Después del papelón en el mundial propio, Brasil se preparó dos años para conseguir en los Juegos Olímpicos de Río 2016 el último éxito que le faltaba a la vitrina de los varones: la medalla de Oro en fútbol. Sin embargo, el equipo liderado por Neymar comenzó tibio, con dos empates en cero, y desde el estadio Garrincha de Brasilia empezó a tronar un grito inesperado: “¡Marta! ¡Marta”. Es que, mil kilómetros al sur, la otra capitana, Marta Vieira da Silva, llevaba a la selección femenina de goleada en goleada por el Maracaná. La refundación futbolística de Brasil post 0-7 con Alemania parecía llegar con un 10 en la camiseta, sólo que era Marta y no Neymar la que reivindicaba con la bocha al pie el orgullo futbolero-brasilero en tierra propia.
Finalmente, la historia tuvo doble inflexión: los varones se recuperaron repentinamente y ganaron la dorada sin atenuantes, mientras que las mujeres se apagaron rápido y ni siquiera pudieron llevarse un bronce, al menos de recuerdo. Sin embargo, Marta ya se había colgado dos medallas de plata en los Juegos anteriores después de alcanzar un subcampeonato mundial; estas tres, las mejores performances históricas del fútbol femenino brasilero. Para entonces, y a pesar de lo que ocurrió en Río, Marta ya era emblema de la reivindicación de la mujer en el fútbol –que además de juego es un fenómeno cultural que consume toda la sociedad pero sólo protagoniza una mitad– tanto en Brasil como en el mundo: ganó cinco Balones de Oro mucho antes de que Messi, quien cobra un sueldo 350 veces mayor al de ella, estableciera ese récord entre los varones.
Marta nació en 1986 en un pueblito de Alagoas, al norte de Brasil. A los 14 un entrenador de la escuela la colocó en el Vasco da Gama, a los 17 debutó en la selección y a los 19 se fue al extranjero. Desde entonces pivotea entre dos de las ligas más poderosas, la de Estados Unidos y la de Suecia, y en el medio se dio el gusto de darle a Brasil la primera Libertadores femenina con el Santos (que ya no es de Pelé, sino de Marta).
La mejor jugadora de fútbol de la historia dejó sus huellas en “la vereda de la fama” del Maracaná. Es la única mujer entre más de cien varones. Aunque nunca fue campeona con Brasil, conserva a los 31 años un sueño mayor: “Me gustaría tener hijos, aunque el fútbol es la única manera de mantenerme y muchas personas dependen de mí”.