La sociedad sufre por estos días además de las situaciones de stress relacionadas con el aislamiento y las medidas de prevención, el problema de la sobreinformación y en particular la confusión que se genera por la hiperactividad de las redes sociales.
Aquí aparece un desafío que no es nuevo para los medios pero que tiende a desmoronarse en situaciones de crisis social, y este es el cuidado en el tratamiento de la información.
En general se promueve a "la primicia" de los informativos como un atributo de calidad o ventaja competitiva. Hay medios que aseguran que "informan primero" no obstante esta cualidad muchas veces conspira con la veracidad de la información, ante la imposibilidad fáctica de contrastar los datos, las fuentes y ellos con la realidad de los hechos.
"Una fábrica de chorizos no es mejor por su velocidad de producción si sus chorizos estan podridos o repletos de gusanos".
En estos tiempos de pandemia, análogos a una tercera guerra mundial, entonces se nos aparece como una obligación ética a los medios la necesidad de extremar los recaudos a la hora de comunicar situaciones que tienen el potencial de afectar a personas o instituciones en concreto.
En los medios masivos trabajamos muchas veces con temas muy sensibles que influyen en el ánimo de la sociedad, cuando no, atectan para siempre el honor y buen nombre de las personas.
Más allá de todo cada vez más el público sabe leer las intenciones detrás de las palabras, y en ese sentido estamos muy atentos todos a las acciones terroristas mediáticas.
Vemos que disparan desde cuentas anónimas a sueldo de intereses políticos, o desde medios de renombre y gran alcance.
Disparan.
Suman su gota de desprecio y se autoexcluyen de la sociedad que hoy en su mayoría trabaja unida para sobrevivir al virus. Se comportan como otra virosis; en este caso más visible y para nada silenciosa.
Y por supuesto, como los sugieren los carteles luminosos de las avenidas de la Ciudad de Buenos Aires, se "tapan la boca" y no informan sobre los hechos de corrupción de esos zombies que conviven desde hace tiempo entre nosotros, pero en medio de la pandemia buscan sólo sangre y dinero.
Los agresores de la opinión pública, se dedican a cometer delitos de calumnias e injurias, de desprecio contra la humanidad, instigaciones a la ira o se especializan en la dispersión de epidemias de odio. Y esto no es inocente.
Suponen que esta pandemia no está programada para ellos, sino que conduce a una limpieza étnica que los libere de pobres y de viejos; paradójicamente no advierten del peligro cierto que tienen de irse sin saludar y de terminar sin sus anhelos ni sus ahorros, en una bolsa de plástico negra.
Reproducen con orgullo cuando algún dirigente lanza una idea bestial como "marcar las puertas de los hogares las personas que se enfermaron por el virus" (así como los nazis pintaban estrellas de David en las casas de los judios hace unos 70 años). Una burrada que no advierte que la violación de secretos médicos está tipificada en el Código Penal, y que podría implicar un concurso de delitos más gravoso. Por supuesto, estas acciones no están al alcance de ningún burro que jamás podría cometerlas desde su inocencia animal. Así que, mil perdones a los burros por esta comparación tan infeliz.
Finalmente estoy seguro de que en esta época los medios de comunicación son esenciales para que la población tenga elementos neutrales para tomar decisiones, y especialmente son útiles para reflejar las arbitrariedades de ciertas criaturas inhumanas que se se exceden en la violencia institucional, el uso de la fuerza que el propio pueblo delegó en el Estado, y la vulneración de todo tipo de derechos humanos, en la salud, el trabajo, la seguridad, hasta en la comunicación social.
Si la Justicia está para algunos temas virtualmente paralizada, y no aparecen las fiscalías que actúen de oficio ante la vulneración de derechos, que al menos sea el propio pueblo el que tome la decisión de no envenenarse consumiendo las mentiras que se sirven en algunos platos de la radio o la televisión.
¿Nos podemos equivocar? Claro. Todos los que "hacemos" estamos sujetos al error. Sólo nunca se equivocan los que jamás "hacen".
¿Podemos admitir desde la comunidad humana al terrorismo mediático?... De ninguna manera. Los que decidieron autoexcluirse de la especie en una lucha por sus privilegios, estará bien que se queden allá, solos y apagados.
(*) Pablo Baqué es director periodístico de AM750
El personal de salud del Hospital Italiano desmintió la información difundida que asegura que el 40% de la planta de ese hospital está contagiada de coronavirus.