La segunda temporada de Animal Kingdom (hoy a las 22 comienza a emitirse por AMC), refuerza las clavijas dramáticas y estéticas insinuadas en su comienzo, para mostrarse sin tapujo alguno como un hijo bastardeo entre la serie Sons of Anarchy y la inolvidable Punto Límite (Kathryn Bigelow; 1991). Porque los Cody preferirán las tablas de surf a las motos choperas pero siempre serán un clan con sus propias reglas. Grupo dedicado al crimen en Baja California y cuyos miembros, por si fuera poco, son adictos a la adrenalina, el sexo y el alcohol. ¿Y quién domina a la manada? La matriarca interpretada por Ellen Barkin, es una vieja leona de sex appeal sin fecha de vencimiento y que alienta a los suyos para que sigan la senda fuera de la ley. La entrega se basó en una exitosa película australiana de 2010 por la cual su protagonista, Jacki Weaver, estuvo nominada a los premios Oscar. En esta segunda temporada, conformada por trece episodios de una hora, la serie parece haberse liberado de la coraza original para tomar su propia forma. Claramente el giro –sin ser en u– va por mayor acción y menos melodrama.
Otro de los cambios pasa por el foco amplificado en toda la estirpe. En un inicio, y con cierta lógica, los ojos del espectador eran los del recién llegado a esa casa. Cuando la madre de Joshua moría de sobredosis, debía buscar refugio en lo de su abuela, Smurf, quien convive con cuatro hijos. Poco a poco, el resto fue tomando la misma envergadura que el benjamín. Pero principalmente esa mujer que puede pavonearse por el barrio con sus tacones altos y pantalones apretados, acariciando la espalda de uno de sus hijos mientras este se arma una raya de cocaína. A Joshua no le quedará otra que sumarse al rebaño, lindar con lo incestuoso y zambullirse en ilícitos. “¿Está todo bien?”, pregunta Smurf en una escena. “Sí”, responde el nieto. “Bueno, entonces tomá tu arma que salimos”, le replica la dama, extraño mix entre Pepita, la pistolera y Graciela Alfano. Los robos podrán ser en joyerías, bancos, bases militares y, para sacarse el gusto nomás, bares de poca monta.
Cada uno de los que rodea a Smurf es un caso clínico o, mejor dicho, de correccional. Baz es su brazo derecho, el más sensato, y a quien ella adoptó de adolescente. Pope, que acaba de salir de prisión, es una bomba a punto de explotar y no parece estar enteramente en sus cabales. Craig es el más duro, hiperactivo y vicioso. Ama correr riesgos. El grupo lo completa Deran, algo apesadumbrado. Quiere ocultar su condición gay. Tíos, hermanos, cónyuges o vaya uno a saber qué tipo de relación los une. Ese es uno de los encantos de la propuesta, como también sucedía en la neozelandesa Top of the lake. Más que familias disfuncionales se muestra otra clase de vínculos sanguíneos y emocionales. “Smurf no ama a sus hijos de una manera tradicional pero los ama en sus propios términos. Los protege. La pasó de mala manera desde que era joven, luchando por sobrevivir. Se imaginó de qué manera podía hacerlo y les pasó esa herramienta a sus hijos”, planteó Barkin. Claro que el vínculo más atractivo sigue siendo el que hay entre esa mujer que ya pasó los sesenta y el chico de menos de veinte. “Entre ellos hay una conexión del tipo Bonnie y Clyde, lo cual se ha visto mucho en cine y tevé pero no necesariamente en gente de esta edad”, planteó Finn Cole, quien encarna a Joshua.
En estos capítulos empiezan a surgir fisuras en el grupo y algunos de los miembros del clan piensan en independizarse. Por otro lado, surgen amenazas externas, por lo que Smurf va a recurrir a sus contactos para conseguir protección. Momento de cerrar filas justo cuando hay grietas entre ellos. “¿Seré una villana por las mismas razones por las que un hombre es alabado? ¿Y sus hijos? ¿Le darán la espalda? Smurf es ambiciosa para sus hijos, y en cierta medida todavía para ella. Ama a estos pibes, aunque todavía no estoy muy segura de que se pondría delante de una bala por ellos”, dijo Barkin.