El niño catalán vaga por una Girona vacía y pequeña como un puño vencido. Aún no sabe ni puede imaginar que años después escribirá un poema bellísimo titulado “Primer amor”: “Triste Girona de mis siete años: / en la posguerra los escaparates / tenían un color gris de penuria. / Y, sin embargo, en la cuchillería, / en cada hoja de acero destellaba la luz /como si se tratase de pequeños espejos. / Descansando la frente en el cristal, / miraba una navaja larga y fina, / bella como una estatua de mármol”. El catalán Joan Margarit obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda “por la calidad de su poesía y la fuerza lírica de su lengua catalana”. Este galardón, dotado de 60.000 dólares y otorgado anualmente por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile a un autor con una reconocida trayectoria en el mundo de la poesía iberoamericana, ha premiado en otra ediciones a Juan Gelman, el único argentino; José Emilio Pacheco (México), Carlos Germán Belli (Perú), Fina García–Marruz (Cuba), Ernesto Cardenal (Nicaragua), Augusto de Campos (Brasil), Nicanor Parra (Chile) y Raúl Zurita (Chile), entre otros. Es la primera vez que se reconoce a un poeta en catalán.
El jurado, integrado por los escritores Piedad Bonnet (Colombia), Luisa Futoransky (Argentina), Luis García Montero (España), Rubí Carreño (Chile) y Raúl Zurita (Chile), reconoció por unanimidad al catalán por la capacidad de unir “belleza formal y emoción” y su compromiso con la vida y la muerte. “Es el nombre del premio lo que me desconcierta”, admitió Margarit en conversación telefónica con el ministro de Cultura de Chile, Ernesto Ottone, encargado de anunciar el ganador desde la casa-museo del poeta chileno, en Isla Negra. “A mis 79 años es muy importante lo que ha significado en mi vida Pablo Neruda. Tanto ha significado que estuve muchos años para poder quitármelo de encima, porque un buen maestro, un gran maestro, es tan duro para llegar a él como también para quitárselo de encima”, reconoció el poeta, que nació en 1938, en Sanaüja, un pequeño pueblo de la Cataluña profunda.
Margarit estudió arquitectura y trabajó como arquitecto y profesor en la Escuela de Arquitectura de Barcelona. “Tuve un oficio para no hacer de la poesía mi profesión. Los poetas profesionales son terribles. La poesía, si se entiende así, deja muchas víctimas en el camino. No tiene marcha atrás. Nadie te garantiza que un buen poeta de 20 años lo siga siendo a los 40. Eso sí es posible adivinarlo en un artesano. Hay toneladas de rencorosos y perdidos porque no gozan de reconocimiento”, comentó en una entrevista de El Mundo, de España. “Yo empiezo a escribir a los 16 años. Escribo cada día desde entonces. A los veinte empiezo a tener claro qué quiero decir. Un claro no verbal. Un claro que no puedo explicar. Pero yo sé qué es, es decir, que lo sabré reconocer si me lo encuentro. Así empieza el proceso. Y yo, desde los 16 años hasta los 40, exactamente hasta los 42, en que publico LLum de plua (Luz de lluvia), soy básicamente un poeta fracasado. Y, en cambio, con una fe en mí mismo que ahora me asombra. Me pregunto cómo pude pasar desde los 17 hasta los 42 años escribiendo, y publicando, y pensando de cada poema que no valía nada”, recordó el poeta, que publicó sus primeros poemarios en castellano, hasta que en los 80 inició su gran obra poética en catalán.
“La poesía es un cobijo para mí, contra las agresiones morales que sufre el hombre”, suele afirmar Margarit, autor de Crónica, Luz de lluvia, Edad roja, Aguafuertes, Los motivos del lobo, Joana –dedicado a su hija fallecida– y Casa de Misericordia, con el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía en 2008. Recientemente publicó Nuevas cartas a un joven poeta, un ensayo en homenaje a Rainer Maria Rilke; Misteriosamente feliz, No estaba lejos, no era difícil, Se pierde la señal y Amar es dónde, entre otros. “La verdad que encierra un poema siempre tiene un punto cruel. La verdad es necesaria, es imprescindible, es deslumbrante, pero a la vez hace daño”, plantea. “La mente no busca la verdad por sí misma, hay que enseñarle que la verdad vale la pena. Que el esfuerzo y el dolor que produce valen la pena. La moraleja de un poema sería: ‘la verdad duele, pero es necesario’. Viene a ser una versión poética de lo que nos decía nuestro padre cuando éramos chicos: ‘si pica, cura’. ¿Cómo va a curar, si no pica?”.
El poeta catalán cultiva la única “religión” que vale la pena porque vuelve a religar al hombre con la trascendencia. “El poema sigue siendo la única fuente de respeto y de consuelo hacia uno mismo. El que alguien a quien no has visto jamás se sienta emocionado con un poema tuyo es una de las cosas más nobles que puedo imaginar. El último lema que me queda del cristianismo es aquel que dice ‘Amaos los unos a los otros’. Porque creo que la poesía tiene algo de eso”.