Atardecía en la isla Maciel cuando las Madres llegaron a la capilla Beato Oscar Romero, recién inaugurada en homenaje al sacerdote salvadoreño asesinado por militares el 24 de mayo de 1980. Hebe Bonafini bajó de la camioneta ayudada por Francisco “Paco” Olveira, párroco del lugar desde hace doce años, integrante del grupo de Curas en la Opción por los Pobres que viven en las villas. Hacía años que Hebe no pisaba una iglesia, junto a ella llegaron sus compañeras Pina, Claudia, Chela y Vici. Las recibió un barrio afectuoso que coreaba “¡Madres de la Plaza, el pueblo las abraza!”.
La capilla es una pequeña obra de arte, su interior y el altar están hechos en cartón procesado; hay bellos cuadros pintados en cajas por artistas que viven en la isla. La misa es una ceremonia festiva, con guitarra y cantos alegres, esperanzados, testimoniales.
Hebe abarcó con la mirada el lugar y dijo: “Aquí están mis hijos, en todos los jóvenes que veo, ellos hacían con los sacerdotes del Tercer Mundo lo mismo que hoy hacen ustedes aquí”.
Concelebraron los curas Olveira, Eduardo De la Serna, Ignacio Blanco, Raúl Varela, Juan Carlos Molina, Raúl Gabrielli y el diácono Ricky Carrizo.
Ni bien comenzó la misa, una Hebe sensibilizada se calzó los anteojos, entonó las canciones que leía en hojas que se repartieron y siguió muy concentrada. Cuando llegó el momento de la comunión, la recibió de manos del cura Paco, quien dirigiéndose a las Madres y refiriéndose a la Iglesia como institución, había dicho: “Las hemos hecho sufrir mucho, hoy hacemos lo poco que podemos y queremos hacer mucho más”.
“Me emocioné mucho, mis hijos, como los curas del Tercer Mundo se jugaban la vida, pero no quiero hablar de lo terrible, hay mucho bueno que está pasando, esta misa, los cantos. Fue muy fuerte, me llegó muy hondo, y por eso les dije a las Madres que vinieran las que creían en lo que íbamos a ver, todavía hay muchas enojadas”, reflexionó.
Desde hace un tiempo, Hebe charla con el cura Paco: “Conocí cómo eran los Curas del Tercer Mundo y ahora los de la Opción por los Pobres. Paco, además de hacer los comedores, les enseña a los chicos a ser solidarios y es una forma de vida, es político lo que hacen. Tenemos una relación especial, no sé si es amistad o cómo se llama, a Molina también lo conozco mucho y a los demás”.
Pero Hebe sigue esperando y exigiendo que la Iglesia como institución se exprese sobre lo ocurrido durante la dictadura: “Las Madres queremos que la Iglesia reconozca lo qué pasó. Cuando vino este Papa le escribí y le dije que la única necesidad de las Madres es esa, ni siquiera les decimos que pidan perdón. Queremos una misa en la que reconozcan que los desaparecidos viven en otros que luchan y que la Iglesia nunca habló de los asesinatos de los palotinos, de las monjas francesas y los demás. Él me propuso hacer una misa en Santa Marta, privada, con gente que yo invite, pero le dije que no, que lo que queremos es una misa abierta. Vamos a ver qué me contesta”.
–Fue fuerte su encuentro con él, ¿no?
–Y sí, el 24 de mayo del año pasado, fue impresionante. Dos horas y cuarto estuvimos. No fui a hablar de las Madres, sino de lo que pasaba en el país. Le di un cuaderno escrito con un pingüino en la tapa. Quería darle detalles, porque él sabía lo que pasaba. Yo averiguo todo: qué pasa con el pan, los precios, cuánto vale el más barato, el duro y pesado como el plomo que comen los pobres, y cómo es el de los ricos…
–Pero antes te habías enojado con él...
–Sí, le pedí disculpas porque sé que a veces me fui de boca, me dijo “no, dejémoslo ahí...”, quería decirle que a veces exageré. “¿Sabés lo que pasa?, es que todos a veces nos equivocamos”, me respondió. Me agarró la mano, le conté todo lo que estaba pasando acá, la violencia, los despidos, cada vez más pobres, todo, y cuando terminé dijo “te voy a acompañar hasta la puerta, que es algo que nunca hice”, y me di cuenta de que me había olvidado los rosarios que me dieron las Madres que creen para que él los bendijera, pero me contestó “no te aflijas, a larga distancia sirve igual”. Es muy piola el tipo, me escribió cuando me procesaron.
–¿Comulgaste? ¿Hacía mucho que no comulgabas?
–Sí, lo tomo como el pan de la amistad, teníamos una Madre que era muy religiosa, María Ricci, nosotras no comulgábamos y ella nos traía un pan que bendecía el cura de su iglesia y nos daba un pedacito a cada una. Así lo sentí, así lo tomé, así lo había conversado con los curas. Ellos son tipos muy jugados y me parece que nosotras que hemos hecho tanto tenemos que reconocerlo.
–¿Hacía mucho que no ibas a una misa como la de Maciel?
–Antes iba con mis hijos... Y después fuimos mucho a las misas a joder, a protestar... Pero en el 85 u 86, en Brasil, en Guatemala, había curas del Tercer Mundo dando misas en chozas, ahí también fui y ya habían desaparecido los chicos. En Nueva York hicieron una misa para nosotras, era un negro grandote el cura, hablaba en español, y me pidió que hablara y hablé, la gente lloraba, aplaudía. Y en Italia estuvimos en una iglesia en la montaña, con las mujeres con vestidos y medias negras. Y pensé que esas mujeres no podían seguir vestidas de negro, sus muertos habían ido a la guerra obligados, y les recordé que ellos entregaron su vida para que los que quedaron vivos estuvieran ahí. Para mí es así, todos los pibes que había el otro día en la cancha de Arsenal son nuestros hijos vivos, se reproducen. No puedo pensar que mis hijos son huesos tirados en un pozo... pero bueno, eso es una elaboración de años.