El 3 de junio de 2015, Matías de Stéfano Barbero acudía a la primera movilización del #NiUnaMenos y se topó con un cartel que dispararía su inquietud por investigar los mandatos de masculinidad y las violencias que ejercen los varones en cumplimiento de ese mandato: “¿Cómo se hace un femicida?”, rezaba la pancarta que llamó su atención.
Su investigación se convertiría, luego en el libro Masculinidades (im)posibles. Violencia y género, entre el poder y la vulnerabilidad, (Galerna) que aborda la pregunta por la construcción de varones violentos, entre otras cuestiones.
“Un violento se forma con violencia, en contra de la idea de que se nace así o que tiene que ver con la genética masculina”, afirmó el Doctor en Antropología y miembro del Instituto de Masculinidades y Cambio Social (MasCS) y de la Asociación Pablo Besson, donde integra el equipo de coordinación de grupos para hombres que ejercieron violencia.
En ese sentido, explicó que la familia, la escuela, el grupo de pares y otras instituciones sociales son aquellos espacios donde se internaliza y reproduce las formas legítimas de ser varón, castigando aquellas que no cumplen con esa norma esperable.
Al respecto, señaló: “Caricaturizamos al varón que ejerce violencia como si fuesen personas poderosas, pero el varón que ejerce violencia es un varón frágil en esa masculinidad que siente que tiene que tener y la estructura social hace que sea muy difícil ocupar ese lugar de poder”.
“Los varones no sabemos gestionar la vulnerabilidad”, remarcó el investigador.
En esa incapacidad para hacer lugar a la propia vulnerabilidad, Barbero identifica un factor clave: el silencio. Es que, generalmente, los varones no hablan de los conflictos que tienen con sus parejas, ni siquiera con sus amigos. La vida afectiva es, simplemente, privada, ya que, a diferencia de las mujeres, cualquier intento de hablar de la misma o mostrar las propias emociones es censurada por sus pares.
“Muchas veces lo que vemos es que no se puede construir el conflicto porque no tienen herramientas para abordarlos porque no se caracterizan por saber construir un conflicto con diálogo, diciendo lo que sienten, reconociendo a la pareja mujer con quien negociar”, señaló.
De allí la importancia de trabajar con los varones violentos en grupo, habilitando la posibilidad de hablar y expresar lo que les pasa adelante de otras personas.
“Se trabaja en grupo bajo la idea de que puedan hablar adelante de otras personas, de otros varones con quien, incluso, no hablan muchas veces, porque mostrar las emociones nos pone frente a la homofobia de nuestros pares que nos dicen 'maricon'”, indicó Barbero.
La meta es que hablar sobre sus emociones sirva de puntapié para luego habilitar ese diálogo ante los conflictos con la pareja. “Se empieza a construir la idea de que se puede resolver un conflicto sin llegar a la violencia, por eso la idea de contraponer conflicto y violencia como cosas antogónicas”, concluyó.