En la II Feria del Libro de Cajamarca, el Premio Nobel de Literatura y referente de la literatura contemporánea, Mario Vargas Llosa fue consultado por su vínculo con la religión. En ese momento, el escritor contó lo vivido en su adolescencia como estudiante del Colegio La Salle de Lima, cuándo fue víctima de abuso sexual por parte de uno de los Hermanos de la institución.
A partir de la pregunta del moderador, William Guillén Padilla, sobre el título de su más reciente novela Tiempos recios que refiere a la lectura de Santa Teresa de Jesús, quien en uno de sus versos dice 'e iban a mí con mucho miedo a decirme que andaban los tiempos recios', ¿Me preguntaba, Mario, si usted está buscando a Dios?"
"Yo era muy católico porque había nacido en una familia que era muy católica, muy practicante, y lo fui hasta los 12 o 13 años cuando tuve un incidente con un hermano del Colegio La Salle en el que estuve", comenzó diciendo Mario Vargas Llosa.
El relato de Mario Vargas Llosa
"Fue un incidente, digamos, de origen sexual. Este hermano, que era un hermano que había sido profesor nuestro en el sexto de media, era el único hermano francés que había en el Colegio en Lima, que había sido un muy buen profesor. Sin embargo, yo fui un día, después de la distribución de las libretas -claro, el colegio estaba vacío- y este hermano me llevó al quinto piso -me parece que era el quinto piso- al que no podíamos entrar los estudiantes del colegio porque era el piso donde tenían los hermanos sus cuartos", continuó.
"Me acuerdo que este hermano, que estaba muy nervioso, muy colorado, era muy mayor ya, sacó de pronto en su cuarto unas revistas mexicanas que se llamaban 'Vea' y que eran de desnudos, de bailarinas, y a mí me dejó completamente desconcertado. Me dio estas revistas que yo muy asustado empecé a hojearlas, y descubrí que este hermano me estaba tocando la bragueta. Como si quisiera masturbarme. Fue, para mí, un escándalo, y yo me eché a llorar y a gritar, y el hermano Leoncio se asustó mucho, me abrió la puerta, me dejó salir. Me dijo 'Cálmate'", recordó el reconocido escritor.
"Yo le cuento esto porque, curiosamente, a partir de entonces, yo, que había sido un niño muy creyente y que cumplía con comulgar cada primer viernes, en fin, me fui desinteresando de la religión. En un momento yo recuerdo, estando en el Colegio La Salle todavía y antes de entrar al Leoncio Prado, haberme dicho yo mismo 'ya no creo. Yo no creo en nada de ésto'", dijo.
Fragmento de 'El pez en el agua'
En 1993, en su libro de memorias, El pez en el agua (Editorial Seix Barral) Mario Vargas Llosa había hecho público el episodio de abuso sexual del que fue víctima a sus 12 años.
“No pude ir a recoger la libreta de notas, ese fin de año de 1948, por alguna razón. Fui al día siguiente. El colegio estaba sin alumnos. Me entregaron mi libreta en la dirección y ya partía cuando apareció el Hermano Leoncio, muy risueño. Me preguntó por mis notas y mis planes para las vacaciones. Pese a su fama de viejito cascarrabias, al Hermano Leoncio, que solía darnos un coscacho cuando nos portábamos mal, todos lo queríamos, por su figura pintoresca, su cara colorada, su rulo saltarín y su español afrancesado. Me comía a preguntas, sin darme un intervalo para despedirme, y de pronto me dijo que quería mostrarme algo y que viniera con él".
"Me llevó hasta el último piso del colegio, donde los Hermanos tenían sus habitaciones, un lugar al que los alumnos nunca subíamos. Abrió una puerta y era su dormitorio: una pequeña cámara con una cama, un ropero, una mesita de trabajo, y en las paredes estampas religiosas y fotos. Lo notaba muy excitado, hablando de prisa, sobre el pecado, el demonio o algo así, a la vez que escarbaba en su ropero. Comencé a sentirme incómodo. Por fin sacó un alto de revistas y me las alcanzó".
"La primera que abrí se llamaba Vea y estaba llena de mujeres desnudas. Sentí gran sorpresa, mezclada con vergüenza. No me atrevía a alzar la cabeza, ni a responder, pues, hablando siempre de manera atropellada, el Hermano Leoncio se me había acercado, me preguntaba si conocía esas revistas, si yo y mis amigos las comprábamos y las hojeábamos a solas. Y, de pronto, sentí su mano en mi bragueta. Trataba de abrírmela a la vez que, con torpeza, por encima del pantalón me frotaba el pene. Recuerdo su cara congestionada, su voz trémula, un hilito de baba en su boca. A él yo no le tenía miedo, como a mi papá. Empecé a gritar “¡Suélteme! ¡Suélteme!” con todas mis fuerzas y el Hermano, en un instante, pasó de colorado a lívido. Me abrió la puerta y murmuró algo como “pero por qué te asustas”. Salí corriendo hasta la calle”