“Está bien que a la gente no le guste la cumbia. Si a todos nos gustara lo mismo sería aburrido. El tema es cuando hay odio: eso me perturba”, dice Cristian Jure, cordobés, cuartetero, antropólogo y director de Alta cumbia, un homenaje a la cumbia villera que mañana estrena en cines. Jure parece obnubilado por los comentarios que dejan en YouTube algunos de los que miran el trailer, aunque se los esperaba. De algún modo, son las visiones que impulsaron este material. “Hay uno que dice, ‘Buenísimo: identifiquemos los cines. Una bomba en cada uno y se acaba el problema’”, comenta, al comienzo de la entrevista con PáginaI12.
El realizador siente que ya cumplió su misión. Que no importa si al cine van “tres o cuatro personas o 100 mil”. Porque Alta cumbia, una película de negros –producida por Grupo Octubre y Aleph Media– tuvo su preestreno en enero en una canchita de la Villa 20, de Lugano, donde se filmó gran parte. Y sus vecinos, que participaron como actores, la recibieron muy bien. Con una estética cumbiera, en la película confluyen testimonios de los grandes exponentes del fenómeno, que cobró vitalidad a comienzos de siglo (los líderes de Damas Gratis, Pibes Chorros, Re Piola, Mala Fama, Yerba Brava y Los Gedes, entre otros); imágenes de bailantas donde suenan los hits; y una ficción basada en la realidad: la historia de un joven (Martín Roisi, “Fanta”, del grupo Fantasma) que en la crisis de 2001 pierde su empleo en una productora y termina viviendo en la villa y vendiendo CD pirateados.
Uno de sus viejos jefes vuelve a buscarlo para que se ocupe de la realización de un documental sobre cumbia villera. Fanta acepta y entra en permanente tensión con los productores. La película trata, entonces, no sólo de un género musical –de sus comienzos y explosión, de su constitución como un legítimo y crudo grito de bronca–, sino de aquello que tanto perturba a Jure: el racismo. La idea de hablar de cumbia le surgió mientras trabajaba junto al escritor César González para Alegría y dignidad, un programa del canal Encuentro sobre producciones culturales de las villas. Abocado antes a la realidad de los pueblos originarios, tópico de varios de sus documentales, Jure encontró una nueva obsesión.
En 2015 dirigió el ciclo Cumbia de la buena, también para el canal del Ministerio de Educación. Luego, Pepo: la última oportunidad, documental sobre Rubén Castiñeiras, de Los Gedes, que estuvo preso y, al salir, volvió a dedicarse a la música. “Es la parábola del héroe. De un tipo que estaba arriba, cae al infierno y vuelve”, dice Jure. “Es lo último que hago de cumbia”, asegura.
–¿Qué lo impulsó a dirigir Alta cumbia?
–En el recorrido con César (González) vi el odio hacia la cumbia. Había muchísimos artistas y producción, de una excelencia increíbles, pero se los menospreciaba, ninguneaba e invisibilizaba. Con la peli intentamos aportar un cachito de justicia. Porque nadie se beneficia con el racismo y con la exaltación de prejuicios. Hoy la discusión es por la baja de la edad de imputabilidad. Y si les pedís a todos que imaginen quiénes son esos pibes de 14 años que deberían ir presos, todos los ven con una gorrita y negritos. Está bueno visibilizar la hipocresía y, sobre todo, poner en representación a aquellos que hacen música y la viven.
–¿Qué era lo que más le llamaba la atención de estos artistas?
–Me llamaban la atención la sutileza musical, el paralelismo con el punk y el hip hop, la capacidad para narrar situaciones. Muchas letras son “Pedro Navaja”, narraciones increíbles. Mi pregunta era “¿por qué cumbia?” Es lo que se baila en los barrios, sí. Pero yendo un poquito más a fondo, entendí que pocas músicas son más inclusivas. La toca cualquiera, la baila cualquiera. Me gustaba esa conjunción. Y estos pibes empezaron a meterle una temática que nunca había tenido o que había quedado en el olvido, en la cumbia testimonial de los ’70 y ’80.
–¿Qué ocurre actualmente con la cumbia villera? Después aparecieron grupos como La Liga, Los Wachiturros y Las Culisueltas, que parecen tomar algunos elementos del género, pero los unen al reggaetón.
–Los músicos que están en la película siguen tocando. Lescano llenó un Luna Park hace dos meses. Pepo también llena... Muchos son populares y masivos, después de quince años. Es cierto que apareció otro tipo de cumbia. La Liga recupera mucho de esa cumbia testimonial, corrosiva, y pone otros condimentos. Los otros grupos que mencionó duran un verano. Creo que la cumbia villera está más vigente que nunca. Hay una vieja escuela bastante sólida.
–Pero el nexo con las clases medias y altas que tuvo en su momento pareciera que se perdió, dejando espacio a la llamada “cumbia cheta”, de grupos como Agapornis. ¿No?
–En el capitalismo, las clases altas tienden a apropiarse de las producciones de los sectores populares. A la cumbia cheta de Agapornis, Marama y Rombai algunos la llaman “cumbia alternativa”. ¿Alternativa de qué? Alternativa a los negros. Es cumbia sin negros. Si la cumbia villera es inclusiva y tiene sustancia, ellos se quedan con la cáscara. Por eso duran lo que duran. Iba a decir que difícilmente se haga una película de Marama, pero ya se hizo (risas). Estamos hablando de racismo. Y estos grupos fortalecen el estereotipo. ¡Esta es una charla más antropológica que de cumbia!
–Bueno, usted es antropólogo...
–No, fui. Todas las ciencias necesitan explicar los fenómenos, pero yo no tengo ganas de explicar nada. Quiero que vean la película, se diviertan, y si hay algo para reflexionar, que reflexionen. No tiene una pretensión antropológica.
–Definió al film como un homenaje. ¿Qué le pasaba con las zonas más criticadas de la cumbia, como la misoginia de las letras?
–Muchas veces lo que se le cuestiona a la cumbia villera no se cuestiona a otros géneros. Por ejemplo: ¿por qué hay tan pocas mujeres? En la película no hay mujeres, pero es que la cumbia villera no fue un fenómeno femenino. Tampoco lo fue el rock: Fabi Cantilo era una excepción. En las letras hay tres tipos de mujeres, casi calcadas del tango: la madre, la puta y el amor de la vida que lo dejó tirado. Si está bien o mal, qué sé yo... En la peli no lo abordamos. Supongo que porque no me gusta.
–Sí se le presta atención a la apología de los excesos.
–Por eso se discutió a la cumbia y hasta se la prohibió. A los pibes les pasó lo que les ocurre a muchos escritores que no tienen una editorial encima. Que escriben lo que mierda quieren, total, lo van a leer quince personas. Y después resulta que tiene un alcance increíble. Estos pibes hacían música para el barrio, la esquina y sus compañeros. Cuando se hace masiva, se complica un cachito. Sus letras son crudas, bukowskianas. No tienen vueltas.