PáginaI12 En Francia
Desde París
Es poco común que una democracia occidental históricamente constituida termine en un partido único. Esa realidad excepcional se plasmará en Francia este domingo si la segunda vuelta de las elecciones legislativas de repite el resultado de la primera. El partido presidencial de Emmanuel Macron, creado hace apenas poco más de un año, podría obtener entre 390 y 470 diputados del total de 577. Las oposiciones, es decir, los socialistas, la derecha, la extrema derecha, la izquierda radical, el centro, los comunistas y los ecologistas se quedarían con apenas 100. La dinámica de la elección presidencial de abril y mayo pasado y el hartazgo ante las alternancias entre socialistas y conservadores sigue beneficiando a la narrativa fundacional de Macron y su bandera “ni de izquierda ni de derecha”. La situación es tanto más inédita cuanto que el macronismo funcionó como una fuerza centrífuga que aspiró a todas las demás fuerzas políticas. La derecha y los socialistas acusan hoy al presidente de “absolutismo”, de concentración de todos los poderes. Según ambos, la situación actual con un partido que lo acapara todo, lo hace correr un riesgo a la democracia.
Los dos partidos de gobierno sólo tendrán unas migajas. La peor situación la viven los socialistas que estaban en el poder hasta mayo. Con apenas un 7, 44 por ciento en la primera vuelta, el PS está en el umbral de la evaporación. Las previsiones calculan que este domingo el PS podría perder 264 diputados. La primera vuelta dejó un impresionante tendal de candidatos socialistas derrotados, incluso ministros del gobierno saliente, figuras históricas y hasta el mismo Primer Secretario del PS, Jean-Christophe Cambadélis. La rosa socialista se marchita a una velocidad de nuevas tecnologías. La República en Marcha de Macron se llevó a sus arcas casi todo el caudal de los votos socialistas. Golpeados hasta lo más profundos por este asalto electoral y la imposibilidad de la dirigencia socialista de mantener su partido en pie, los militantes cuentan aún con el milagro de la movilización de los abstencionistas, que fueron muchos el domingo pasado:51,29 por ciento del electorado no se desplazó a votar. Sin embargo, los testimonios de los candidatos derrotados en la primera vuelta dejan pocas esperanzas. Muchos contaron cómo los beneficios del pasado se volvieron contra ellos. La etiqueta “socialista” enterró sus candidaturas en vez de levantarlas. La sensación de que el mandato del presidente François Hollande fue una aplicada traición a los ideales de las izquierda se tradujo en el terreno en una de las mayores sanciones electorales que el socialismo francés haya sufrido en su larga historia. El fin de ciclo es hoy una perspectiva tangible perfectamente cifrada en la propia movilización que ha suscitado el PS en los últimos 10 años. Entre 2007 y 2017, el Partido Socialista pasó de contar con 256.000 adherentes a tener 120.000. El PS era el partido que defendía los servicios públicos, a los trabajadores, el partido que se definía como el eje de la transformación social. Su inclinación al liberalismo social terminó siendo su sentencia de muerte. La agonía del socialismo francés ha sido imparable. Salvo las presidenciales de 2012 y las legislativas que le siguieron, el PS dilapidó todo su fuerza electoral. Entre 2014 y 2017 perdió las elecciones municipales, las europeas, las senatoriales, las departamentales, las regionales, las presidenciales y ahora las legislativas. Los militantes tienen fe en que entre el liberalismo presidencial de Emmanuel Macron y la izquierda radical de Jean Luc Mélenchon aún queda un espacio para refundar la socialdemocracia después de los años de François Hollande y su último Primer Ministro, Manuel Valls. El problema radica precisamente en esas dos propuestas: el macronismo se lleva a los reformistas del PS y Mélenchon al ala izquierda. Sólo queda un esqueleto. El PS ha dejado de ser la línea que estructuraba la vida política del país para convertirse en un partido zombi.
El problema, sin embargo, no es sólo político, sino, sobre todo, económico. La perdida de centenas de diputados equivale también a perder los millones de euros que aporta el Estado y que permiten el funcionamiento de los partidos. El PS está arruinado políticamente y en la más cruel de las bancarrotas financieras. El resultado de las elecciones legislativas es la variable que le sirve al Estado para calcular el monto del financiamiento público de los partidos. Si los porcentajes del PS son idénticos a los del domingo pasado, el partido de Jean Jaurés perderá unos 17 millones de euros. La mitad de sus recursos provienen precisamente de los aportes estatales. De los 284 diputados con que contaba en la Asamblea saliente, el PS apenas conservará entre 15 y 40. En porcentajes, el socialismo pasará del 29,35 por ciento de 2012 a un esquelético 7,44. En votos la caída es escalofriante:7,9 millones hace 5 años, 1,6 millones de votos hace una semana. Francia se dirige derecho hacia un poder único donde la oposición, en la Asamblea, tendrá un desempeño marginal: ni la social democracia, ni la izquierda radical, ni la derecha o la extrema derecha estarán en condiciones de pesar en la vida política del país durante los próximos cinco años. Emmanuel Macron derribó las estructuras políticas de Francia construidas desde principios del siglo pasado. Una suerte de horror democrático se apoderó de los electores y eso los llevó a escapar de todas las ofertas que llevaban el sello de los partidos del pasado. A cambio surgió une suerte de nueva monarquía democrática que se fue levantando sobre las ruinas de las decepciones acumuladas.