Del Río de la Plata hacia el mundo: ese es el recorrido que parece transitar la música del productor y músico uruguayo Juan Campodónico, uno de los más inspirados de su especie. Campodónico fue pionero en el hip hop sudamericano con El Peyote Asesino, es uno de los fundadores de Bajofondo y ayudó a Jorge Drexler a construir el universo sonoro de discos como Frontera, Sea, Eco y 12 Segundos de Oscuridad, fundamentales en el cruce entre instrumentos orgánicas y sintetizadores. En su rol de productor, además, trabajó con La Vela Puerca, El Cuarteto de Nos y No Te Va Gustar, entre otros. Ahora está al frente del proyecto grupal Campo, con el que acaba de estrenar Tambor del cosmos, un disco bailable y jugado en el que el reggaetón y la cumbia conviven con el country, el brit pop, el house y el cancionismo uruguayo. “Un universalismo local”, sintetiza Campodónico el concepto del disco, que abraza la vibración ancestral y afro de los tambores y se proyecta hacia el cosmos. “Uruguay es un pueblo, pero a la vez es una ciudad puerto, es cosmopolita”, contextualiza. “La inspiración del título tiene que ver con la filosofía africana y el rito espiritual del tambor. Una experiencia profunda y trascendental, un pulso que se repite en gran parte de la música”, explica quien presentará el nuevo material hoy a las 21 en Niceto Club (Niceto Vega 5510).
El primer disco, Campo (2011), había sido un trabajo más en solitario y salió bajo el “auspicio” de Bajofondo. Pero Tambor del cosmos profundizó el trabajo grupal, y es el resultado de los perfiles y talentos de sus integrantes: la riqueza cancionística de Martín Rivero (ex Astroboy), la sensibilidad poética y delicada voz de Vero Loza (Bajofondo) y el toque bailable y electrónico del DJ y productor Pablo Bonilla (también conocido como Boni). El disco abre con el adhesivo reggaetón “Tambor del cosmos”, con la voz al frente de Gustavo Santaolalla como músico invitado, y encuentra su momento más alto y bailable con la latina “Bailar quieto”. Y Luciano Supervielle, compañero en Bajofondo, aporta climas con su piano. “Hay algo fronterizo en México que fue una gran influencia para mi música”, dice Campodónico, quien vivió de chico ocho años en ese país, en el que se exiliaron sus padres durante la dictadura uruguaya. “Fue un momento de una movida cultural muy fuerte, mis viejos eran teatristas. Se armó una comunidad muy linda de artistas en el DF y hasta pude ver ensayar a Alfredo Zitarrosa en una salita muy pequeña”, recuerda con orgullo. “Allá me calaron hondo el funk y el soul estadounidenses, esa cosa de la pista de baile. Y en el fin de la adolescencia llegué a Uruguay y me conecté mucho con Eduardo Mateo, Jaime Roos, Fernando Cabrera y Caetano Veloso. En Uruguay hay una visión muy regional”, cuenta. “No le hago asco a meterme en ambientes muy distintos. Encuentro el encanto en los contrastes.”, sostiene el uruguayo sobre las pistas de este disco creado entre Montevideo y Shanghai.
–El disco tiene un trabajo complejo en cuanto a climas, texturas y búsquedas sonoras, y al mismo tiempo tiene una impronta “reguetonera” y latina bien popular. ¿Cómo encontró ese equilibrio?
–En “Bailar quieto”, por ejemplo, hay una cosa de “pop chatarra”, y al mismo tiempo la letra se pone poética y onírica. Hay un contraste. Hasta en la época de Peyote Asesino hacíamos canciones que podíamos y teníamos ganas, y a veces no sabíamos si nos gustaban del todo. Lo importante es buscar y expresar algo real, sin analizarlo tanto. Cuando salió Bajofondo, pensábamos que los tangueros nos iban a matar. Y en este disco pasa lo mismo, quizás no le gusta a los que escuchan reggaetón ni a los que escuchan pop. Está bueno estar en la cuerda floja. Y para mí eso te asegura estar haciendo algo nuevo. Si estuviera en un lugar seguro, no habría tensión, estaríamos todos felices. De todos modos, es un disco súper ecléctico, tiene muchas miradas y temáticas. Y se entiende en el conjunto. “Duerme agua”, por ejemplo, es como una canción de cuna pero con un beat de música electrónica. Y “Huracán” es una canción muy cálida.
–¿Cuál es su relación con el baile?
–Todos mis discos tiene una impronta bailable. El groove es una ciencia y un arte. Y eso también es muy africano. El disco tiene muchas capas: una muy melódica, una capa de poesía verbal y después hay una textura. Soy productor, la textura me vuelve loco, cómo suenan las cosas, la materialidad con la que está hecha la música. Es algo más sensorial, no tan racional. La letra tiene que ver con el lenguaje, la melodía convive en ambos mundos, pero hay otra cosa que tiene que ver con el sonido más puro; lo sentís con todo el cuerpo. La era del mp3 mató un poco la parte sensorial de la música. Lo que la gente no encontró en el mp3 tuvo que ir a buscarlo a la música en vivo.