Los dichos misóginos, machistas de Fernando Iglesias y de Waldo Wolff sobre Florencia Peña y su reunión con el presidente, debieron abrir varios debates.
Por supuesto que no es un debate el hecho de que el machismo, la misoginia, es estructural en nuestro país. Eso no forma parte ya de un debate, forma parte de una triste realidad que hay que combatir desde todo punto de vista.
Pero si da la oportunidad para abrir otros debates y uno de ellos tiene que ver con la libertad de expresión. Tiene que ver con animarnos a poner en discusión qué entendemos como sociedad acerca de qué es la libertad de expresión.
Muchos de los que han dicho estas barbaridades de Florencia Peña y otras mujeres se excusan detrás de la libertad que cada uno tiene de expresarse y de la libertad que cada uno tiene que interpretar el cómo está diciendo lo que dice y el porqué lo está diciendo.
Algunos dirigentes del PRO salieron a asegurar que este era un chiste y que bueno, en todo caso todos tienen derecho a hacer un chiste claro. Es muy delicado discutir la libertad de expresión porque automáticamente la idea que aparece es la idea contraria que es la censura.
Yo quiero preguntarme si como sociedad no debemos colectivamente prohibirnos casi recíprocamente atravesar determinados límites. Que esa prohibición no siempre la imponga un marco legal, sino que esa prohibición surja a partir de acuerdos colectivos y sociales que marquen limites que no se puedan traspasar.
No puede ser que en la Argentina haya quienes crean que pueden acusar a una mujer de ir a la Casa de Gobierno a tener sexo porque se les cante o porque están haciendo una campaña.
No puede ser que cualquier imbécil niegue a los 30 mil detenidos desaparecidos por una cuestión de maniobra política o porque entiende que le es conveniente para una coyuntura determinada.
Es cierto lo que alguna vez dijo por otro caso el diputado Carlos Heller cuando aseguró que el límite del opresor es el oprimido. El límite a todo esto lo debemos poner colectivamente como sociedad y no tolerar este tipo de hechos.
Estos relatos se instalan, algunos lo legitiman, otros lo condenan, pero tarde o temprano se van naturalizando, entonces construimos una sociedad donde nos acostumbramos a decir o a escuchar determinadas sin indignarnos.
Estoy de acuerdo con el pedido de expulsión para Fernando Iglesias porque debemos encontrar límites institucionales. No todo vale ni en el accionar político y social, ni en el discurso político y social.
No podemos creer que la libertad es la posibilidad individual de hacer, de decir lo que uno quiera, cuando eso que digo que hago daña a otro. Hay que abrir las discusiones y hay que decir con claridad "Fernando Iglesias, usted no puede decir lo que quiera".
La democracia se basa no sobre la libertad de hacer lo que se quiere, sino sobre la libertad colectiva que se recuesta sobre el respeto por el otro y el respeto colectivo.
Esto me parece que son desafíos para pensar en un proceso de una batalla cultural. Encontrar una autolimitación consensuada por la sociedad para que luego no sea impuesta arbitrariamente por nadie.
Claro, no todos van a compartir este consenso. Pero en todo caso, también será parte de una disputa para convencer, para seducir y para construir una sociedad que sea más respetuosa con ella misma y, sobre todo, con la humanidad que la integra.