Estampitas, rosarios, flores, peluches y velas. Son algunos de los elementos que más se repiten en la pequeñísima galponcito que se ubica en el kilómetro 129, de la Ruta Nacional 12, camino a Chajarí: el lugar donde murió Myriam Bianchi, la maestra jardinera de Villa Devoto a la que le gustaba la cumbia y se convirtió en Gilda o "Santa Gilda" para quienes creen que hace milagros.
Bianchi era una maestra, madre y esposa de clase media que soñaba con cantar. Que escuchaba a Luis Alberto Spinetta, Sui Generis, Tina Turner y en los 90' se encontró con la cumbia sin buscarla. Un día abrió el diario y se interesó por un casting para una banda tropical, donde se encontró con su mentor “Toti” Giménez y hoy portavoz de su historia en los programas de TV.
Dejó el camisolín, se puso las botas de cuerina blanca, la minifalda y salió a recorrer las bailantas con su música. Era "flaquita" para la escena de la cumbia, que no abundaba de mujeres pero las que estaban cumplían con un riguroso estereotipo voluptuoso.
La cantante tiene un santuario en la precisa ubicación en la que el 7 de septiembre de 1996, ella, sus hijos y los miembros de su banda sufrieron un trágico accidente que terminó con la vida de Gilda, su hija Muriel, su madre Tita, el chofer del micro y tres de sus músicos. Allí es donde vive el mito popular, que ella no cultivó pero nació tras su muerte y la hizo crecer en popularidad.
El santuario, los milagros y la santificación
Lo curioso es, que el monumento se originó como "un monolito, un lugar donde poder recordarla", según aseguró a Télam Carlos Maza, herrero y dueño del predio en 206. Fue la gente, sus seguidores, los que creen que "hace milagros", los que transformaron el espacio en un santuario. Lo que llevaron ofrendas, adornitos, imágenes y lograron un santuario colorido, florido, tal como la corona de flores que usa Gilda en "Corazón Valiente", que el dueño tuvo que ampliar a una glorieta y luego agregar un galpón.
El mismo Maza vivió el mito: "Mi segundo hijo nació con cáncer y pocos días antes de la cuarta operación, veo en la tele a una nena llorando que contaba que su madre se había curado con Gilda. En ese momento pensé: ¿Por qué no a mí?".
Y agregó: "No tengo una explicación. Simplemente me aferré a eso, a prometerle que si mi hijo salía bien yo me iba a encargar de que su lugar estuviera siempre lindo. Hoy pienso que todos tenemos una misión".
Una de las historias más conocidas sobre la santificación de Gilda, fue la que incluso se reflejó en la película de Lorena Muñoz sobre su vida que protagonizó Natalia Oreiro. Ocurrió dos años antes de la tragedia, en 1994. Los rumores dicen que entre el público que la escuchaba durante un show vio llorar a una nena. Cuando terminó de cantar, la buscó, se acercó y la niña le contó que su mamá había estado al borde de la muerte pero que se había salvado por escuchar una y otra vez una de sus canciones.
Ahí mismo, le pidió que le tocara la cabeza porque estaba convencida de que así podría curarse de su diabetes, algo a lo que ella accedió después de mucho insistirle.
Otro de los relatos que rodean al mito surge en torno al título "No es mi despedida" de su última canción, que quedó grabada en una cinta casera y presuntamente, encontrada “de milagro” al lado de la ruta. Este rumor hizo crecer la teoría de que la cantante había "anticipado su destino" y dejado el tema como testimonio de su "adiós".
Un fenómeno que trasciende clases
Gilda no fue tan famosa en vida. Con su muerte, su popularidad se disparó y su música creció alentada por el boom cumbiero de la segunda parte de los años 90' y principios de los 2000. Con el nacimiento de la llamada "cumbia villera", originaria de los barrios marginales de la Ciudad de Buenos Aires, ilustre de la pobreza que dejó el neoliberalismo; las canciones de la "reina" de la cumbia traspasaron las fronteras de la capital y los límites de clase. Hoy los hinchas transforman sus temas en canciones de cancha, se escucha en los barrios y hasta se baila en los casamientos más "top" de Nordelta.