“Yo soy hija del rock, adoro el rock. Yo soy hija de Elvis Presley y de Bill Haley, no puedo evitarlo. Cuando veo saltar por el escenario a Mick Jagger, me parece un abuelete intentando mostrar que está muy bien. Es como si ahora me pusiera unas trencitas; sería absurdo porque no es mi tiempo”. La “hija del rock” no se dedica a la música, aunque de niña imaginó que podría convertirse en estrella de cine, una suerte de Ginger Rogers a la española. Beatriz de Moura, una de las editoras más destacadas en lengua española desde que creó en 1969 la editorial Tusquets en Barcelona, ya no tiene el corte carré por los hombros. Ahora, a los 78 años, usa el pelo bien cortito, que le acentúa su incorruptible curiosidad, y no se priva de disfrutar de una caipiriña, “una de las mejores” –aclara–, que suele tomar en este hotel del barrio de Recoleta cada vez que viene a Buenos Aires. Muchos lectores se educaron sentimentalmente con el catálogo que esta dama de la edición inició con apenas 1.100 dólares, cuando publicó el primer libro de la editorial: Residua, cuatro textos breves de Samuel Beckett, en la colección “Cuadernos marginales”, poco antes de que el escritor irlandés obtuviera el Premio Nobel de Literatura. Cómo no sentir una especie de alegría retrospectiva, que se traduce en gratitud, al repasar ese fondo editorial apabullante con más de 2300 títulos de autores como Albert Camus, Milan Kundera, Italo Calvino, Marguerite Duras, Nadine Gordimer, Arthur Miller, Thomas Pynchon, Georges Simenon, Woody Allen, Reinaldo Arenas, Emil Cioran, John Irving, John Updike, Fleur Jaeggy, Haruki Murakami, Henning Mankell, Petros Márkaris y Banana Yoshimoto, entre tantos otros.
“Ciertas editoriales trabajan en lo inmediato, yo lo hago en profundidad”, decía el mítico editor francés Jean-Jacques Pauvert (1926-2014), lema del que se apropió De Moura, hija de un diplomático que nació en Río de Janeiro en 1939, traductora del francés de varias obras de Kundera como Los testamentos traicionados, La lentitud, La identidad y La ignorancia. En 2012 vendió Tusquets al grupo Planeta y en 2014 decidió retirarse como directora editorial, cargo que ahora ocupa Juan Cerezo, para ser la presidenta de honor de la editorial que fundó junto a su primer marido, el arquitecto Oscar Tusquets. En estos días está trabajando en dos frentes: la gestión de los fondos Antonio López Lamadrid, un hombre fundamental en el crecimiento de Tusquets y compañero de la editora y traductora durante 35 años, destinados a los premios de novela y el de historia, biografía y memorias; y la clasificación del archivo de la editorial, que cuenta con manuscritos y correspondencias de Gabriel García Márquez, Reinaldo Arenas y Milan Kundera, entre otros, que donará a la Biblioteca Nacional de España. “Las pequeñas editoriales se han dedicado a hacer libros muy minoritarios. Ya hemos pasado por esa enfermedad de publicar a los franceses ilegibles y nos pillamos los dedos porque estos autores no llegaban a los lectores y quedaban en una clase social de intelectuales muy ilustrados. Me interesa que un libro como Patria (de Fernando Aramburu) hoy en día esté vendiendo 500 mil ejemplares en España. Pero esto no puede hacerse de la noche a la mañana. No existe eso. Ser editores de hoy para dentro de dos años no vale”, plantea De Moura en la entrevista con PáginaI12.
–En Por el gusto de leer, el libro de conversaciones con el periodista Juan Cruz, dice que alguien se mete a editor como se mete a cura. ¿Es fácil dejar los hábitos de la edición?
–Ha sido más fácil de lo que creía (risas). ¿Sabes por qué? Porque ha sido buena, en el sentido de que fue tal como se planeó. Antonio López Lamadrid, mi socio y mi último marido con el que viví 35 años, ya había fallecido. Había tal entendimiento con Planeta que yo vi que se podía arreglar y muy bien, sobre todo debido a mi edad. Del año 2010 al 2012 hubo un bajón enorme de la lectura en España y yo tenía la preocupación de que tenía 45 personas a mi cargo entre España, México y Argentina. El acuerdo me llenó de una tranquilidad, todo lo contrario a lo que había percibido como una catástrofe, una rendición. Luego pensé: ¡caramba, todo el mundo me dirá que te has rendido y ahora cedes! Yo tenía a mi cargo 45 personas en un mundo cambiante, en un mundo en que no sabes cómo será el futuro inmediato. El acuerdo se hizo magníficamente, además con una especie de respeto y casi de agradecimiento añadido a la parte económica, que para mí fue ideal. Lo de rendirme era una cosa que me ofendía, pero empecé a no hacerle caso a las añoranzas de los demás. Las cosas en la vida cambian y en mi caso cambian para mejor. En el mundo editorial para empezar ahora, yo no creo que hubiera podido… Tengo dudas. Sigo apreciando muchísimo a la gente que se lanza a este negocio, a esta misión, a esta locura, pero creo que lo tienen difícil. Y puede ser peor la caída antes, que a los setenta y tantos años.
–Sin embargo, en España hay muchas pequeñas y medianas editoriales como Lengua de Trapo, Páginas de Espuma, Minúscula, Libros del Lince, Impedimenta, Periférica y varias más.
–¡Por suerte! Yo empecé en una situación no privilegiada, con la censura franquista y teniendo que consultar cada libro. Y sin saber si iba a vender o no los libros que hacía yo. Que de hecho no vendía mucho. La edición es una aventura en cualquier caso, en cualquier situación política y social. Ahora la tecnología ha cambiado radicalmente el mundo y de una manera abrupta. Que el libro aguante tiene mucho mérito. ¡Chapeau! Cómo no voy a admirar a quienes se lanzan a editar. En ciertos lugares ha salido una nueva figura que es el millonario que monta una distribuidora sin pensar en el lucro, porque hay esta especie de rebelión hoy en día de creer que se puede vivir en otro sistema que no es el capitalismo y que es una entelequia. Si eres millonario, puedes tener este sueño. Pero si no lo eres, no lo puedes tener. Te hundes en la primera. Por lo tanto, me parece muy bien que existan estos millonarios que hagan este tipo de juegos que les da a ellos una cierta configuración intelectual y que a la vez están ayudando al libro. Me parece perfecto, no tengo nada en contra. Pero hay gente que no le gusta, que siente envidia… Son viejas historias que tienen que ver con el ser humano (risas).
–¿Cómo cambió la lectura con las nuevas tecnologías?
–Yo creo que lo que se lee así por las buenas en los aparatos electrónicos no es lectura por el tiempo que se dedica; es una lectura muy breve, muy sucinta y muy poco carnosa. Por lo tanto, no sé qué se puede sacar de ahí. Quizá añoro un mundo donde todos se han alimentado suficientemente bien como para reflexionar sobre sí mismos, porque el tiempo de la reflexión sigue siendo el mismo. Y yo creo que la reflexión lleva un poquito más de esfuerzo temporal y de concentración de lo que te están proponiendo los dispositivos electrónicos. Esto crea una cierta angustia, al principio, luego te acostumbras y ya no sabes dónde has visto qué, dónde has disfrutado con qué… y esto acaba en una selfie. Pero si la selfie se mirara de verdad, no sé qué encontrarían ahí. Que el sujeto se quiera tanto, se admire tanto, se vea en tantas expresiones, quizá con el tiempo se daría cuenta de que es un ser más múltiple de lo que este sistema de información le ofrece.
–Ante un mundo tan cambiante e inestable, ¿cómo ve el panorama de la edición independiente?
–Cada día salen nuevas editoriales, pero no es que permanezcan. Al cabo de un año o dos, el esfuerzo ha sido tan brutal que se dan cuenta de que editar no es un juego de niños. De ahí que hay luces que se encienden y que se apagan y nadie se da cuenta. Los nuevos editores se quejan de que en los colegios han dejado de darle importancia a la lectura tradicional y que están incluyendo en las aulas todos los medios, incluso la pantalla. Y tienen que aprender el nuevo mundo en el que viven; es lógico. Como ellos nunca tuvieron los tiempos de reflexión y de lectura que tuvimos nosotros, pues tampoco lo van a echar de menos. Los editores, que pensábamos que estábamos en todo, no hemos previsto esto. Aunque se intente adaptar con e-books no creo que sea el camino porque la lectura es la lectura. Yo creo que por ahí no pasa la recuperación de la lectura. Los editores deberían reunirse para pensar. Me duele que se haya perdido ese modo de leer, que puede ser recuperable o no. Yo veo seres cada vez más separados unos de otros, cada vez más individuales, mirándose a sí mismos y encantados de haberse conocido. En ese mundo yo no tengo nada que hacer porque yo me miro y no me reconozco.
–La clave parecería ser que se ha perdido la curiosidad por los otros, ¿no?
–Sí, tú lo has dicho, pero lo he pensado. No quiero acusar a nadie. No quiero parecer la típica vieja que dice: “mis tiempos fueron mejores”. No, señor, fueron otros. Pero no mejores. Nadie habló de mejor ni peor. Si hubiera un reemplazo, si hubiera algo que hiciera que los seres humanos no solo estuviéramos mirándonos todo el rato el ombligo, sino intentando comprender lo ajeno, no estaría tan preocupada. Siempre me ha gustado ampliar mi mundo de relaciones y hoy no lo consigo.
–Tusquets se formó ampliando el mundo de relaciones y de autores. De cuando empezó al momento en que decidió retirarse, construyó un tejido enorme.
–Sí, mientras yo estaba segura de poder tejerlo. Cuando murió mi marido Antonio López Lamadrid, que fue fundamental en el equilibrio económico de la editorial y en la relación con los autores, la cosa se volvió más compleja. Ahí había un conflicto claro. No tuve ningún problema en reconocer que me estaba volviendo vieja. Yo me acuerdo cuando en los años 60 apareció Marshall McLuhan que decía que “el medio es el mensaje”. Pues sí, es lo que ha pasado. Habíamos leído ese libro, lo habíamos querido publicar, pero no teníamos el dinero para pagarlo. El caso es que McLuhan tenía razón.
–Una cuestión clave es que, más allá de lo pendiente que se esté de la lectura en teléfonos celulares y otros dispositivos electrónicos, el libro en papel sigue siendo el principal formato. El libro electrónico tanto en España como en América Latina no ha tenido un gran despegue. ¿Por qué el libro en papel es tan resistente?
–El libro es indispensable. Hay muchas cosas que se han ido perdiendo a través de la historia y otras no. Una de las cosas que no se perderá es el el hábito de leer de una manera que, quieras o no, exige del sujeto un esfuerzo de silencio, una soledad, tiempo y unas ganas de reconocerse en cada uno de los libros que uno lee. Esta es la cuestión. Si esto no se da, es muy difícil crearlo por otro sistema. Aunque la selfie quiere sustituir en cierto modo esta especie de soledad en la cual uno se reconoce. Pero uno se reconoce en la imagen, no a través del pensamiento. Por eso hay que hacer tantas selfies como segundos vives. Hay mucha gente que, supongo y espero, se hartará de sí misma. En cambio sigo creyendo, hasta que se demuestre lo contrario, que lo interesante de encontrarse a sí mismo desde la lectura es el silencio, el tiempo y la amplitud de lo que se aporta.
¿Por qué me gusta leer? En el fondo porque me gusto a mí misma, es igual que una selfie, pero cuesta mucho más, no tanto en dinero, sino en tiempo. Uno ya no tiene tiempo de hacer absolutamente nada porque este objetito (agarra su teléfono móvil) ya no te deja el tiempo de ocuparte de ti misma. Llega un momento en que tienes que recular un poco para saber dónde estás. No sé si hoy se tiene la lucidez de saber que es mejor que no te fotografíes tanto y te enteres un poco más de cómo va la cosa.
–¿Dejó el mundo de la edición porque siente que este no es su tiempo?
–Sí, pero estoy muy consciente de eso. Yo ya no pertenezco a este mundo. No es que me alegre, en absoluto, pero el tiempo es eso: llegan otros y hay que dejarle el camino a los demás, sobre todo si lo que tú quieres es acabar como empezaste: in belleza. No echa una miseria; la pobre fue una gran editora y ahora está llena de remiendos. A mí me han pagado muy bien, pienso vivir muy bien y gozar del tiempo que me queda. Y seguir leyendo, eso sí.