Hay sangre de mujeres en el campo de batalla. La tierra en manchas guarda sus nombres a pesar de las maniobras del olvido. La ración desigual estaba institucionalizada, para alzar el cuchillo que repartiera el trabajo en el matadero, sí; para opinar, votar y ser presidenta, no. “Los mismos que nos menosprecian no han rehusado nuestra contribución cuando la patria ha corrido grandes peligros”, decía Prudencia cuando quería ser candidata a la Presidencia de la República de El Salvador y recordaba en soplo huracanado a su madre, la coronela de Santa Ana. Mujeres sin derechos, hombres que no reconocían a sus hijos y una sociedad que acompañaba muda los mandatos vieron como el revolucionario intento temprano de Prudencia moría enjaulado. Muerte y jaula no eran sustantivos que le resultasen ajenos. Más de una vez la habían querido silenciar enjaulándola, cárcel por criticar al alcalde de Atiquizaya en 1919, cárcel en Guatemala por enfrentar al dictador Estrada Cabrera al que Asturias describió sin nombre, siempre cárcel. ¿Y la muerte? Cerca, en forma de barrotes invisibles que amedrentaban solo en el intento y se pulverizaban ante el respirado bramido en letra y música indígena de Prudencia. Murió antes de poder ver a las mujeres votar y murió después de oír el loca con el que la nombraban.
El recuerdo de su infancia se narra en dos compases, un primer compás de breve escuela (la pobreza la dejó en la puerta y no pudo entrar a tercer grado) y un segundo compás de sinfonía profética con céfiros de pitonisa adolescente. Dicen que tenía doce años cuando voces sibilinas le anunciaron el futuro, predicciones en nido abierto que continuaron acompañándola y que ella después fue publicando en un diario de Santa Ana. “La Sibila Santaneca” (cuenta la historia que tras una cabalgata de su madre a punto de parir y un rayo mortal cercano Prudencia nació en una cabaña de paja en Sonzacate, departamento de Sonsonate) predijo en clima de preguerra mundial el destierro de último káiser del imperio alemán y la participación bélica de los Estados Unidos. La escritora sin escuela denunciaba a quienes prohibían los derechos de las mujeres, apoyaba la lucha Sandinista y reprobaba la intervención militar extranjera. A su lucha feminista le sumó poemas y a sus profecías, modernidad. Fundó el diario “Redención femenina” y puso el cuerpo en manifestaciones callejeras. Mucho se burlaron de la “analfabeta madre soltera” que exigía el voto femenino y mucho más de la “loca” que quería ser presidenta. Mientras los monstruos somnolientos que se apoyaban en las almohadas de la moral de los varones la hostigaban cómodos en el insulto Prudencia cruzaba el rumor de aquella avenida de ignorancia blandiendo un bastón para demostrarles que aquel palo incitador no era flama exclusiva de los hombres sabios. Costurera de oficio y de estructuras mentales con voces susurrantes orbitando en su cabeza Prudencia Ayala, una Johann Le Guillerm en la acción precursora de causas feministas que renombran al mundo equilibrando lo inestable, le sacó ventaja al tiempo mientras algunos solo saben retrasar las horas segundo a segundo.