La primera gira internacional de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos ha dejado como saldo la evidencia que la concepción del lema First América (América Primero) permea todas las decisiones de la nueva administración. Así quedó expuesto en Bruselas en la reunión de la OTAN y luego en Taormina (Sicilia) en la reunión del G7 (las principales potencias industriales del mundo, sin China ni Rusia).
En ese escenario, Donald Trump expuso sin eufemismos el escaso compromiso de su gobierno por los asuntos globales: políticas migratorias (exige mayor dureza, como la que está aplicando en su país); acuerdos comerciales (acusa a Alemania de prácticas desleales por el déficit de intercambio de unos 70.000 millones de dólares al año); contribución a la OTAN (atacó a los países miembros por no aportar el 2 por ciento de su PIB a gastos defensa para sostener la organización); lucha contra el cambio climático (caracteriza que es una creación de los científicos que le sale muy caro a los Estados Unidos).
Ha sido la denuncia del Acuerdo de París, decisión que agrega más incertidumbre a un mundo ya incierto, la decisión que más ha impactado en la comunidad internacional. Este acuerdo fue el resultado de la Conferencia de la Partes (COP21) realizada en diciembre 2015. Es considerado como el objetivo más ambicioso de los proclamados en las anteriores cumbres solo porque tiene extensión planetaria, ya que fue firmado por más de 195 países y ratificado por 148. Sin embargo este nuevo protocolo que reemplaza al de Kioto debe entrar a regir recién en el 2020, como el anterior venció en 2012 quedaron 8 años sin ningún compromiso. Un tiempo perdido cuando en realidad no hay tiempo que perder. El imperativo es eliminar los combustibles fósiles y alcanzar el 100 por ciento de energías renovables para el 2050. No falta tanto.
En los acuerdos de Kioto cada país debía reducir sus emisiones según sus responsabilidades y recursos, en los de París esta diferenciación no aparece. Por el contrario cada país elevó lo que estaba dispuesto a reducir sin tener en cuenta si la ponderación final arrojaba el porcentual necesario de reducción de las emisiones para lograr que el calentamiento global no supere los 2°C a fin de siglo. Además los compromisos que presentó cada país son voluntarios, no obligatorios.
Posteriormente la Secretaría de la Cumbre informó que sumadas todas las contribuciones presentadas las emisiones excedían en un 35 por ciento los valores fijados para cumplir la meta propuesta. Puede comprenderse porqué el objetivo más ambicioso no despertó demasiadas esperanzas entre los especialistas.
Cabe preguntarse si el Acuerdo de París es tan limitado, si los compromisos de reducción de emisiones de cada país no son vinculantes y su no cumplimiento no implica sanción alguna, ¿por qué razón Trump saca a Estados Unidos de ese acuerdo, se retira del Fondo Verde para el Clima y desmantela un conjunto de medidas tomadas por la administración Obama relacionadas con el acuerdo?
No se encuentra otra respuesta que su demagogia nacionalista y la adhesión de él y buena parte de su equipo al negacionismo climático. Para ellos todo es una creación de los científicos, cuando no un “cuento chino”, que perjudica el desarrollo de la industria estadounidense y de los sectores mineros. Para Trump no se trata de un acuerdo sobre el clima sino “de la ventaja económica que otros países consiguen a costa de los Estados Unidos”, especialmente China. En su mirada, los acuerdos llevan a la pérdida de fuentes de trabajo, bloquean el desarrollo de la industria carbonífera “limpia” y las regulaciones le costarían muy caro a los Estados Unidos.
No se puede negar que Trump ha sido fiel a su promesa de campaña. Le ha hablado a sus votantes conservadores de la “América profunda” (a los trabajadores mineros, a los del acero y el hierro y a los habitantes de las ciudades del “cinturón oxidado”, desindustrializado) buscando recuperar parte de su imagen deteriorada por el Rusiagate y sus dificultades en el Congreso para hacer aprobar ciertas iniciativas. También ha seguido la línea histórica del Partido Republicano, recordar que George Bush en 2001 retiró a Estados Unidos del Protocolo de Kioto. No obstante, ha propuesto renegociar o bien discutir un nuevo acuerdo más beneficioso para Estados Unidos.
Sin embargo, el negacionismo no es compartido por el conjunto de las clases dominantes ni tampoco por muchas de las principales empresas norteamericanas (Exxon Mobil, Google, Microsoft). Diversos Estados (Nueva York, California, Washington, entre otros), más de 50 ciudades y 83 alcaldes desafiaron la decisión presidencial y han decidido continuar la lucha contra el calentamiento global y fortalecer el uso de energías renovables.
Cambiar el sistema
De acuerdo con el especialista belga Daniel Tanuro, la crítica al negacionismo de Trump y su gobierno no puede llevar a embellecer el Acuerdo de París –que tiene serias limitaciones y no resuelve la cuestión de fondo–, tampoco a aceptar una renegociación concesiva para que Estados Unidos se quede en el acuerdo, menos aún a despertar esperanzas en la posible alianza de la Unión Europea y China.
El cambio climático es ya una realidad inocultable y no queda más tiempo. El aumento en la temperatura promedio de la superficie terrestre ha alcanzado niveles sin precedentes y esta suba está fuertemente relacionado con otra: la de carbono en la atmósfera, bajo la forma de gas carbónico y gas metano, cuya importancia en el efecto invernadero está científicamente comprobada. Los informes dan cuenta que en el Siglo XX la temperatura promedio de la superficie de la tierra aumentó 0,6 grados centígrados, el nivel del mar subió entre diez y veinte centímetros y los glaciares muestran un pronunciado retroceso.
Para los científicos el fenómeno que estamos atravesando es un cambio estructural provocado por un fuerte desequilibrio global del sistema climático. Pero ya el tiempo de las alertas y de los informes ha concluido; se trata de buscar soluciones de fondo cuando el calentamiento global encierra serios riesgos civilizatorios. El problema radica en el modelo industrial, en el agro negocio, en la exacerbación del consumo, en el tipo de transporte, en el consumo irracional de la energía.
El sistema del capital no puede reducir la producción material global y al mismo tiempo producir más para atender las necesidades humanas insatisfechas. Es una incapacidad estructural que radica en la razón misma del sistema. Si no se acaba con el capitalismo será difícil salvar al planeta y a quienes habitamos en el.
Se trata de encontrar una fórmula que contemple los legítimos derechos al desarrollo humano con un sistema productivo basado exclusivamente en energías renovables. Es lo que se conoce bajo el nuevo concepto de eco socialismo: “Expresión concentrada del combate común contra la explotación del trabajo humano y contra la destrucción de los recursos naturales por el capitalismo”.
* Integrante del colectivo EDI (Economistas de Izquierda).