No ha tenido un prurito jamás, Aquiles Roggero, en aquilatar andares tan disímiles. Solo basta con enumerar que fue tecladista de bandas pop de los ‘60 y ‘70 como Pintura Fresca o Los Prados, pero también pianista formado en los dígitos de Vicente Scaramuzza o compositor guiado por el maestro ruso Jacobo Fischer. Que fue acompañante en gira de gente como Andy Gibb, Richard Clayderman –el hombre récord en vinilos incomparables–, Pimpinela o Cacho Castaña, y también de Víctor Heredia, Luis Salinas o Anacrusa. Que fue, además, el que hizo la música de varias temporadas de Hola, Susana, pero también el que acaba de publicar un disco cuyo eclecticismo refrenda su idea de evitar los prejuicios. “No tengo nada en especial que olvidar y mucho en especial para recordar”, confirma él, como aceptando todo lo que le tocó vivir en el campo musical, sin arrepentimientos funcionales. “Y lo de ecléctico, bueno, puede tener diversos usos. Muchas veces es como decir ‘este tipo metió todo en una batidora y al final logro un resultado híbrido’, pero nada que ver, en mi caso”, se planta Roggero, con un material fresco que calza al talle con la categoría.
¿Razones? Dos, al menos. Una es que por el piano como ruta principal, transitan tangos (“Malena”, por caso), canciones (“Muchacha ojos de papel”), músicas litoraleñas (“Ñangapirí”), piezas del acervo folklórico como “Merceditas”, pero en clave de vals peruano, o temas suyos. La otra, por los músicos invitados, de indudable prosapia popular: León Gieco, Antonio Tarragó Ros, Walter Ríos, Juanjo Domínguez, Franco Luciani, Alambre González, Horacio Cabarcos, Ariel Sánchez, Facundo Guevara... Algo así como un millón de amigos que apuntalan su apertura. “Supongo que algo debo haber hecho en la vida y dentro de ella en la música para que estos talentosísimos artistas y amigos vengan a llenar de magia mi disco”, se ríe Aquiles, que no se llama así por el héroe de la Illíada de Homero sino por su padre, un compositor tan ecléctico como él, a quien el tango le debe la versionadísima “Mimi Pinsón”. Y a quien Roggero hijo le ofrendó “Tango one”.
Las otras piezas que llevan su rúbrica son la romántica “Vals y vienes”; la fogosa fusión que emana de “En la cornisa”, y “Milonga aflamencada” que, pese a su nombre, huele más bien a música del Río de la Plata. Entre las versiones (seis en total), el pianista clásico devenido popular optó por “Malena” y “Nunca tuvo novio” (“son tangos emblemáticos que me gustaron siempre”, enfatiza); “Alas de tango”, la hermosa pieza del tándem Scherman-Gurevich; “Ñangapiri”, “un hermoso poema de Tarragó y su acordeón, que yo llevé del chamamé al vals”, define él, del mismo modo -sintético- en que lo hace con el nombre del disco: Secretos conocidos. “Le puse así porque en el repertorio hay cosas que se conocen y otras que no, como las mías. Y también porque me gustó el nombre, dado que transmite sensaciones. Quiero decir que soy un músico que, entre todo lo que hice en mi vida, también tuve una productora de comerciales durante veinte años y hay cosas que me ‘suenan’. Y este nombre, como la música, también ‘me sonó’”, se ríe.