No hay en la historieta argentina otro como Kioskerman. Y no es un juicio de valor, aunque sea una de las voces más interesantes del panorama actual. La afirmación es, sencillamente, la constatación de un hecho. Pablo Holmberg (según su documento) tiene un registro único en el noveno arte local. Sus primeros libros, Edén y Puertas del Edén, eran lo más parecido a una historieta zen, casi existencialista, que se podía encontrar en comiquerías y librerías. Tiras que individualmente oficiaban como pequeñas reflexiones o –como las definió Pablo de Santis– haikus, y que de un tirón ofrecían un satori. Con El amor vendrá al rescate, Kioskerman se reinventa y, al mismo tiempo, es cada vez más él mismo. Si en los Edén el autor seguía una rigurosa estructura de tira de cuatro viñetas y un dibujo pulido, en El amor vendrá al rescate se libera de esos corsets formales y se suelta a narrar y sentir.
–Comparado con los anteriores, El amor... es un libro triste, sobre todo la primera mitad. ¿Aué pasó?
–Desde que empecé a publicar traté de tener un termómetro de los altibajos que uno tiene en la vida. Si soy honesto en cada libro y hago una transmisión de estados emocionales, van variando. Tiene que ver con la edad que tengo, mi momento de madurez, las amistades, los trabajos que tengo. Este libro coincide con los últimos años, en que sentí como si el mundo estuviera en una especie de crisis, aunque no necesariamente mala. Empecé a notar más desconexión, más peleas, más violencia, más desesperanza. Toda una cuestión conflictiva que empecé a reflejar ahí. Pero si bien es un libro más triste, tiene una cosa de esperanza. Puede estar todo mal, pero al final la película termina bien.
–Parece la elaboración de un duelo, de algo perdido. De hecho, se puede interpretar que el protagonista pierde a su pareja.
–No lo tengo identificado al detalle porque en este libro traté de experimentar con la espontaneidad total, en la que me ponía frente a la hoja un poco como quien pinta un cuadro guiado por una intuición. Sí creo que hay un duelo. Intento que el libro se entienda como un proceso. Primero hay un viaje, un naufragio, después un descubrimiento que tiene que ver con el nacimiento de un hijo, y después entra en una etapa de duelo, de pérdida, y termina con un rescate. Mi intención es que eso refleje un ciclo de tu vida: alegría, entusiasmo, conflicto como en cualquier historia, que el héroe tiene que resolver, hay un momento de vuelta del triunfo, alegría, volvés a caer. El primer libro tenía un poco de eso. El segundo no, era una etapa muy luminosa de mi vida, de estar muy arriba y con una paz que se mantuvo mucho tiempo. Este libro no y capaz tiene que ver con que un hijo implica un duelo.
–¿Por qué?
–Bueno, ahora ya no tengo todo el tiempo para mí, antes era responsable de mí, de mi mujer y listo. Ahora hay una persona de la que me tengo que ocupar. Pero al mismo tiempo hay un descubrimiento del hijo, un asombro. No tenía un preconcepto de cómo iba a educarlo, qué iba a decirle. Lo observé mucho y eso para mí fue revelador, me cambió mucho. Puede entonces que haya un duelo de una persona que pasó de una etapa a otra.
–No es un libro que podría haber dibujado a los 20.
–¡Ni a palos! Es más, lo que usted dice del duelo es ese paso. Pero no sabría decírselo porque no lo pensé racionalmente. Quería construir una narración que fuese suficientemente simbólica, metafórica, alegórica, como un mito, a partir de algo que puede pasarle a cualquiera. Y si bien ahí hay una pareja, esa relación puede ser también con uno mismo, con una creencia, un trabajo, lo que sea. Traté de mantener ese espacio donde cada uno pueda llenar con su propia vida. Como dije, hace varios años que me cuesta entender cómo alguien puede sobrevivir sin tener una introspección muy fuerte, sin en algún momento colgar todo y meterse bien para adentro. Y el libro tiene eso. La tapa es ese personaje que imagino como una soldado mujer, que tiene las ropas rotas como si hubiese salido de una guerra, y está mirando al horizonte como en un estado de contemplación y paz. La tapa cuenta un poco el final: el amor viene al rescate. Aunque para mí es ridículo pensar eso porque creo que el amor está fuera del tiempo. Siempre está. Sostiene todo. Es algo que me quería recordar a mí mismo. Si estoy en una situación de estrés, el típico momento en que uno se maquina en una rueda de pensamientos en la que de pronto está hundido y solo, si tengo un libro que se llama El amor vendrá al rescate y recuerdo todo lo que procesé ahí, me ayuda de un modo que va más allá del cómic.
–Todo esto que cuenta tiene una consecuencia en lo gráfico. Usted venía con un trazo muy limpio, prolijo, una paleta de colores ajustada y...
–Sí, era “The Marvel Way”, pero The Eden Way. Tenía un procesito industrial.
–Ahora uno lee El amor... y se ven trazos de la nueva generación, más plástica, pero con la formación historietística fuerte detrás.
–Sí, es más plástico. Creo que tengo una influencia muy grande de muchos artistas del cómic de Estados Unidos que venían de la plástica, muy acostumbrados a esta perspectiva y que se volcaron al cómic. (John) Porcellino me gusta muchísimo y cuando dibuja no está pensando en el Pato Donald, está pensando en Matisse, tomando inspiraciones de otro lugar. En algún momento me cansé de mi propio proceso. Sentía que si hacía un boceto y reproducía en frío, había algo que se perdía. En cambio, cuando registro todo de una –la idea, el ritmo, la línea, el color–, lo hago de un solo tirón, ahí está el potencial del error y queda registrado ese movimiento, esa espontaneidad. En American Elf, (James) Kochalska dibuja directamente sus bocetos registrando todas las noches en un dibujo muy simple. Chris Ware tiene un cuaderno de bocetos con dibujos muy sueltos hechos en el momento. De su laburo, esa es una de las cosas que más me gustan. Hay algo ahí que me atrae y que no está en su Jimmy Corrigan. Eso merece ser explorado.
–Llama la atención cómo rompió con la estructura que usaba en Edén.
–Eso me llevó todo un proceso, en cierto modo fue un duelo también. Siempre me acuerdo de Carlos Nine, que decía que siempre hay que boicotearse. Hay algo, que le debe pasar a todo el mundo, que te dice “no, este es un terreno donde no estás cómodo, donde podés equivocarte”. Y capaz me dan ganas de quedarme haciendo Edén otra vez. Pero esos personajes murieron en mí. Eso fue otro duelo, porque quería seguir, pero los dibujaba y me daban bronca. No quería verlos en la página, hasta se volvía medio perverso dibujarlos. Me costó mucho salir de eso, y el sistema de cuaderno de bocetos era una catarsis y una forma de irme. Por eso el nuevo método, aunque ya para las últimas tiras me sentía completamente cómodo ahí. Llegó un momento en que lo internalicé y hay páginas que para mí son redondas, que está todo bien puesto, y otras que van hacia ahí. Pero quería que se viera ese tránsito.
–En los Edén recopiló sus tiras online. ¿Cómo fue el proceso en este?
–Con este libro hice 300 páginas y después seleccioné 100. Puse todas las páginas en folios y durante 3 o 4 meses me levantaba a la mañana y lo iba editando, cambiaba el orden para que tuviera una sensación de narrativa. Por eso, aunque tiene un capítulo 1 y un capítulo 2, no necesariamente tenés que leerlo de esa manera. Sí creo que si lo leés de corrido hay un efecto distinto a leerlo por partes. Si Edén eran meditaciones, acá las páginas son como plegarias. Tiene esa cosa parecida a la meditación en el sentido de generar un espacio con la hoja donde yo pueda recuperar mis creencias. Recordarme que yo creo en esto, aunque haya gente que me diga otra cosa, porque si no me estoy yendo de mis valores.