Media Rosario despotrica contra Javier Pinola porque decidió irse a River. Las páginas de Facebook de sus hinchas destilan bilis por su partida. El presidente de Central, Raúl Broglia, pide quemar en una plaza pública a su colega Rodolfo D’Onofrio. Entre tanta bronca, el club retira una gigantografía del defensor sobre la puerta 6 del estadio de Arroyito. Es lo más leve. Pero lo grave sucede cuando uno, dos o más barrabravas pintan amenazas y agravios sobre las paredes del colegio alemán donde estudian los hijos del futbolista transformado en paria. Esta secuencia sin cortes describe un clima que pasa de la exaltación a la violencia sin escalas. Ocurre en la segunda ciudad del país. Podría haber sido en otra. No importa. Aunque se intenten todas las exploraciones posibles, es más de lo mismo. Dante Panzeri regresa siempre vigente con algún pensamiento: “El espectáculo más obsceno y violento en su círculo multitudinario”, decía de nuestro mayor deporte.
Ninguno de los hechos mencionados aconteció adentro de una cancha. Ni en la de Central ni en la de Newell’s. Tampoco fueron producto de los desbordes de un clásico que, en Rosario, se vive como en la antigua Roma. A veces es imposible distinguir quiénes son los gladiadores y quiénes las bestias que luchan con ellos. Desde allá nos dice un jugador esclarecido que hizo inferiores en el club del Parque Independencia: “La hinchada no puede ser la contención para una vida que no encuentra su destino”. Estimula a pensar. Podría cambiarse el sustantivo hinchada por otro: fútbol. Y aunque el juego no tiene la culpa de las miserias que lo rodean, con apenas repasar las páginas de Facebook, los sitios futboleros y los foros transformados en trincheras anónimas, en todos se respira una obstinada violencia que no cesa.
El caso Pinola volvió a poner en blanco sobre negro el descontrol de los fanáticos y su dialéctica del insulto. No se guardaron nada. En el Facebook Canalla a muerte, que tiene casi 31 mil seguidores, los ataques superaron a las defensas en ese partido imaginario donde se juzgó la decisión del jugador que no llegó a despedirse. Porque los hinchas escribieron que le reprochan eso. Cómo se fue, antes que el motivo por el cual abandonó a Central. Ni siquiera llegó a jugar el último partido como local. Lo expulsaron a los 9 minutos de la derrota contra Banfield. Hay hinchas que lo acusaron de haber adelantado su salida de esa forma. También lo critican porque el club no recibirá el dinero que hubiera pretendido. Se ejecutará la cláusula de rescisión de 1.500.000 dólares. Un requisito que por lo general exigen los futbolistas para asegurarse la movilidad laboral. Pinola la hizo valer para sumarse al plantel de River. Tiene 34 años. En Rosario era ídolo para miles que ahora lo atacan por despecho.
Hubo quienes fueron más lejos. No usaron el Facebook, pero sí la brocha gorda para pintar en las paredes del Colegio alemán Goethe: “Pinola traidor” y “Ojo por ojo”. Ahí estudian los hijos del defensor, en la calle Tucumán, entre Italia y España. Los mensajes no fueron el único argumento intimidatorio. Manos por ahora anónimas –y que podría inferirse seguirán así– prendieron fuego a neumáticos de automóvil sobre la vereda del instituto educativo. Está ubicado a pocas cuadras del centro de Rosario y es privado. El futbolista jugó diez años en el Núremberg alemán. La elección para sus hijos era previsible.
El ataque contra el colegio aceleró los tiempos de la retirada de Rosario. Su esposa Mariela apenas pudo despedirse de sus vecinos con un mensaje de wathsapp: “…las amenazas a mis hijos, nos obligan a tener que irnos por un par de días. Perdón por no poder despedirnos de ustedes como corresponde, pero mis hijos están en el medio. Fue un placer haberlos conocido y compartir tantos momentos”.
La salida de Pinola de Central fue la más conflictiva, pero no la única que ocasionó problemas. Cuando se fue Marcelo Larrondo en julio del año pasado, los dirigentes rosarinos criticaron con dureza la actitud de sus pares de River. También se ocuparon del delantero: “Central le dio un nombre, el Chacho (por Eduardo Coudet) lo recuperó físicamente, tuvo un semestre muy bueno, pero no cumplió su palabra”, dijo en ese momento el vicepresidente Ricardo Carloni. Mucho peor la pasó el lateral Víctor Salazar. Lo amenazaron de muerte cuando el club de Núñez se interesó en su pase. Los medios elegidos para intimidarlo fueron sus cuentas de Twitter e Instagram: “Que no te cruce por la calle porque no vas a servir ni para pedir monedas” le escribieron en la última red social.
Los fanáticos que solo tienen la libido puesta en el fútbol amenazaron mimetizados en el anonimato. Pero el presidente de Rosario Central, Raúl Broglia, pidió de manera pública una hoguera para su colega de River: “A mí me molesta la gente que habla de honestidad y después no actúa honestamente. Es la tercera vez que D’Onofrio actúa así. Nos pasó con Larrondo, Salazar y ahora con Pinola. Yo lo que dije es que a la gente que actúa mal la tienen que quemar”. Después se arrepintió y le pidió disculpas: “Estoy bastante mal. Me equivoqué profundamente, no puedo decir eso. No lo pienso por nada del mundo ni que haya que quemarlo ni que sea deshonesto”.
Broglia y otro vice de Central, Luciano Cefaratti, se solidarizaron con Pinola por las pintadas en el Colegio Goethe: “Son cuestiones que uno repudia enérgicamente, porque las ha vivido, y sabemos lo que significa para uno y para la familia”, comentó el segundo en declaraciones radiales.
Ese tono ya más respetuoso no impidió alguna represalia menor contra el defensor. Cuando ya se habían producido las amenazas en la escuela, la comisión directiva ordenó que se quitara la imagen de Pinola de una gigantografía publicitaria que se encontraba frente la puerta 6 del estadio. Aparecía en la foto con Marco Rubén cruzado de brazos auspiciado por la marca de la pipa. Si todavía queda en pie alguna imagen del jugador –como la que aparece en la página oficial del club con la camiseta– será por poco tiempo. En Central quieren borrar toda señal que haya dejado a su paso por Rosario. La ciudad donde el fútbol vive intoxicado de violencia.