En las hogares de la década del 90 y comienzos de los 2000, la llegada de Internet fue posible solamente con una conexión telefónica conocida como dial-up, lo que era sinónimo de dos cosas: soportar los sonidos increíblemente molestos y no poder hablar por teléfono al mismo tiempo. Dos décadas más tarde, nada de eso ocurre, pero... ¿por qué era tan ruidoso conectarse a Internet?

Los primeros módems iban a velocidades de 14.4 Kbps (Kilobits por segundo), luego subieron a 28.8 K y finalmente a la "increíble" velocidad de 56.8 Kbps, que era lo máximo a lo que se podía esperar por entonces.

Para conectarse a internet, primero había que asegurarse que nadie estuviese al teléfono, luego se oprimía a un botón que decía “Conectar” en una ventana gris de Windows 98 y empezaba el concierto "intergaláctico".

https://www.youtube.com/watch?v=gsNaR6FRuO0

Este ruidoso proceso se conoce como handshake (apretón de manos en inglés) porque era el comienzo de una "conversación" telefónica entre dos módems.

La conexión se iniciaba con una llamada a un número proporcionado por el proveedor de Internet que tuviéramos contratado; una vez abierta la comunicación, se negociaban ciertos parámetros y se creaba un circuito virtual que generaba el acceso a Internet. Todo esto ocurría en una red diseñada originalmente para el habla humana, o sea, la línea telefónica.

Los ruidos del módem 56 K

Lo primero que se escuchaba era cómo nuestro módem llamaba al módem del proveedor. Lo hacía con el mismo sistema que continuamos usando los humanos al llamar por teléfono: la marcación por tonos.

Al cabo de unos segundos aparecía el módem del proveedor, que contestaba en un tono distinto -uno que nuestro módem era capaz de comprender- y le preguntaba cuáles eran sus capacidades. Entonces se producía un breve intercambio en binario conocido como “transacción V.8 bis”.

Terminado ese intercambio de datos, el módem del proveedor abordaba el problema de la supresión de eco. Los módems son un sistema full duplex, lo que significa que pueden "hablar" al mismo tiempo.

En ese momento era cuando se producían esos pitidos tan agudos que sonaban hacia el final del "apretón de manos": los módems estaban enumerando sus modos de modulación compatibles con el fin de encontrar uno que ambos conocieran.

Después sondeaban la línea con tonos de prueba para ver cómo respondía la señal a las diferentes frecuencias, y por último intercambiaban sus resultados para comprobar cuánto se atenuaba la señal en cada caso y decidir cuál era la velocidad más adecuada para cada módem.

Cuando se oía un zumbido fuerte, como la lluvia de un televisor, era que estábamos terminando.

Los módems habían codificado ya sus datos con una fórmula de aleatorización especial que haría que la distribución de potencia fuera más pareja y no hubiera patrones demasiado complejos a la hora de realizar la transferencia. Solo restaba intercambiar una serie de unos en binario y ajustar sus ecualizadores para asegurarse de que estaban escuchando la señal entrante de la manera más óptima.

Justo después de eso, nuestro módem silenciaba el altavoz y empezaba con la transmisión de datos. Estábamos conectados a Internet.