Sorprendió a muchos las declaraciones de la Alta Comisionada por los Derechos Humanos ante las Naciones Unidas, Michelle Bachelet, cuando expresó su preocupación por los derechos humanos en la provincia de Formosa, en nuestro país.
La comisionada lo hizo ante un pedido de la oposición del diputado Mario Negri, que alarmó a la comisionada en tanto a supuestas violaciones a los derechos humanos en la provincia norteña.
Pero los dichos de Michelle Bachelet reivindicó la rapidez con que la Argentina respondió a las preocupaciones que se expresaron desde las Naciones Unidas.
Este hecho le dio pie a la oposición para asegurar que Michelle Bachelet condenó la violación a los derechos humanos en la provincia de Formosa. Al mismo tiempo, el oficialismo salió rápidamente a decir todo lo contrario: el canciller Felipe Solá dijo que "Michelle Bachelet está reconociendo el trabajo realizado por la Argentina".
A esta altura estamos acostumbrados a estas idas y vueltas. Lo importante es que este hecho nos sirve para poder analizar el rol de algunos organismos internacionales y sus sedes en distintos países del mundo.
Sin querer generalizar, muchas de las organizaciones que se constituyen en el mundo y en la región, particularmente en defensa de la libertad de expresión, la libertad de prensa, el cuidado por los derechos humanos, las condenas a los conflictos bélicos, mayoritariamente no son otra cosa que un instrumento del propio orden que se impone en el mundo y que busca regular, controlar, que nadie se vaya de ese orden.
Lejos de ser garantes independientes de esas libertades y esos derechos de la humanidad y de los países a su soberanía, a construir espacios de justicia, a ejercer derechos, a luchar por ellos, se constituyen en instrumentos del statu quo dominante.
La OEA en manos del golpista, corrupto y criminal de Luis Almagro es un caso ejemplar. La OEA en la región se ha transformado en el vocero de los Estados Unidos. Y lo hace bajo sus parámetros de derechos humanos, de libertad y de democracia.
Algo similar pasa en las Naciones Unidas. Ordenan al mundo bajo los parámetros del pensamiento único de ese mundo ordenado por unos pocos. Entonces llaman libertad al libre accionar del mercado, pese a que este mercado somete a la esclavitud del hambre y de la desigualdad a millones de seres humanos.
Llaman democracia a los gobiernos elegidos por el pueblo pero cuando ese pueblo se vuelca con su voto hacia la derecha. Llaman democracia a la meritocracia.
Ahora, si ese pueblo vota hacia lo colectivo, hacia lo soberano, hacia la justicia social bajo un gobierno popular, lo llama de inmediato populismo, demagogia o van por más directamente lo llaman dictadura según a quién le toque pasar el informe.
Llaman derechos humanos al respeto de las vías, de los mecanismos, de los ejercicios más básicos de los que mandan, de quienes ordenan, de quienes ostentan el poder. No hay humanos ni derechos en los bombardeados. Parece que siempre hay derechos en los que bombardean.
El poder del capitalismo del mundo tiene como ejercicio y le va bastante bien permanentemente confundir a la víctima y a los victimarios. Parece que para estos organismos del orden dominante no hay víctimas en los refugiados. Las víctimas son aquellos que viven en países a los que los refugiados llegan desesperadamente.
Para esos organismos no hubo golpe en Bolivia, ni en Honduras, ni en Brasil. Las condenas son solo ya para los condenados de siempre, para los condenados por el mercado.
Lo que está claro es que muchos de estos organismos solo buscan mantener un statu quo establecido. Acá lo podemos explicar fácilmente.
El orden neoliberal es una gran farsa, sostenida por pequeñas farsas y minúsculos farsantes que nos entretienen a diario y nos hacen creer que son la vara ética y moral de la humanidad.