Desde Barcelona
UNO Aquí vienen, casi como yéndose: los niños alguna vez hipnóticos ahora hipnotizados. Arrastrando pies y cargando mochilas durante los últimos y vacíos días de clase, moviéndose con la inercia de gases residuales donde alguna vez hubo combustible líquido y tanque lleno. Rodríguez arrastra a su acalorado hijo pálido hasta la puerta del colegio y ahí lo deja y recoge su sombra horas más tarde. Y los contempla salir como se contempla a un espejismo que alguna vez fue oasis. La onda expansiva y el eco difuso pero aún sonando de la propia infancia, cada vez más lejos en el tiempo pero –más práctica que teoría de la relatividad– sintiéndose como imposiblemente próxima en el experimento más o menos fallido de la propia vida. Todo está como estaba (en su momento Rodríguez y el padre de Rodríguez también se sintieron exactamente así); y, para bien o para mal, hay detalles que diferencian al ayer del hoy y que impiden caer en la tentación de pensar en que aquí no ha pasado nada. Uno de los más delatores es –en los alumnos adolescentes– el ir y venir pegados a un teléfono móvil. Mientras que los más jóvenes (el hijito de Rodríguez entre ellos; y también el hijito de Donald Trump) avanzan hacia la entrada y la salida con algo girando en la punta de sus dedos. Esa misma punta de dedo que –deslizándose por la superficie de una tablet– les hace creer que tienen al mundo no en sus manos pero sí en la punta de su dedo.
DOS El juguete de moda se llama spinner. Y, como su nombre lo indica, su única función es girar. Y girar. Y girar. Uno de esos ingenios tontos. Algo así como la versión cool y hip del trompo/peonza que –un par de años atrás– experimentó un efímero pero intenso retro boom.
¿Qué cuernos es un spinner? Un artículo en El País –que durante junio ofrece una colección de los artilugios cada domingo, a 1.98 euros– no responde a la pregunta que se hace (“¿Por qué vuelve loco a todo el mundo?”); pero sí lo define como “aparato que cabe en la palma de la mano con un mecanismo muy simple: pieza de plástico o metal simétrica con aspas y un rodamiento central, que se sujeta con los dedos y que sobre el que las aspas giran”. Los hay de múltiples colores (primarios, psicodélicos, camuflaje, barras y estrellas), materiales (plástico o metales que van del cobre al titanio) y diseños (circulares, Marvel y DC, by Kim Karda$hian, a algún cretino ya se le ocurrió la funda de celular que lo incorpora), y modelos que permiten el tuneo personal mejorando su mecanismo y aerodinámica para conseguir más revoluciones por minuto (el objetivo es superar los 360 segundos dando vueltas). Pero a Rodríguez el spinner le recuerda más que nada a esas estrellas ninja-shuriken (sí, por supuesto, los hay de puntas afiladas y agudas) y se dice que está bien que su hijo lo lleve y que, eventualmente, lo utilice como arma arrojadiza contra esos terrorIsis que andan jugando y atendiendo su juego por aquí y por Allah.
TRES Publicitado inicialmente para aliviar el stress/ansiedad y ayudar a personas con autismo, déficit de concentración y exceso de hiperactividad así como establecer vínculos sentimentales con un objeto y bajar de peso. Aunque hay expertos que aseguran que el spinner provoca stress/ansiedad y estimula la hiperactividad y la desconcentración, anula ese fértil y creativo estadio conocido como “aburrimiento”, te hace engordar y despreciar a tus seres queridos, y te convierte en una especie de zombi que se va borrando las huellas digitales. Y que luego lo hará girar en la punta de su nariz y después, con la puerta de su habitación cerrada, en la punta de quién sabe cuál otra parte de su cuerpo.
El spinner fue inventado en los años 90s, pero se convirtió en epidemia este año. La responsable del prototipo fue la ingeniera química Catherine Hettinger, quien lo patentó como “juguete giratorio” en 1993 y contó que se le ocurrió viendo en el noticiero a unos chicos arrojándoles piedras a unos policías en Israel. “Juguete relajante para promover la paz”, se dijo. Otra versión la presenta como padeciendo Miastenia gravis (debilidad muscular) e imponiéndose el diseñar algo liviano de sostener con lo que encantar a su hija. Fabricó algunos, los vendió en ferias locales de Florida, lo ofreció a la mega-juguetera Hasbro, y no hubo interés después de pruebas preliminares. Y esta es la parte en que en más de una ocasión el Sueño Americano deriva en pesadilla: cansada de pagar las cuotas anuales de la patente (un puñado de dólares), Hettinger decidió perderla en 2005. Y alguien vio que ahí había algo interesante y sus pupilas empezaron a girar como ya saben qué. Y Hettinger asegura a todo a quien se le ponga a tiro para no pegarse un tiro –con ojos desorbitados y revolucionantes– que está muy contenta del éxito de lo suyo, aunque ya no sea suyo. Y en diciembre de 2016 Forbes proclamó que “el spinner es el juguete que habrá que tener sí o sí en 2017” y para el pasado abril estaba en la cima de todos los ránkings jugueteros y ya saben cómo sigue y sigue y sigue girando...
CUATRO ...y ya saben, también, como más temprano que tarde dejará de girar y, por estos días, en España, seguramente el nuevo objeto de deseo sea un skate luego del heroico sacrificio de ese español que murió atacando a patinetazos a los alláhcinados del Puente de Londres. Mientras tanto, una de las grandes virtudes del spinner es que, con tracción a sangre desenchufada, no te aumenta la cuenta de la electricidad (aunque, por supuesto, a otro cretino ya se le ocurrió una spinner app para jugar desde el iPhone) y que, además, es muy barato (lo que no impide más costosos modelos que incorporan luces led y hasta diamantes). Pero, también, lo más perturbador de todo: el spinner como nueva manera/manía –signo de los tiempos– de pensar que estás haciendo algo cuando en realidad te dedicas a fondo e intensamente a no hacer nada, a ni siquiera soñar despierto.
CINCO Y ayer, Rodríguez soñó dormido con centrífugas mociones de censura limitándose a hacer girar spinners frente a cámaras y a periodistas. Y tal vez mejor así. Tal vez sea más soportable la próxima comparecencia de Rajoy con spinner en mano más que esas cien frases suyas volando marca Chance Gardiner & Forrest Gump. O con presos VIP en la cárcel de Soto del Real girándolos mientras arman nuevos negocilícitos porque –como ha reportado El Confidencial– “está todo el mundo ahí dentro. Empresarios, políticos, estafadores, condenados por alzamiento de bienes... Hasta el presidente de un club de fútbol... Y como además pasan el día juntos y tienen tanto tiempo libre, aprovechan para conocerse y planear nuevas operaciones para cuando vuelvan a estar en la calle”. Ayer, Rodríguez soñó también con que los periódicos dejaban de sacar una y otra vez artículos sobre el centésimo cumpleaños de Rulfo y Roa Bastos. O de Carson McCullers. O a propósito del cincuentenario de Cien años de soledad. O acerca de los bicentenarios de vida o muerte de H. D. Thoreau o Jane Austen para –”¡me acordé mientras hacía girar mi spinner!”, exclama entre el éxtasis y el eureka un soñado jefe de redacción– enmendar lo que a todos se les pasó: que en 1917 también nació un genio de nombre Anthony Burgess. Y, ah, los spinners como algo que bien podrían haber hecho girar entre sus zarpas y garras los drugos de La naranja mecánica.
Después, Rodríguez se despertó y ya era la hora de llevar al spinner al colegio y de verlo hacer girar a su hijo.