El principal negocio de los bancos consiste en prestar dinero de los clientes. La viabilidad de esta operatoria descansa en un supuesto: que los depositantes nunca retirarán su dinero de manera simultánea. Sin embargo, los argentinos saben de la vulnerabilidad de esta actividad desde que, con la reforma financiera de 1977 pergeñada por el inefable "Joe" y su banda de Chicago boys, se terminó implantando el modelo rentístico financiero a partir de una ley de entidades financieras que todavía rige y cuyo primer traspié fue la crisis de 1980. En aquel entonces, una corrida bancaria provocó el desplome del Banco de Intercambio Regional, el mayor banco privado nacional, al que le siguieron otras entidades bancarias de diversa envergadura.
Actualmente, el sistema financiero resultó nuevamente conmovido por la corrida cambiaria, que alimenta un proceso inflacionario al parecer incontrolable. La solución que el gobierno buscó no se dio a través de un economista sino de un político, lo cual deja entrever de dónde proviene la causa de la crisis.
El caso Fragueiro
La primera vez que la economía argentina estuvo en manos de un político fue el de Mariano Fragueiro, también primer ministro de economía (entonces se denominaba Hacienda) de la Confederación Argentina, con Urquiza como presidente en 1854. Fragueiro no era economista sino hombre de negocios, comerciante, financista y político, pero antes de ocupar su cargo mostró su preocupación por los problemas de la banca, la moneda y el crédito.
En su libro la "Organización del Crédito", Fragueiro decía que "si bien el capital particular es capaz de generar fortunas, el capital estatal es aún mejor" y "cuando los particulares hacen un uso exclusivo del derecho de propiedad y administran el crédito bancario, usurpan los derechos de la comunidad". Apoyaba la intervención estatal en la economía, la regulación y el control del crédito.
Al referirse a las catástrofes bancarias, destacaba que si bien el capital social de cada banco podía determinarse, "siempre serán inciertos los empeños que haya contraído, movidos por el interés". Los tiempos exigían, en consecuencia, que los gobiernos presidieran el movimiento industrial de los pueblos por intermedio del crédito público, "dando una dirección activa a los capitales sociales y aplicándolos a los objetos públicos que más demande la industria general de la Nación".
Fragueiro consideraba al dinero como un bien de la sociedad, donde el Estado tenía una autoridad soberana que debía utilizar en interés del público, por lo que propuso que el negocio bancario esté en manos del Estado: el banco estatal estaba destinado a servir a la industria y su objetivo principal "no era servir a los ricos, que ya tenían bastante, sino a los que tenían menos".
Estaba convencido de que "el individuo tiene usurpados los derechos que caben al soberano y que de esta usurpación tiene origen la poco equilibrada distribución de la ganancia, la acumulación de capitales en pocas manos y todos los males de la sociedad". En el banco nacional promovido por Fragueiro no se daba participación en su manejo a los intereses privados y su función principal era transformarse en un motor del crecimiento del país.
El gobierno debía centralizar los capitales monetarios circulantes para ponerlos al alcance del mayor número de capacidades, multiplicar los propietarios, habilitar a los trabajadores como productores, extinguir el abuso del poder pecuniario y la usura. De esta manera, mediante el crédito público se lograba que el Estado presidiera el movimiento y la dirección productiva del capital monetario. Esto permitía corregir los abusos de la usura, evitar el atesoramiento del capital y encaminar el sendero de la producción, procurando que los capitales que se encontraban monopolizados en cierto rango de la sociedad se distribuyeran de manera más democrática y con provecho para la riqueza del país.
Mirada nacional
Frente a las objeciones, Fragueiro respondía que el crédito privado se apoyaba siempre en el crédito público. Con agudeza, señalaba que "el primer paso de los grandes capitales es buscar sus relaciones con el gobierno, sea como prestamistas, contratistas, o hacendistas. No hay ninguna gran empresa industrial de aquellas de larga duración y en la cual se inviertan grandes sumas, que puedan realizarse sin la concurrencia directa del gobierno, bien concediendo subvenciones o bien garantizando un mínimo de interés".
Por otra parte, observaba que en las repetidas crisis bancarias, los bancos que eran partícipes del crédito público tenían una estabilidad asegurada por esa misma condición. Por último, advertía que la suspicacia y desconfianza acerca del crédito público "nunca ha salido de las masas ni de los que tienen poco capital sino que viene siempre de los grandes capitalistas, que hacen misterio, para que no se les escape una de las operaciones de más lucro y de más importancia social: la de prestar al gobierno".
La originalidad de Fragueiro fue reconocida por numerosas personalidades, aunque de manera sospechosa la historia convencional no destinó un espacio considerable a su pensamiento económico, a pesar de que también fue gobernador de Córdoba y en dos oportunidades candidato a la presidencia del país.
Lejos de ser un pasivo reproductor de teorías generadas en los países centrales, Fragueiro, a la sazón un próspero hombre de negocios, conocía como pocos la realidad del país, la confrontó con sus lecturas que reconocían un cuño sansimoniano y reflexionó aportando soluciones adecuadas a los problemas nacionales y comprendiendo los matices del escenario político argentino.
Frente a la elaboración de proyectos constitucionales, impugnó al espíritu imitativo y advirtió que atribuir la prosperidad de las naciones a su forma de gobierno, su constitución y sus instituciones es "imitar la civilización de la Europa y la libertad de Estados Unidos, como si el bienestar de los pueblos dependiese de formas y palabras". La base de toda sociedad era la organización del trabajo y la misma sólo podía encontrarse "en la originalidad e independencia de cada nación". Manifestó sus prevenciones frente al "instinto de imitar a otras naciones, que creemos prósperas" señalando que si bien no se debía despreciar las mejoras de otros pueblos, era preciso una actitud crítica y creativa para no aprobarlas sin previo análisis.
Fragueiro decía que "la doctrina de la libertad absoluta del comercio es sin duda seductora, pero no está exenta de riesgos para el país que la adopta sin examen. Aprobamos el principio, pero recomendamos para su aplicación que se espere la oportunidad". En suma, a diferencia de su opositor, Alberdi, no dejó de lado uno de los planteos característicos de la Generación de 1837 y reclamó que el primer estudio debía ser la originalidad del propio país, "entendiendo por originalidad lo que la peculiar naturaleza exige ella sola, sin influencia extraña, que en alguna manera pueda contrariar su modo de ser; es decir siendo independiente y libre".
Con la llegada de las ideas neoliberales y el establecimiento del mercado como el principal instrumento para la asignación de recursos de la economía, el rol relevante asignado por Fragueiro a la banca pública como promotora de las actividades productivas fue desestimado. Sin embargo, la necesidad de remontar la crisis de fines de 2001 reinstaló el protagonismo de la banca pública, al potenciar el crédito con nuevas líneas de financiamiento en favor de empresas y familias y renovar la confianza de los depositantes en los bancos públicos.
El FMI y sus voceros locales han embestido en varias oportunidades contra la banca pública. Al respecto cabe recordar una anécdota que protagonizó Fragueiro durante su desempeño como ministro de Hacienda. Entonces recibió a un empresario y especulador extranjero deseoso de obtener alguna concesión por parte del gobierno nacional. Conocedor de la habilidad y poder de convicción del visitante, durante la entrevista el ministro se colocó sus gafas verdes para que aquél no pudiera percibir sus reacciones y vislumbrar sus pareceres leyéndole los ojos.
El recurso a las gafas le sirvió a Fragueiro para la defensa de los intereses materiales del país, y su pensamiento esquivó la servidumbre ideológica. En la historia nacional, el uso de las gafas verdes no ha sido frecuente y las lecciones de Fragueiro fueron relegadas al olvido. Casi ciento setenta años más tarde, es un momento para reflexionar sobre sus ideas.
* Profesor de la Maestría de Historia Económica y de las Políticas Económicas, UBA.