Contar un viaje. Algo que hoy nos resulta tan común, y casi banal, fue el modo por antonomasia de hablar de un territorio nuevo en otro momento de la historia occidental. Los viajes de conquista del siglo XVI eran encarados por diversos tipos de personas, nobles caídos en desgracia o entusiasmados por lo poco que se sabía del lugar (¿qué se podría llegar a encontrar en el “Mundos Novus”? ¿Oro, plata, criaturas mitológicas de la tradición europea por fin vueltas reales?), marinos que subían a los barcos con la intención de pegar el batacazo y hacerse hombre ricos y respetables, fanáticos religiosos que iban a ganarse el favor divino convirtiendo a idólatras o meros mercenarios que iban a guerrear a otro lugar, también con la esperanza de enriquecerse. Ulrico Schmidl tenía alguna que otra porción de todos estos modelos, pero no se parecía estrictamente a ninguno. Nacido en Baviera a comienzos del 1500, llega a Cádiz desde Amberes para formar parte de la tripulación de la armada del Adelantado Pedro de Mendoza, cuyo rumbo es el del Río de la Plata. Desde 1534 hasta 1554, Schmidl forma parte de diferentes misiones que recorrieron un espacio que prometía mucho, pero que después dio (o pareció dar) nada.
La reciente edición de Derrotero y viaje a España y Las Indias, de Ulrico Schmidl, a cargo de la poeta, profesora de la UBA e investigadora Loreley El Jaber, nos permite reconstruir, por un lado, un viaje de veinte años por una zona que hoy identificamos como parte de la Argentina, de Bolivia y de Paraguay; pero, por el otro, también nos metemos en la historia de un libro que fue un éxito editorial cuando se publicó por primera vez, en 1567, y que fue revisitado entre el siglo XIX y el siglo XX con la intención de encontrar en él una clave para interpretar nuestro país.
“Mi libro anterior se llamó Un país malsano en referencia a una frase de Ulrico”, cuenta El Jaber, puesta ya en el perfil de profesional y responsable de una edición que tiene el espíritu de ser la definitiva. “Cuando él se encontraba en medio de la tribu de los siberis, dice: no he visto en mi vida un país más malsano que esto. Y esa ‘malsanidad’ puede hacerse extensiva al resto del territorio que recorre. Como si hubiera algo propio de la tierra, una negatividad casi esencial… Esa negatividad va a hacer escuela: Martínez Estrada, Groussac mismo lamentándose porque esta tierra no tiene nada del ‘esplendor’ de México o Perú. Y esa visión empobrecida y comparatista se sostiene, creo, aún hoy. Incluso en los estudios literarios, dedicarse a la literatura colonial rioplatense es casi una rareza. Nunca olvidaré cómo cierto pope de la literatura latinoamericana allá por fines de los 90 me desalentó fervorosamente a no dedicarme a esto, diciéndome que acá no había Sor Juanas ni Siguenzas, ni siquiera una gran tradición indígena o mestiza. A mí esa ‘falta’ me atrajo y me atrae y me parece que ya es hora de dejar de lado ese afán comparatista y abandonar también esa visión inaugurada en el siglo XVI, ¿no?”
¿La salida de este libro también implicó una recuperación de las ediciones anteriores, de las traducciones y del diálogo de esos libros con los manuscritos originales?
–Particularmente, yo tenía en claro que había habido muchas ediciones, que en los últimos años, de hecho, hubo algunas, pero que esas ediciones no correspondían a lo que Wernicke consideró el códice original, sino que eran reediciones basadas en la edición de Bartolomé Mitre de 1903, con traducción de Lafone Quevedo. Ya en 1938, Wernicke había demostrado que esa edición no correspondía al códice original, por eso me extraño esta reproducción todavía contemporánea de un trabajo que no operaba sobre los textos originales. Decidí tomar la edición de 1950 de Wernicke, aparecida por la editorial de la Universidad Nacional del Litoral, que además cargaba con el hecho de que había sido el último intento de armar una edición lo más completa posible, ya que Wernicke muere en ese mismo año. Sumé en las notas del editor todo ese otro campo en el cual podía llegar a aportar más información, como lo referido a los aspectos históricos, a los aspectos antropológicos y los literarios, relacionados precisamente con la forma del relato de viajes, provistas por la investigación que llevé a cabo, sumando mapas e imágenes que completaran lo multiforme del discurso colonialista.
Oro con aroma de mujer
A medida que se suceden los capítulos de Derrotero…, el tono de Ulrico va variando. De presentar un lugar que no tenía nada para ofrecer, pasamos a encontrar varios pasajes en donde el conquistador se concentra en los diferentes tipos de comida disponibles, en las costumbres de los nativos y, sobre todo, en la belleza de sus mujeres. Casi parecería que, frente al desierto que se le abría en el horizonte, tema que sería luego patrimonio de los escritores románticos del siglo XIX, Schmidl comienza a concentrar la mirada y encontrar, en los cuerpos de las mujeres locales, no sólo la mano de obra totalmente necesaria para la supervivencia, sino también una belleza inesperada.
Las mujeres aparecen a veces representadas con un esquema clásico de relato de conquista y, otras, como un objeto de deseo que escapa un poco al modelo esperado. ¿Qué implica este tipo de desborde, de cambio en la manera de mirar al otro?
–Yo creo que tiene que ver con la riqueza de la prosa de Ulrico. Esto no lo encontrás en cronistas españoles. Hay cierto “desparpajo” con el hecho de ser alemán y publicar este libro en una colección de relatos de viaje. La parte más dura de los españoles, que era la defensa del reino, la adquisición de una cédula real que permitiera la impresión, toda esa burocracia de la escritura, no aparecen acá. Esas licencias sobre las mujeres y sobre la cuestión económica terminan siendo lo más rico del libro, precisamente, porque uno no lo espera. Pareciera que hay una especie de cambio en el paradigma estético. No es solamente una adaptación a la situación efectiva del Río de la Plata, en donde no hay oro ni metales preciosos y tienen que buscar otro tipo de riqueza, sino que también hay un cambio en la mirada con respecto a las mujeres que se encuentran. Al principio, en los primeros capítulos, son muy feas. A medida que pasa el tiempo, empieza a virar ese ojo, y terminan siendo muy hermosas.
¿Tiene que ver con una mirada exotista? Después de todo, Ulrico editó el libro trece años después en una colección dedicada, precisamente, a contar historias de viajes a tierras extrañas.
–Una de las cosas que yo quería hacer en la introducción era revisar precisamente una suerte de historia de los lectores. ¿Qué encontraba en este tipo de libros un lector alemán del siglo XVI para que la crónica de Ulrico se convirtiese en un éxito editorial? Ahí me empecé a internar en una cantidad de bibliografía referida a lo que leían estos hombres (principalmente, hombres) alemanes del período. Descubrí que había muchísimo interés por los relatos de viaje a América, hasta el punto de que había libros que aparecían primero en alemán antes que en castellano o en cualquier otro idioma. El caso de Hans Staden, un contemporáneo de Schmidl, que realizó dos viajes a Brasil, en 1547 y en 1550, entra muy bien en el concepto de exotismo: él está entre los Tupí y su libro se acompaña de diversos grabados. ¿Cómo entraba en Schmidl este modelo? No tenemos los indios antropófagos que están constantemente dando vueltas como en el caso de Staden. Uno de los elementos posibles tenía que ver con los animales monstruosos: eso es paradigmático de este tipo de tipo de relatos, pero en Schmidl casi no están. Es más, el “animal monstruoso” aparece sólo en un grabado de la edición en latín de las crónicas de Schimdl hecha por Levinus Hulsius en 1599: es como si el editor incluyese esa temática en la imagen aunque en el texto no sea otra cosa que un breve párrafo. Igual sucede con los famosos grabados de Theodor de Bry, quien también editó a Schmidl, grabados que hizo para otras crónicas de viaje y que insisten en la representación de los indios como antropófagos. La otra cosa que forma parte de este imaginario exotista es cierta geografía fantástica, ligada a dos temas, las amazonas y el Dorado. Las amazonas atraviesan todo el relato, desde el comienzo hasta el final. Quizás por eso la importancia de las mujeres. De hecho, en uno de los mapas que recojo en la edición, el de América de Frederik de Wit, año 1660, aparece un dibujo de mujeres en lo que después va a ser Paraguay. Estamos hablando de un mapa del siglo XVII, ya un poco más adelante en el tiempo, pero hay que ver cómo las mujeres funcionan como un atractivo erótico del lugar, una riqueza del territorio. Funcionan como un cebo y una explicación, en donde lo territorial se une claramente con lo femenino.
Indios, Ejército y nacionalistas
Schmidl es un hombre de guerra. Inclusive, según El Jaber, el dios que se construye este hombre, luego devenido protestante, es un dios de guerra, un nombre que se invoca para explicar cierta fortuna en un enfrentamiento o para encomendar a los caídos en batalla. Pero, en esta particularidad de su prosa, también aparece la idea de que se está luchando contra un rival digno, difícil de vencer y con mayores ventajas que los europeos en el manejo de sus soldados y del espacio.
La representación que hace Ulrico de las diferentes tribus indígenas es bastante particular. Los nativos no aparecen dóciles, sino con la capacidad de engañarlos, de tener una estrategia. ¿A qué se debe este punto de vista?
–Ulrico es un conquistador hecho y derecho, tiene una mirada claramente eurocéntrica. Pero, aún así, puede ver algunas cosas particulares. Así como puede ver cierta belleza en las mujeres locales, percibe al indio como alguien digno en la batalla. Hay cierto reconocimiento del poder del otro, de la capacidad artera del otro, de su estrategia, que excede claramente cualquier tipo de clisé anterior. Las estrategias indígenas para resistir la embestida europea, o el hecho de que los indios sepan que cuentan con un as bajo la manga en lo que se refiere a la información geográfica que ellos no tienen, bueno, eso es precisamente encontrar en el otro a alguien con capacidades a la hora del encuentro bélico. Excepto por los arcabuces, uno podría pensar que los europeos son los que están desvalidos, los que no tienen plan ni estrategia. Cuando los relatos de este período trabajan muy dicotómicamente, no hay mucho que nosotros podamos hacer. En cambio, cuando esas dicotomías caen, se desestabilizan, ahí nosotros podemos decir algo, podemos intervenir, porque lo discursivo gana terreno. Podemos leer entonces los conflictos internos entre los indios, ya por fuera del modelo homogeneizador de la mirada europea. Eso es una mirada de avanzada, me animo a decirlo así. Creí, en su momento, que algo tenía que ver con su origen, con el hecho de ser alemán, y me puse a revisar otros cronistas alemanes del período. Hay otros dos, además de Schmidl: Federmann y Staden. El viaje de Nicolás Federmann a Venezuela es un relato recalcitrante, típico de lo que sería un conquistador europeo en tierra latinoamericana. El de Staden, por otro lado, está fuertemente marcado por la religión: la idea de un religioso puesto entre indios herejes, alguien que lucha contra idólatras. En Schmidl no pasa eso. El hecho de no estar tan ligado al modelo del alemán mercenario, como el relato de Federmann, ni la figura religiosa del relato de Staden, hace que Ulrico Schmidl esté en una especie de figura intermedia, algo que hace a su relato mucho más rico en comparación.
¿Qué hay en este texto que se repite en diferentes momentos de la literatura argentina, o incluso de la idea que tenemos de nuestro país?
–Yo creo que se instaura un lugar particular que va a tener la espacialidad en la literatura argentina. Digo, está en Sarmiento, en el primer capítulo de Facundo. Pero no tenemos aquí el desierto romántico, porque es un espacio muy poblado, pero la centralidad del espacio sí es algo que llama muchísimo la atención. Es algo muy poco común: no por ser un relato de viajes uno puede esperar este tipo de comentarios. Casi te diría que el protagonista es el espacio, y todo lo que sucede es concomitante al espacio que se va descubriendo. Pero creo que el libro de Ulrico también impone una idea típica de la Argentina y su propia superación. El fracaso está en el origen: ni oro ni plata, nada de lo esperado. Sin embargo, hubo otras riquezas, eso cuenta Ulrico, la decepción pero también el deseo. Creo que ese es el plus de su trabajo, quizás por eso también tuvo la repercusión que tuvo cuando salió, repercusión que sigue teniendo hoy en día. Era necesaria esta edición. Aquí tenemos la visión de un hombre, de un mercenario, y de un viajero: individualidad, política, viaje y narración, todo reunido en el mismo libro.