Producción: Javier Lewkowicz
Para muestra, un limón
Por Mariano Kestelboim *
En un mundo donde realmente existiera el libre comercio imaginario de los manuales de economía, Argentina se beneficiaría por el gran caudal y variedad de sus riquezas naturales y la buena calificación de sus recursos humanos. Lamentablemente, esa no es la realidad. A nivel global, se suceden crónicas crisis de sobreproducción y hay enormes desigualdades. Los países más desarrollados imponen el libre comercio en sus sectores más competitivos y, en cambio, protegen de forma discriminatoria, con inteligencia y también con abusos de poder, donde perciben amenazas. El caso de los limones argentinos en la relación comercial con los Estados Unidos es apenas un botón de muestra de esta situación. Es ilustrativa porque da cuenta de cómo se desenvuelve la economía global en los hechos. Muestra un funcionamiento que está en las antípodas de la visión aparentemente ingenua pero realmente interesada que tienen los economistas liberales.
A poco de estallar la peor crisis económica y social de nuestro país y pese a haber mantenido una política aperturista y “relaciones carnales” con Estados Unidos, el gobierno de ese país decidió en 2001 bloquear, de forma intempestiva y total, la exportación de limones nacionales. Los reclamos y la denuncia en la OMC en octubre de 2012 fueron infructuosos: el mercado permaneció cerrado durante 16 años con una excusa no creíble de protección fitosanitaria. Argentina es el mayor productor mundial de limones y ha exportado en grandes cantidades a otros destinos sin registrarse ningún problema sanitario en todos esos años.
La larga espera para la liberación del mercado parecía que iba a concluir cuando el presidente Mauricio Macri se lo solicitó personalmente a su par Barack Obama en marzo de 2016. La demora en la autorización y luego la postergación por parte de la nueva administración impulsaron la insistencia de Macri en su encuentro con Donald Trump en Washington. Supuestamente, el 26 de mayo pasado Argentina iba a quedar habilitada para exportar. Pero otro reclamo de los productores californianos a la Justicia de su país volvió a trabar el ingreso. Todo ello, a pesar que las exportaciones locales sólo hubieran representado entre el 2 y el 2,5 por ciento de la producción limonera de Estados Unidos.
La notoriedad del caso tomó envergadura por la doble intervención directa entre máximas autoridades de ambos países. La gestión en la embestidura presidencial era desproporcionada en virtud del exiguo monto involucrado. Según el ministro de Producción, se trataba de entre 20 y 50 millones de dólares por año. Apenas el equivalente a entre una décima y una cuarta parte de lo que Argentina pagará anualmente de intereses por la reciente deuda emitida a un siglo.
El bloqueo a esos cítricos es sólo una experiencia que tomó trascendencia y exhibió hasta qué punto puede llegar el proteccionismo de la mayor potencia mundial. Las barreras comerciales de los países desarrollados se repiten en múltiples productos de origen agrícola; arbitrariamente imponen todo tipo de limitaciones (además de prohibiciones, como la del limón y oportunamente la de la carne, son más frecuentes los cupos y los muy altos aranceles). Además de que esas medidas de protección son mucho más fuertes que las que pueden aplicar los países periféricos, sus gobiernos también incentivan la producción con subsidios multimillonarios directos e indirectos vía créditos y compras públicas. Otro aspecto relevante es que, ante eventuales conflictos comerciales, el poder de represalia de sus economías por tener más mercado e influencias representa un factor de peso adicional que desequilibra aun más las relaciones comerciales.
Mientras tanto, los pretendidos paladines del libre comercio en nuestro país ignoran todas esas prácticas de protección desigual y discrecional y se horrorizan cuando Argentina intenta administrar el crecimiento de las importaciones de bienes industriales, bajo el escaso margen residual de protección avalado por la OMC para este tipo de productos. Es llamativo que, en lugar de estudiar y revelar las potentes prácticas proteccionistas que limitan el ingreso de los productos locales más competitivos y su impacto económico, se dediquen a protestar por las flácidas regulaciones que ciertos gobiernos nacionales han intentado implementar con muchos menos recursos que los países desarrollados y en condiciones desfavorables.
* Economista EPPA. Profesor UBA y Undav.
@marianokestel
Hay que abrir la economía
Por Iván Carrino *
La apertura comercial no goza de buena prensa. Al menos no en la Argentina. Lo que sucedió en los últimos años es que la economía nacional se fue cerrando al comercio internacional. Al principio esa movimiento se verificó con la estrategia del “dólar competitivo” durante los primeros años del kirchnerismo. Luego aparecieron una serie de restricciones burocráticas. Finalmente, con las restricciones cambiarias y la arbitrariedad de las DJAI, se terminó construyendo un muro contra el comercio.
Con el cambio de gobierno, muchos se apresuraron a denunciar la salvaje apertura importadora que llegaría de la mano de Macri. Sin embargo, es necesario marcar que esto no sucedió. Lo único que hizo el nuevo gobierno fue liberar el tipo de cambio y este redujo en los hechos los incentivos a importar, ya que con dólar a 15 pesos es más caro adquirir bienes del exterior que con dólar a 9 pesos. A su vez, sustituyó las DJAI por un sistema aprobado por la Organización Mundial de Comercio. Pero lejos estamos de abrirnos.
En primer lugar, porque el 20% de la industria sigue protegido por el nuevo sistema “SIMI”, que implica licencias no automáticas para “sectores sensibles”. En segundo, porque el país está comercialmente integrado plenamente sólo con el Mercosur, grupo dentro del cual todos son partidarios del proteccionismo. Por último, porque de acuerdo con el Banco Mundial, nuestro arancel para productos manufacturados (8,6 por ciento) es el doble que el de Colombia, cinco veces el de Perú, y 13 veces más alto que el de Chile. La Argentina no es un país abierto al comercio. Ni con Cristina Fernández de Kirchner, ni con Mauricio Macri.
El argumento favorito de los enemigos del comercio es que la apertura comercial genera desempleo. Si así fuera, los países que menos trabas imponen a su comercio, más desempleo tendrían. Sin embargo, éste no es el caso. Si tomamos tres de los países comercialmente más libres del planeta según la Fundación Heritage, comprobaremos que el desempleo allí es considerablemente bajo. Hong Kong, por ejemplo, mostró en 2016 un 3,4 por ciento de desocupación; Suiza, 4,6 por ciento; y Singapur, 1,8 por ciento.
Otro dato interesante es que, si ampliamos el análisis, la diferencia de riqueza entre los más abiertos y los más “protegidos” es sustancial. Los que abren sus fronteras tienen un PBI per cápita 5,3 veces más alto que los que las cierran.
La apertura comercial genera riqueza porque permite que la gente compre bienes más baratos y utilice lo que se ahorra para invertir en la economía local. Así, no sólo mejora los salarios reales, sino que aumenta la capacidad de ahorro e inversión. A las empresas también les conviene, ya que tienen más facilidades para abastecerse de insumos y, al mismo tiempo, un mercado más grande para vender.
Como decía Adam Smith, la división del trabajo depende del tamaño del mercado, y a mayor división del trabajo, más especialización, eficiencia y riqueza. ¿Para qué cerrarse e impedir este proceso?
Con el comercio sucede lo mismo: impedir los acuerdos comerciales no es otra cosa que impedir una transacción voluntaria en la cual ambas partes se están beneficiando. Eso implica violentar las decisiones de la gente. Hay que abrir la economía y hacerlo con firmeza. Redundará en una mayor libertad para todos y en una mejora económica sustancial.
* Profesor de Economía Internacional y director de ContraEconomía.