro sitio en donde ya algunos parroquianos fanas de los rosarinos empezaban a putear por la tardanza. Se despidieron en cocoliche tano y se fueron, urgidos por el otro show, ahí cerca, a diez metros de la frontera entre ambos países.
     
  • Ambos músicos habían ido a Bariloche por 15 días de labor incierta y terminaron quedándose dos meses debido a que no había nadie tocando y porque los requerían, ya sea para música de fondo de desfile de modas como para un cumpleaños. El sonido era tan horrible que una dama se acercó a uno de ellos y le dijo: ‑Cantás bien, lástima que en inglés! Y habían estado tocando todos los temas conocidos de la Trova!

    Es sabido que en Bariloche la mayoría de los hoteles y sitios típicos conservan la raíz indígena. A ellos les tocó el Hotel Tito, a la vuelta de la Catedral, con una única entrada que comunicaba abiertamente con una sala mortuoria. La administradora del sucucho era una gorda estrafalaria, con rouge rojo violento y pintura en los ojos de color verde loro. Además, era pitonisa y tiraba las cartas. ‑No quiero mujeres acá, ¿está claro?

    Uno de ellos tenía escondida, esperando abajo, a una andinista varada para hacerla entrar. El otro, ingenioso, solo le preguntó el nombre a la madama y el signo; le hizo saber que por ser de Libra era un ser magnético y muy espiritual. Ella accedió a los cumplidos, pero volvió a advertir: ‑Todo bien con ustedes, pero nada de chiruzas acá, ¿está claro? El otro contestó: -Señora, ¿cómo se le ocurre?, yo soy muy hombrecito y quiero estar solo, pero él ‑señaló a su amigo‑ es maricón, ¿sabe? ‑Ah, bueno -respiró aliviada ella- Yo... yo también tengo un hijo con ese problemita, ¿saben?. Y el músico engatusador se sentó a tomar mates con la bruja mientras el otro hacía entrar de canuto a la chica vagabunda para que se pegue un baño y tenga una cama limpia. Esa noche, al bajar, se tropezaron en la vereda con un tipo que pasó muy cerca de ellos cargando una cruz para depositarla en pleno velorio, a los pies del difunto. Se rieron. A la noche siguiente, el músico "entrador" la invitó al show en la idea de que no iría. ‑Ay, veré que hago -dijo coqueteando. Y a la noche se apareció en el show con su hijo, muy femenino, para que se integre al grupo de viajeros bohemios que ella estaba alojando en su Hotel Tito. Si hasta le echó el ojo al otro ‑el falso homo‑ y le pidió, por lo bajo, con delicadeza una cita: ‑Esta noche, cuando mamá visite en su habitación a tu amigo, vos te venís a la mía, ¿te parece?. Pidieron cambio de hotel.Y les tocó uno peor.
     
  • Era Navidad del año 1982 y las giras se sucedían a vertiginosidad imparable. Llegaron los fríos, la primavera, y seguían en ruta. A uno de ellos la Navidad lo sorprendió en su módico departamentito alquilado junto a su novia, abriendo un pan dulce y brindando con agua fría: nunca había dinero para ellos, nunca alcanzaba la paga y la producción se llevaba todos los morlacos. Por aquello que dijera Charly sabiamente, "el asiento de los autos de los productores está tapizado con piel de músico". Los "tiempos difíciles" siempre eran para los peones, nunca para los reyes. ‑Feliz Navidad...que no es esta, dijo el músico con amargura a su mujer. Y se fueron a dormir mientras la ciudad atronaba con sus petardos.
     
  • Fue en dictadura y a un músico de la Trova se le fue requerido en una esquina su documento, envuelto en un operativo que circunscribía solo a los pelilargos y a los sospechosos. Como no había nadie que reuniera esas características, solo él, que andaba apurado por llegar tarde al ensayo fue, detenido. -Contra la pared. Fue revisado, y su carterita de cuero que llevaba al hombro como morral, incautada con el grabador dentro. El la reclamó. Un morocho flaco, cara de insecto, se le acercó: ‑¿Qué te pasa, hijo de puta? ¿Qué querés? Y lo metió de un empujón en el consabido Falcon verde. Fueron a la comisaría donde el jefe lo retuvo en una larga charla acerca de la familia, las actividades subversivas, Dios y el bien común. A las dos horas le dijeron que podía irse. El pidió el grabador. El morochón, por lo bajo, le ordenó que se fuera. ‑El siguió reclamando. Entonces, como un caballero antiguo, un buen samurai, surgió de la penumbra espectral un gordito canoso quien le dio el grabador en mano con el casette de su música dentro. Lo acompañó hasta la salida, poniéndole la mano en el hombro: ‑Este es un boludo... yo escuché la música... Decime ¿Es creación propia esa? Es muy lindo lo que grabaste. Decime, ¿no das clases?. El se quedó mirándolo aún con las piernas temblando. Siempre un melómano salva vidas. La música cura.
     
  • Afuera pastaba en la vereda el caballo del pescadero. Ella, como una infanta crecida dentro de su cárcel de pasillo en sombras, se peinaba el cabello mientras oía música de radio: todo el día sin hacer nada, todo el día esperando a quien no tardaba en venir. Música religiosa o cumbia, cantadas en un español de Centroamérica, rico y pretencioso. Él jugaba  a la pelota y la espiaba. Ocasionalmente, ella saludaba como quien sonríe ante la candidez de un perrito suelto; él, serio, con el ceño adusto. Cuando ella salía hacia un mandado, lo hacía ralentando el paso, con su blusa, donde se adivinaban sus turgencias. Él portaba sus necesidades y su timidez. Ella tenía un novio que la visitaba en algunas noches y se quedaba haciendo puerta hasta la medianoche; no tenía permitido apartarse un milímetro del mármol de la entrada. Se veían sus borcegos bajo el gabán colimba que pronto sería llamado a Malvinas, y ella se quedaría oyendo los partes donde Argentina iba siempre ganando tres a cero sobre los ingleses y les llegaban chocolates y abrigo y gordos, esperando a los gurkas hasta que en una noche ella dejó la ventanita de celosías entreabierta y él la pudo espiar cambiándose y ella, advertida y cubriéndose con una toalla fue hasta la cortina para bajarla. Extrañamente, le sonreía. Luego, otra noche ella estaba en la vereda oyendo el parte por la radio y lo llamó para que escuchara: ‑!Desembarcaron y les estamos dando pelea! Dijo "estamos" como si incluyera a su novio, a la patria, a él mismo. Sonaba Era en abril, un tema tristísimo, y él, con su hombro mientras se agachaba para oír el flash por el aparato, le rozó los pezones, duros bajo la tela blanca de almidón y ella sonrió aunque le estaban bajando por los ojos lagrimones negros que eran los primeros que él veía de tan, tan cerca.
     

[email protected]