Si hubiese una suerte de cumbre global de personajes surgidos de las series más representativas de cada nación habría tres muy reconocibles para cualquiera: el detective nórdico conflictuado, el amante turco y el espía israelita. False Flag, que ya se puede ver por la plataforma digital premium de FOX, cuadra perfecto en el combo de espionaje desde Medio Oriente y que tuvo a  Mosad y a Hatufim –que sirvió para la adaptación de Homeland– como antecesoras y trampolín para su exportación. Sus ocho episodios fueron un éxito de audiencia en su país, la producción se presentó por varios festivales –como el Séries Mania francés donde fue ganadora del público– y resultó la primera entrega de habla no inglesa adquirida por FOX para su distribución internacional.

Se trata de una nueva incursión en el mundo del espionaje y la seguridad interna del Estado israelí. Asuntos internacionales y nacionales se mezclan con historias individuales debido a la importancia geopolítica estratégica –por no decir siempre en alerta– de este país. La vuelta de tuerca es que aquí se presenta a cinco ciudadanos comunes acusados de operar para el Mosad. Cada uno cuenta con una fachada. La de Ben es la de ser un químico; está la de Natalie, novia a punto de casarse; Asia trabaja como maestra jardinera; Sean es un hippie trotamundos y Emma una maestra de inglés para chicos de familias ricas. Además poseen doble nacionalidad, lo que vuelve al caso más complejo y picante. La premisa, sobre descubrir si son unos buenos vecinos o Zohan encubiertos, abre otra pregunta inquietante: ¿pueden los civiles estar completamente ajenos a los acontecimientos que afectan a sus países? Y la respuesta de False Flag es no.

Todo comienza con el secuestro de un ministro iraní en un hotel de Moscú y que las autoridades rusas describen como un operativo del servicio secreto israelí. En los noticieros aparecen sin cesar sus rostros y nombres, puntapié para que cada uno tenga su ruleta rusa personal. “Acá llegó James Bond. El comandante. El griego”, lo chicanean a Ben en su trabajo, un israelí tan responsable que le enseña a su hijo que hace el servicio militar como armar un rifle. Una de las chicas, por el contrario, empieza a disfrutar de su repentina celebridad y posa con las esposas para las cámaras. Por más ordinaria que parezca su vida, la noticia será una caja de Pandora que destapará chanchullos que querían ocultar para seguir con su cotidianeidad.  

El título de False Flag (bandera falsa) alude a las operaciones militares o de inteligencia llevadas a cabo con el objetivo de que le sean adjudicadas a una entidad que no la cometió. Ahí otro punto atractivo. La agencia de seguridad interna, Shin Bet, intenta dilucidar si se trata de una trampa con cinco inocentes o si el incidente viene a revelar cosas que se les habían pasado por alto. Otra cuestión que sobrevuela es el avasallamiento de la privacidad y los derechos individuales de los habitantes de un país en pos de su defensa. Más allá del carácter ficcional, la serie se basa libremente en la operación que se llevó a cabo en 2010 en un hotel de Dubai contra el comandante militar de Hamas, Mahmoud al Mabhouh, donde el Mosad fue señalado como responsable de su muerte. Sus creadores, Amit Cohen y María Feldman, apuntaron que su interés es que el espectador, al igual que los protagonistas, nunca sepan bien qué es lo que está sucediendo. Destacaron a Homeland y The Americans como referencias que elevaron el género de espionaje de la tevé actual, pero apuntaron que el foco, en este caso, es el de apuntar sobre personas comunes y corrientes.

Si bien sus episodios calibran suspenso con algún que otro alivio cómico y una envidiable pericia técnica, el hincapié de False Flag  está puesto sobre los cinco sujetos que logran generar mayor o menor empatía, con sus secretos, relaciones y dobles sospechas. Como dice en algún momento uno los imputados, consciente de que está marcado y de que va a tener que pensar una buena estrategia de defensa: “¿A quién voy a denunciar? ¿Al Mosad?”.