“Me interesa su mirada descontracturada porque reconstruye la historia de dos hombres y no de dos cachos de bronce”, dice el actor y director Arturo Bonín, refiriéndose a la obra de Guillermo Salz, Un minué para el desierto argentino, que está presentando bajo su dirección en el Centro Cultural Caras y Caretas (Venezuela 330, sábados y domingos a las 20). Se trata del singular encuentro que reúne al tucumano Juan Bautista Alberdi y al sanjuanino Domingo Faustino Sarmiento, interpretados respectivamente por Mario Alarcón y Juan Carrasco, relacionados en escena gracias a los oficios de un músico, a cargo de Félix Torre, encargado de interpretar algunas piezas –minué, pericón, cueca, entre otras– que darán pie a las discusiones y reflexiones que enfrentan a los protagonistas.
“Nos cruzamos en el camino”, explica el personaje de Alberdi, refiriéndose a la ríspida relación que mantuvo con Sarmiento, perteneciente como él, a la generación del ‘37. “Ibamos en la misma dirección, trabajamos para derrocar al tirano, pero Urquiza nos distanció. Yo me puse de inmediato del lado de la libertad; usted, Sarmiento, se fue para el bando de Mitre. Difícil perdonar”. En la puesta de Bonín, el minué federal y su coreografía marcan los cuatro cambios temporales y temáticos que aborda el espectáculo. Primero, los relatos de infancia, luego, las citas al encendido intercambio epistolar que mantuvieron ambos hombres, tras lo cual la fiebre amarilla y la Guerra del Paraguay se convierten en disparadores de discusiones, según precisa el director a PáginaI12.
El título de la obra, que sigue de cerca el título del libro de Tulio Halperin Donghi, Una nación para el desierto argentino, hace mención por un lado, del minué –Alberdi solía componerlos–, y por el otro, pone el foco sobre uno de los temas sobre los cuales no discutieron demasiado los protagonistas, dado que ambos estaban convencidos de la necesidad de habilitar una inmigración europea para poblar el desierto. De hecho, usaron esa palabra para describir el territorio nacional.
Al comenzar a ensayar, el director buscó imágenes de los protagonistas y, según cuenta, le llamó la atención el aspecto sombrío que muestra Alberdi en los daguerrotipos. “Se lo veía muy parecido a Edgar Allan Poe –compara Bonín–, una expresión triste que se entiende al conocer un poco su infancia”. En cuanto al personaje de Sarmiento, el director le pidió a Carrasco que se olvidase de Enrique Muiño, el actor que lo encarnó en el cine: “Lo que yo quería, y ellos lo lograron, es que encontrasen al Alberdi y al Sarmiento que llevan dentro”.
–¿Cómo es hacer teatro de tema histórico?
–Siempre me interesó la historia en el teatro, un juego colectivo que ayuda a despertar dudas o incógnitas. En este caso, es bueno descubrir los defectos y las virtudes de estos hombres. Me gusta pensar esta obra como un cuento, una parábola que hago junto a un grupo de cómplices. Junto al trabajo de los actores, la obra fue completándose. Gracias a esta complicidad, pudimos establecer un código que nos deja relacionarnos con el público.
–¿Cómo fue la relación que efectivamente mantuvieron Alberdi y Sarmiento?
–Se pelaron muchísimo, se chicanearon permanentemente, pero lo hicieron enviándose carta incendiarias, porque estaban lejos uno del otro. O estaban exiliados en Chile o, cuando Sarmiento fue presidente, Alberdi estaba en Europa. Se putearon, pero en latín, porque ambos eran personas muy cultas.
–Alberdi le puso el apodo a Sarmiento de “gaucho malo del periodismo”. ¿Qué pensaba de su forma de escribir en la prensa?
–Alberdi dice que la prensa está para ilustrar y no para atizar el fuego de la venganza, como él pensaba que hacía Sarmiento. Decía que la prensa debe ser una antorcha que ilumina y que en realidad para Sarmiento termina siendo una espada.
–¿Por qué lo dice?
–Alberdi, en la obra, asegura que tenemos la costumbre de mirar la prensa como terreno de la libertad y a menudo es refugio de las mayores tiranías, campo de indisciplina, de violencia y de asaltos vandálicos contra todas las leyes del deber. Dice que la prensa presenta todos los defectos políticos de sus hombres.
–Pero hubo temas en los cuales coincidieron...
–Tenían un punto de vista en común porque los dos eran personalidades de la Ilustración. Ellos coincidían en la necesidad de que el país recibiera inmigración nórdica, de origen sajón. En muchas cosas tenían una mirada parcial, como en el caso de una constitución, que debería ser un compendio de necesidades colectivas. Pero esta estructura de su pensamiento no puede ser juzgada hoy sin tomar en cuenta el contexto en el que vivieron. Ambos, cada cual a su modo, estudiaron y armaron un andamiaje sobre el cual establecer un país.
–¿Cuál es la relación que establece este espectáculo con la realidad actual?
–Tengo la sensación de que hoy estamos como cuando Roca estaba por asumir la presidencia, que es cuando ambos personajes se encuentran en la obra. Hoy se está instalando un gran sentido unitario. Y hay una militarización muy fuerte: el otro día escuché acerca de un informe sobre la compra de armas a Estados Unidos y nuestra relación con países que están en guerra. Por otro lado se está volviendo al formato de país productor de materias primas. Por eso digo que me parece que estamos como en 1880.
* Un minué para el desierto argentino, Centro Cultural Caras y Caretas (Venezuela 330), los sábados y domingos, a las 20.