Desde Londres
En una capital sacudida por el incendio de la Torre de Grenfell el miércoles pasado y el ataque con camioneta y cuchillos a transeúntes en London Bridge hace dos semanas, una camioneta atropelló en la madrugada del lunes a un grupo de peatones musulmanes en el norte de Londres al grito de “I want to kill all Muslims” (quiero matar a todos los musulmanes). Una persona murió, 10 resultaron heridas y el conductor se salvó del linchamiento por la intervención del imán de la mezquita de Finsbury en una ciudad que parece haber ingresado desde fines de marzo en alguno de los círculos del infierno de Dante.
En el día en que comenzaba la crucial negociación con la Unión Europea por el Brexit con un gobierno debilitado por rumores de un inminente golpe interno para reemplazar a la titubeante Theresa May, la primera ministra buscó transmitir una firmeza que no le ha sobrado en los últimos días. “Esto es un ataque contra Londres y todos los londinenses. Tenemos que permanecer unidos frente a este ataque terrorista venga de donde venga. El odio y el mal no nos van a vencer”, dijo May.
La voz más firme, la retórica más decidida, el calificativo de terrorista aplicado a un hecho al que se solía tildar de “crimen de odio racial” no le sirvieron mucho a la primera ministra que fue saludada con gritos y silbidos a la salida de la mezquita de Finsbury adonde fue a expresar su solidaridad poco después del mediodía. May insistió en que endurecería la legislación contra el terrorismo con medidas que incluirá en el plan legislativo que su gobierno, electo sin mayoría parlamentaria hace 11 días, presentará mañana.
Uno de los grandes peligros es que este hecho dispare un doble espiral de atentados réplica islamofóbicos y represalias de Estado Islámico por el ataque contra musulmanes en el Reino Unido. Una dinámica semejante caería como anillo al dedo a la estrategia del Estado Islámico de llevar a todo el mundo la guerra en pos del Califato.
En tercer lugar después de Alemania y Francia, el Reino Unido es el país con más población musulmana en Europa: más de dos millones. Si a esto se le suma que, según los servicios de seguridad, hay 23 mil presuntos jihadistas británicos y desde fines de marzo hubo tres ataques terroristas del extremismo islámico que dejaron un saldo de 35 muertos y cientos de heridos, se ve que el potencial que tiene esta mezcla para convertirse en un polvorín.
Los elementos rudimentarios que se necesitan para estos atentados hacen la situación más peligrosa e impredecible: un vehículo, a veces cuchillos y, sobre todo, individuos jugados a todo o nada. Los testigos, las imágenes de los celulares y la reconstrucción oficial del hecho coinciden en que un grupo de peatones, con vestimentas típicas musulmanes, estaban en la Muslim Welfare House (centro social musulmán), muy cerca de la mezquita de Finsbury, cuando apareció una camioneta blanca que embistió a unas personas que estaban intentando ayudar a un hombre que se había desmayado. “Sucedió en segundos. La camioneta dobló de golpe, aceleró a dónde nosotros estábamos y atropelló al hombre que estaba en el suelo y a la gente que estaba alrededor de él. La gente lo rodeó y él trató de escapar gritando “son todos musulmanes, quiero matar a todos los musulmanes”. “Lo alcanzamos y lo tiramos al suelo”, comentó a la Press Association un hombre que se identificó como Absulrahman.
La providencial intervención del imán Mohammed Mahmoud logró detener lo que podría haber terminado en un linchamiento. Esto es lo que contó Adil Rana, uno de los testigos. “La gente estaba golpeando y pateando al tipo de la camioneta, bastante razonable dado lo que había hecho. Ahí intervino el imán que ordenó que dejaran de pegarle, que nadie lo tocara, pero que lo retuvieran hasta que viniera la policía”, comentó Rana.
La policía apareció en minutos de que se reportara el hecho y tuvo que controlar la furia de muchos presentes que insultaban al conductor, identificado posteriormente como Darren Osborne, de un hombre de 47 años. “Si no intervenía el Iman no estaría con nosotros hoy”, comentó a la prensa británica otro de los testigos, el dueño de un café al lado del Muslim Welfare House.
El líder laborista, Jeremy Corbyn, es el diputado que representa esta zona del norte de Londres que se encuentra muy cerca del estadio del Arsenal. Corbyn sacó un comunicado a la hora del hecho y fue aplaudido cuando visitó el lugar. “No es solo porque está acá ahora. Siempre se interesó por la comunidad. Hace cinco días participó del ayuno con la comunidad musulmana en la mesquita de Finsbury Park”, señaló Ali Habib, un estudiante de 23 años.
Señal de las peligrosas divisiones en el interior de la sociedad británica, el mismo Habib criticó duramente a la prensa a la que acusó de alimentar este tipo de hechos. “Hay diarios que trataron esto al principio como un accidente. Hace dos años tiraron bombas incendiarias contra la mezquita cuando había gente en interior rezando. Hoy el Daily Mail vino a hablar de Abu Hamza y a decir que esto era una venganza. Mucha gente acá siente que no importamos”, señaló Habib.
Abu Hamza es un predicador musulmán extraditado a Estados Unidos, de verba incendiaria que volvía más amenazante con un imagen de pirata medio tuerto que, increíblemente, complementaba con un garfio en la mano izquierda. No pertenecía a la mezquita de Finsbury Park, pero para medios ultra-conservadores como el “Daily Mail” eso no importaba: pertenecía a una mezquita.
Según el director de “Unite Against Fascism”, Weymam Bennet, este estereotipo fue reforzado por la reacción de May a los atentados de Manchester y Londres. “Ha habido varios intentos de atacar esta mezquita. Cuando May dijo que había espacios en que se toleraba el terrorismo y añadió que estaba dispuesta a romper la ley de derechos humanos para luchar contra el terrorismo, envenenó todo el debate en los últimos días de la campaña electoral”, indicó Bennet.
A la luz del resultado electoral no le sirvió mucho a May esa derechización de su discurso. En vez de la mayoría parlamentaria aplastante que había soñado al convocar a elecciones anticipadas en abril, perdió la mayoría que tiene y está negociando con el más reaccionario de los partidos de la Cámara de los Comunes, los unionistas democráticos protestantes, para sostener su gobierno en el parlamento. Este fin de semana el Sunday Telegraph le daba un plazo de 10 días para salvar su mandato.
El comienzo ayer de las negociaciones por el Brexit no la va a ayudar (ver aparte). El revés electoral de May ha dado nuevos bríos a los eurófilos conservadores que rechazan de plano el “Hard Brexit” que plantea la primer ministro en alianza con la poderosa y vociferante minoría de eurófobos Torys. Esta división interna destrozó a los conservadores en el último trecho de los tres gobiernos de Margaret Thatcher y en los penosos cinco años de su sucesor, John Major (1992-1997). Sumado al terrorismo, al peligro de una islamofobia incontrolable y a las señales de descomposición del edificio neoliberal Thatcherista que dejó en claro el incendio de la Grenfell Tower, la pregunta que se hacen hoy los analistas no es si May va a dejar el gobierno antes de cumplir sus cinco años de mandato sino cuándo lo va a hacer: muchos piensan que no pasa de fin de año.