Uno de los primeros miedos que tuve al ser diagnosticado con VIH fueron los sarcomas de kaposi. Me asustaba pensar en esas manchas, esas montañas, por toda la piel gritándole a la gente lo que me pasaba piel adentro.
El otro gran miedo era el de convertirme en “el contagiador”. Como si de jugar a la mancha se tratase me comía la cabeza todo el tiempo pensando que podía “pasárselo” a mi familia, mis amigues, mis garches. Yo nací en 1981, como el VIH, y hasta mi diagnóstico apenas teníamos noticias el uno del otro. Algo muy vago, una lección de biología en el secundario con muy bien diez felicitado, una película de putos, un vecino que “bueno, vos ya sabés como es. Y sí, pero no mucho más. Soy del momento en el que ya había mejor medicación pero que el recitado de “indetectable es igual a intransmisible” apenas era un horizonte. En mi 2008 bichoso la medicación sólo aparecería si las defensas bajaban mucho, ahora te las dan al toque del diagnóstico. Tuve que hacer una pedagogía muy autogestiva de mi nueva temporada, la escribí como en una performance con público. Me fuí aprendiendo en un gesto ‘pornoVIHográfico’.
Cuando comenzó la pandemia por Covid 19 ese miedo a ser “el contagiador” volvió destrozando casi todos los cimientos de mi muy trabajada y endeble seguridad. Me pasaba los días pensando los peores escenarios y como si fuese un libro de la colección Elige Tu Propia Aventura iba de página en página haciendo un laberinto culpógeno que siempre desembocaba en el mismo final: yo te contagio.
Mi familia (me refiero a la elegida, la que está presente en mi vida, la que sabe cómo soy) tiene muy en claro que soy un parco. Para simplificar se lo asignamos a que soy de capricornio, pero la verdad es que no me gusta mucho abrazar. Y la pandemia me dio una excelente excusa para sostener esa distancia. Con las vacunas y este bello “alegar demencia” que comenzamos a vivir me empecé a reencontrar con el beso y el abrazo.
Pero estamos en el episodio uno de una nueva temporada de esta serie que somos en vida, y el escenario trae una nueva trama: la viruela del mono. Me gana la ansiedad y en mi mente empato las pústulas con los sarcomas y vuelve el terror a nuestra piel, al abrazo, al querernos. Mi poder de expresar amor es como una antena de caracol que ante la más mínima amenaza se retrotrae. Y veo como frente a una pandemia ya conocida, con vacunas y más información que en las anteriores, los estados y organizaciones mundiales de las saludes deciden redefinir cómo tenemos que vivir los gays, bisexuales y hombres que tienen sexo con hombres (HSH) sugiriendo que tengamos menos parejas sexuales. Ellos tienen la respuesta a estos brotes pero la mezquinan porque de momento solo nos toca a nosotrxs.
Se asombrará de sobremanera la OMS cuando sepa que no solo somos personas que cogen mucho también somos personas que abrazan, bailan en boliches en cuero, se besan entre amigues y más. El ADN cuir tiene mucha piel y saliva, eso que ahora se enumera como vía de transmisión. En vez de dar respuesta y foco en las poblaciones más vulnerables según sus propias estadísticas nos castran. Aislarnos y cercar nuestra idiosincrasia viene siendo una decisión política que toman desde su foucaltiana torre panóptica.
Las personas LGBT+ hacemos intersección en muchas acciones de prevención de las que llaman mandato. Nos protegemos y adherimos a respuestas farmacológicas. Usamos el tapaboca, a veces el preservativo y estamos atentas a las lesiones y síntomas. Pero lo hacemos porque queremos llegar con vida a la cura, porque queremos estar bien para celebrarnos, porque ya no queremos que nos falte ninguna. No obedecemos, sobrevivimos con orgullo.