Cuando los organizadores de milongas hablan sobre la ley de fomento, insisten mucho en los subsidios para adecuar sus espacios. No es casual: las clausuras son uno de sus problemas más acuciantes. Si bien es cierto que siempre las hubo, desde 2015 a esta parte el sector tomó conciencia de la magnitud del problema, con la caída de espacios como Sunderland, emblemáticos del circuito. “Te podías meter con cualquiera, pero no con ellos”, comentaban hace algún tiempo. Los intentos de adecuación no suelen ser fructíferos. Los gestores culturales de distintos rubros conocen bien la capacidad de los inspectores de la Agencia Gubernamental de Control para dar con una excusa que les permita poner una faja en la puerta. Si no es un matafuegos vencido será la gripe de un empleado que figura en el plan de evacuación y que justo esa noche no abrió. Y si no, será el desconocimiento (de los propios inspectores) sobre algún inciso de la ley que permite la actividad que se desarrolla.
Por las características propias del circuito milonguero, un par de meses cerrados puede arruinar el proyecto mejor plantado. Hasta hace un año, por ejemplo, La Bicicleta Tango Club era uno de los lugares “de moda” para los bailarines, especialmente para los más jóvenes. Los lunes de verano -temporada alta para el tango- sumaban hasta 250 personas en la pista. Una cifra notable para ese día de la semana. El lugar no era un peligro para la seguridad, pero los inspectores encontraron una irregularidad, cuenta Natalia Fures, una de sus organizadoras: “exceso de rubro”. Es decir, que el espacio tenía “una habilitación de casa de fiestas, como salón de eventos privados, que no es compatible con la habilitación de milongas”.
Como observa la legisladora Conde, el tema de las clausuras no se resuelve con la ley de fomento y requiere otros avances. Ayuda, sí, porque permite adecuarse, pero insta al oficialismo a “formar una mesa para discutir la normativa específica, en la que tendría que estar la Agencia Gubernamental de control”.
La Bicicleta terminó cerrada seis meses y finalmente pudo reabrir en otro lugar. Ya no en Palermo, sino en Colegiales. Un lugar encantador, según corroboró PáginaI12 cuando lo visitó, pero apartado del circuito más fuerte. Y su público, finalmente, se había desperdigado por otras milongas. Ahora su promedio en temporada alta, lamenta Fures, es de 70 personas. Pudieron superar las 150 en contadas ocasiones, pero siempre “con una programación muy fuerte”, como la presencia de alguna de las orquestas más convocantes del ambiente milonguero, como la Orquesta Típica Juan D’Arienzo.
El contexto general no ayuda, cuenta la bailarina y organizadora. “Cuando llegó la temporada baja en 2016 se sintió muchísimo la diferencia de consumo, ahora capaz entre siete se compran un vino, la barra dejó de dar ganancia y antes era lo que nos permitía pagar el espacio y vivir de la venta de entradas”, explica. En este sentido, La Bicicleta tampoco es ajena al sentir del resto de los espacios. Los argentinos salen menos, cuando lo hacen consumen con frugalidad y en invierno, sin turismo milonguero extranjero, las dificultades arrecian. “Para La Bicicleta, tantos palos en la rueda nos tiraron para atrás”, concluye Fures. Las bicisendas, parece, no ayudan mucho a la cultura.