Hoy, 8 de septiembre se celebra el Día de la Alfabetización. La fecha se estableció en el año 1967, según cuenta la UNESCO con la intención de “recordar la importancia de la alfabetización como factor de dignidad y de derechos humanos".
Esto es lo que dicen en sus declaraciones formales los voceros del poder de occidente. Notable esto de tener que ponerse una fecha para "recordar" el derecho a la educación más básica, leer y escribir, para no quedarse afuera de todo, para poder compartir este código común que hemos construido y se llama lenguaje. Y, más notable, aún obviar el hecho que allí donde hay ciudadanes analfabetos, que no han recibido esa educación básica, es porque hubo un Estado que se retiró, o peor aún: que nunca asumió como propia la tarea de llevar el lenguaje formal a todos y todas las ciudadanas de la tierra que gobierna.
En este año 2021 el lema es “Alfabetización para una recuperación centrada en las personas: reducir la brecha digital”. Esa brecha que quedó expuesta cual fractura como consecuencia de la pandemia. Avisale a Larreta, que duerme tranquilo teniendo a miles de niñes sin computadoras en la ciudad más rica del país, y preguntale de paso si está colaborando en algo para reducir esa "brecha digital".
Pensaba, mientras escuchaba discursos de cierre de campaña en esta patria tan agotada de egos, tensiones y supuestas grietas, en esas personas puro corazón y vocación que dedican su vida a alfabetizar. Porque hoy, más que pensar en la alfabetización, me dan ganas de pensar en quienes desde el territorio trabajan y hacen la diferencia. Y esas personas son las, los y les alfabetizadores.
Como en aquella gesta épica y maravillosa de la Revolución Cubana, idea del Che, que invitó a la juventud a adentrarse en la selva y en las sierras para llevar el lenguaje escrito a todos y cada uno de los y las cubanas. Y por si alguien tiene dudas, sucedió mucho antes de que la UNESCO se acordara de la importancia de alfabetizar. Cuba fue declarada Territorio Libre de Analfabetismo sobre finales de 1961, tras un año de entrega amorosa y heroica de su juventud, pura empatía y sentido de lo colectivo. Qué lejos que estamos como sociedad de semejante inspiración.
Pero debemos saber que, por suerte, la patria está llena de gente que todos los días hace la diferencia. Aunque claro, no salen en las noticias, no tienen prensa ni premio, y sin embargo todos los días transforman vidas, cada día, en cada letra, con cada palabra, propician dignidad. Y hoy quisiéramos decirles gracias.
Silvio Rodríguez, quien fuera alfabetizador en los primeros años de la nueva Cuba, decía en un hermoso documental llamado "Mi primera tarea": "Dale a la juventud una epopeya por realizar y se la comen, los jóvenes lo que quieren es tareas grandes y nobles que los hagan crecer. Si tienen una epopeya a la vista, vamos por ella"
¿Te suena familiar, verdad? No hace tanto vivimos algo así en esta patria y hoy, a horas de urnas como siempre decisivas, andamos con ganas de poder reeditarlo ni bien la pandemia retroceda. Porque la revolución empieza creyendo que la transformación es posible.