“Tengo la música tan adentro desde el mismo comienzo de mi vida que a veces fantaseo con dejarla”, dice con una sonrisa enigmática el guitarrista, compositor y psicoanalista tucumano Bruno Masino una fría tarde de otoño en un bodegón del microcentro porteño. No dejan de ser adorables y misteriosas esas palabras en su boca porque Masino atraviesa un periodo de producción intensa: a fines del 2016 sacó su segundo disco como solista, el excelente y sugestivo Animal de escalera, y ahora está al frente de la banda Pergamusi, junto a Diego Martínez, Andrés Ruiz y Damián Cubilla, mientras toca por Capital Federal y prepara un trabajo de seis canciones que verá la luz en algún momento de este año. Es decir, la música y la creación, que implica estar en contacto con su esencia y sus orígenes, seguirán estando presentes en su vida. Y esto viene de allá lejos y hace tiempo.   

Bruno Masino recuerda estar de muy niño sentado junto a su padre, un cantante y director de coro que llegó a cantar en el teatro Colón, en una habitación a oscuras escuchando el Requiem de Mozart. No compendió nada de manera directa pero el aprendizaje vino por otro lado y le dejó una intuición: “Me di cuenta de que la complejidad y la incomprensión a veces son necesarias para acercarse a una obra y que hay que dejarse atravesar por eso. Y me sirvió también para acercarme a películas, libros y cuadros que no los entendía pero los podía disfrutar desde otro lado”. Algo de esa dificultad, que por supuesto está emparentada con el placer y el deseo, se trasluce en la música que hace por estos días. 

En la casa de los Masino había partituras por el suelo y el piano se utilizaba como un juguete: “La música siempre fue algo muy natural para mí.” Era un hogar donde la música clásica convivía con los diferentes ritmos folklóricos, de donde aprendió las nociones de ritmo, con la figura totémica de Mercedes Sosa. Ahí tuvo lugar la primera crisis, en un sentido positivo, de su vida: descubrió el universo de Luis Alberto Spinetta: “Yo ya tocaba la guitarra y encontrar ese tipo de rock nacional significó aprender nuevos sonidos y ampliar lo que ya sabía hacer con las cuerdas. Después traté de olvidar eso también para ir tras lo nuevo.” A los trece años, Masino vivía en un pueblo tucumano al pie de la montaña llamado Yerba Buena. Y en ese contexto bucólico tuvo su primera banda de rock: Mente Pupila. Pero eso no duró demasiado porque sobrevino la segunda crisis cuando conoció el ambient, el trip hop y la música alemana. 

Su siguiente proyecto fue Norman Bates, más orientado a metabolizar los sonidos europeos. Masino era un adolescente de 16 años y se daba cuenta de que lo que quería en realidad era darle vida a los sonidos que su cabeza iba armando como un rompecabezas. El deseo apareció cristalino: ser compositor de canciones. “Se afianzaron en mí las ganas de componer canciones pop. Me compré equipos y empecé a experimentar, lo que para mí es una parte esencial del pop que me interesa”. Eran época donde escuchaba el dream pop de Cocteau Twins y My Bloody Valentine, entre otros.  

Bruno Masino dejó la casa de los padres a los 18 años y aterrizó en San Miguel de Tucumán donde se estaba armando de manera “consciente” una escena alrededor del sello Yoconvos discos y que se llamó Pop Tucumano: “Eramos un grupo de personas, donde además de músicos había pintores, dramaturgos, cineastas y poetas, que tenían la intención de revolucionar la vida rutinaria que había en Tucumán en esos días”, cuenta Masino. En el periodo que va del 2005 al 2010 el colectivo de Pop tucumano se encargó de crear discos y obras, de tener la ambición de ser “excelentes”. Pero también “tenían la idea de que a través del desborde y la creación constante íbamos a conseguir lo que quisiéramos sin pedirle nada nadie.” En esos años, Bruno Masino formaba parte de Monoambiente, una banda que llegó a los medios de Buenos Aires y que hizo giras por el país. Pero para el 2011, Masino, que ya había publicado su primer disco, El libro abisal, sintió que su tiempo en Tucumán estaba concluido. Se había recibido de psicoanalista y junto a su compañera decidieron trasladarse a vivir a Buenos Aires.

Animal en escalera tuvo cinco –largos– años de gestación. Comenzó a grabarse en Tucumán y siguió en los míticos estudios ION: “Es un trabajo que intenté que fuera en contra de mi primer disco. Pero también fue un disco que encontró su forma en el tiempo que tardó en hacerse.” Si El libro abisal funcionaba como una expansión de sonidos de todo lo aprendido en el camino y a la vez es muy personal a un nivel biográfico, Animal en escalera desarrolla su ideal sonoro en la búsqueda de un pop que se moviliza detrás de una  belleza volátil, texturada, certera y climática (son canciones que crean su propio entorno de placer y remiten sin piedad a sí mismas) y entrega palabras -cantadas con mucha sutileza- que no tienen un sentido claro ni directo: “La polisemia es una manera en la que el disco se va abriendo al que escucha, me interesa crear canciones en esos niveles donde los significados se superponen o se magnifican”.

En estos días, Bruno Masino, que también es productor y le puso música a puesta teatrales y al podcast Los Cartógrafos, sintió que su nombre “no significaba demasiado” y decidió formar, aunque no descarta su etapa anterior, Pergamusi. Otra vez, y quizás remita a su otra pasión, el psicoanálisis, el significante encuentra múltiples sentidos detrás que hay que poner sobre relieve. Esta apertura y descubrimiento también está en la música que están grabando y que verá su forma definitiva en la segunda parte del 2017: “Son seis canciones que abordan sonidos completamente nuevos y que nunca había tocado. Es otro concepto y nuevas direcciones radicales. Son sesiones en las que me sorprendo y me siento muy feliz de que podamos abrir nuevas puertas a lo que aprendimos.”

Pergamusi toca el 1° de julio a las 21 en Pomo, Santa Rosa 5157. Animal en escalera se puede escuchar en pergamusi.com