Frida, se llama, sin más, el nuevo libro del francés Benjamin Lacombe, un ilustrador cuyo trabajo ya es una marca reconocida en el mundo, y que cosecha entusiastas fans, como pudo verificarse en su visita a la última Feria del Libro. Su estilo, con un trazo plástico de gran belleza, en el que subyace siempre algo de enigmático, inquietante, pleno de detalles y sutilezas, asombra. Vuelve a asombrar ya en la tapa de Frida, una lujosa edición de Edelvives, de gran tamaño y tapa cubierta en tela. Desde allí Frida mira. Esa mirada parece atravesar al lector, y al mundo. Es la mirada que ya se conoce en tantas obras de Frida Kahlo, pero esta vez pasada por la mirada de Lacombe. El libro tiene textos de Sébastien Perez, con quien Lacombe ya ha compartido otros reconocidos trabajos como Ruiseñor o Genealogía de una bruja. Con Frida el dúo francés vuelve a impactar con su mirada, que esta vez cita y redescubre la mirada de la gran artista mexicana.
Hay otra particularidad inquietante en este libro ilustrado. Una vez que se empiezan a pasar las páginas, con la técnica del troquelado y sumando y quitando elementos, lo que surge es una verdadera vivisección de Frida Kahlo. De su obra y de su cuerpo, que ella también volvió obra. Al punto que la presentación francesa de este libro se propuso no en un museo de arte… sino en uno de medicina: el Museo de Anatomía de París. Allí, entre aparejos médicos históricos, viejos corsets y material instrumental de otra época de la ciencia, hay citas concretas, asegura el francés, a buena parte de la vida que le tocó vivir a Frida Kahlo, desde el accidente que sufrió a los 18 años y todas las intervenciones de columna fallidas, hasta el modo en que la artista volvió obra estas vivencias.
Lacombe transmite un entusiasmo contagioso al hablar del modo en que fue avanzando sobre este trabajo que, cuenta, tuvo unos diez años en mente antes de poder concretar. Mientras habla muestra en su computadora portátil reproducciones de la obra de Frida Kahlo, fotos de la Casa Azul, el actual museo en donde la artista vivió y murió, comparaciones con las alusiones que resuelve en sus propios dibujos. Se vuelve a entusiasmar mientras da detalles de lo que quiso que se fuera descubriendo u ocultando, como en capas. Así, en capas de sentido, concluye el francés que se llega a la obra de Frida Kahlo, en todas sus complejas dimensiones.
Los textos son muy biográficos, y a la vez logran quedar siempre cerca de la obra. El accidente, la tierra, la fauna, el amor, la muerte, la maternidad, la columna rota, la posteridad, son los ejes conceptuales con los que Lacombe y Perez presentan Una Frida, como acierta en presentar esta obra el ilustrador, en el rico texto final en que despeja varias cuestiones técnicas desarrolladas en el libro. Así, en un juego constante de troqueles, recortes y citas, pero sobre todo desde su propia obra y su propia mirada, Lacombe presenta junto a Perez esta Frida, la que ellos reconstruyen.
–¿Cómo apareció la idea de Frida?
Benjamin Lacombe: –Primero con su obra, que siempre me fascinó y conmovió. Desde hace mucho tiempo. De hecho, recuerdo tener doce años y quedarme horas mirando una postal. Años después, cuando estudié Historia del Arte, aprendí más sobre su obra, y quedé más fascinado aún. Es lo que pasa con Frida: cuando más la conocemos, más nos adentramos en la profundidad de su arte y su personalidad, más fascinante resulta su obra. Y también la elegí porque me parece que es muy representativa de lo que puede hacer un artista que se dedica plenamente al arte. El arte fue para ella un modo de resiliencia, de superar todos los obstáculos de la vida, y fueron muchos: tuvo polio cuando era niña, tuvo ese accidente terrible, y de todo eso hizo obra. Hasta de su propio cuerpo, completamente destrozado.
Sébastien Perez: –Yo en cambio no la conocía muy bien, la conocía como la conocemos en Francia: el personaje y la obra, pero de una manera muy superficial. Los franceses la terminan percibiendo como una artista egocéntrica, que se la pasaba haciéndose autorretratos, y eso es todo. Y es un poco la visión que yo tenía de ella. Benjamin me hace la propuesta de trabajar sobre Frida cuando visitamos en la casa de ella en México, la Casa Azul. Habíamos ido en una gira de presentaciones de la editorial, hace dos años. Estando en esa casa donde ella vivió y murió, sentí a esa mujer y me gusta decir que la conocí primero por dentro: su interior, su mundo íntimo, fue el primer contacto que tuve con ella. Y entonces Benjamin me dijo: guarda bien todo en tu mente y en tu corazón, porque vas a hacer un libro sobre ella… ¡Así me enteré! (risas).
B. L.: –Es que yo ya tenía el proyecto en mente y aproveché para hacer una suerte de peregrinaje. Fuimos a Casa Azul, a Coyoacán… Sébastien todavía no sabía nada, es verdad… Creí que la mejor manera de explicarle el proyecto, era hacérselo vivir. No me equivoqué.
–Y de la Casa Azul en adelante, ¿cómo trabajó?
S. P.: –Hice todo un trabajo de investigación y análisis para tratar de entender su obra y las influencias que tuvo, muchas, de la maya a la griega. Pero lo que más me permitió acceder a quién era Frida, fueron sus cartas. Ella escribió muchísimas cartas, desde muy joven, a sus amigos, a sus familiares, a sus médicos, a Diego. Fue así que pude entender quién era ella, y también me pude identificar. Pude terminar sintiéndola.
–Para un artista plástico debe ser difícil trabajar sobre “la” artista plástica…
B. L.: –¡Claro! En este libro hay composiciones que son completamente personales, aunque inspiradas en Frida y en sus obras son referencias, y eso para mí es más sencillo. Pero desde luego no podía obviar su obra, tenía que hablar de ella, y esa parte es la más difícil. Lo que hice en algunos casos fue partir de su obra, agregando o sacando algunos elementos para tener una interpretación mía. En Raíces, de 1943, por ejemplo, yo saqué el personaje de Diego, porque lo que me interesaba era la relación de ella con la tierra, con la muerte, las raíces. Una mujer que se nutre de la tierra madre y que echa raíces hacia la tierra. Se pinta tirada en un desierto y su cuerpo se confunde con la superficie. Las raíces atraviesas su vientre y extraen de él la fuente de la vida. En su postura, en el color naranja de su ropa, hay referencias múltiples: al budismo, al taoísmo… Uno puede encontrar más y más significaciones. Reinterpretando la obra, yo elijo resaltar algunas y dejo de lado otras.
–Hay una cita muy literal, de El venado herido. Esa obra la reproduce tal cual, pero en su estilo. ¿Por qué?
B. L.: –En este caso me tuve que quedar extremadamente cerca del original, porque no había forma de sacar ni agregar ningún elemento. La composición está muy bien estructurada, de forma tal que todo funciona con el nueve: nueve arboles, nueve cuernos, nueve fechas, nueve ramas… Si sacaba un elemento se desmoronaba todo, el árbol de atrás, la tormenta, el mar calmo… todo tenía sentido y nada se podía trastocar sin que perdiese sentido la obra. Otra vez, se ven referencias diversas. Frida toma La Eneida, de Virgilio, y la historia de Dido, reina de Cartago, que caga transformada en un ciervo herido. Pintó este cuadro tras su enésima operación infructuosa de columna, como regalo a unos amigos. Todos los elementos de la composición refuerzan la idea de la esperanza del renacimiento a través de la curación, o de la muerte.
–Otra característica del libro es que a través del troquelado va presentando las obras en capas, sumando y quitando elementos. ¿Por qué eligió esa técnica?
B. L.: –Esas capas intentan ir presentando quién era Frida, pero también cómo funcionaba su obra: justamente con la lógica de capas o niveles: en la primera está lo exótico, el color, lo llamativo. A la segunda capa uno la empieza a entender cuando conoce un poco quién era Frida, cómo era su vida, y ahí se da cuenta que no se trata de una obra “gentil”. Finalmente, hay una tercera lectura que aparece al descubrir en su obra tantas referencias culturales riquísimas, desde la azteca y la maya hasta el sintoísmo o la greco latina, todos esos elementos que ella convoca están presentes de una forma muy inteligente en el marco de su obra. Cuando podemos entender que las tres capas funcionan juntas, accedemos a una nueva visión de su pintura, una visión en tres dimensiones donde podemos tomar conciencia de lo profunda que era la obra de Frida Khalo.
–En esta idea de capas lo anatómico, los órganos, las ramificaciones venosas, también están muy presentes…
B. L.: –Como en la obra de Firda. Para hablar de “El amor”, por ejemplo, tomé su cuadro que se llama así, guardando esta idea original donde ella tiene a Diego pintado en la frente, como omnipresente en ella. Pero hice una composición diferente, donde el sistema de troquel vuelve a poner luego en el centro el sistema venoso, con esas ramificaciones que ella también usaba. Y así las “capas” de la composición van contando una historia: que Diego está omnipresente en su mente, pero también que ella está dividida, por un lado es la mujer que Diego quisiera que fuera, la tradicional; por otro, la mujer moderna que ella quisiera ser; y en el medio su corazón tambalea. Descubrimos en la última etapa que quien detiene en sus manos su corazón, es Diego Rivera.
–¿Desde esta misma idea presentó su libro en un museo de anatomía?
B. L.: –Sí. Estuve queriendo hacer esto por diez años y finalmente cuando estuve ahí, dije: esta es la idea. Quiero ir adentro de ella, adentro de su cuerpo, ese cuerpo tan intervenido, con tantas operaciones, tan traspasado. Quise ir adentro, y también atrás, a la recnstrucción. Entonces, cuando hicimos la presentación en París, elegimos el Museo de Anatomía, de medicina, para ir atrás de nuevo. Porque toda esa historia que guarda ese museo, los corsets, los instrumentos médicos y anatómicos, eran parte de la vida diaria de Frida, le era muy cercana. Le era cercana la ciencia médica: ella quiso ser doctora para ayudar a la gente, de hecho se dirigía a la Facultad de Medicina cuando tuvo el accidente que la marcó de por vida, a los 18 años. Y finalmente se abrió a la medicina con su propio cuerpo, prestándolo para todas esas intervenciones médicas.
–Con este y otros libros han sido reconocidos por fuera de la literatura, tienen fans. ¿Qué creen que tienen sus obras?
S. P.: –¡No podría decirlo, a mí también me sorprende! La gente nos dice cosas muy lindas, nos ve por la calle y se quiere sacar fotos… ¡Y nosotros hacemos libros! Es lindo ver que hay gente que nos sigue y a la que le gusta nuestra forma de trabajar, es conmovedor.
B. L.: –Tampoco yo puedo decir por qué gustan nuestros libros, pero sí sé por qué no gustan. Porque nuestros libros funcionan solo en algunos lugares: en Francia, Alemania, Italia, América latina, Rusia... En Estados Unidos e Inglaterra, no. En estados Unidos tal vez puede funcionar algo para adultos, pero no para niños, seguramente no. Y eso es porque el formato que allí aceptan es más colorinche, con finales positivos, el happy end. De hecho, más de una vez me han pedido que cambiara el final para poder sacar una versión norteamericana. Con Los amantes mariposa, por ejemplo. Les contesté que entonces querían otro libro. Les gusta otro tipo de libros, o mejor dicho, han formado otro gusto en los niños. En Inglaterra es lo mismo: a ellos les gustan Beatrice Potter y Quentin Blake. Todos los libros que se publican allí, siguen el estilo de Blake, tan simpático, cómico y ligero, o el de Potter, bonito, cute. Esos son los únicos libros que pueden pensarse allí para sus niños. Sin embargo en el mundo hay tantos libros, como niños. Por suerte.