En su editorial, Cynthia García reflexionó sobre los candidatos de la derecha y del modelo de país que propone Juntos por el Cambio.
La derecha tiene la habilidad de presentar candidatos en apariencia desconflictuados. María Eugenia Vidal por ejemplo, que anda por ahí con su tono cándido, es una candidata sobre la cual no opera el carisma. No tiene sobre sí vaivenes conflictivos de construcción siniestra como los que suele construir el dispositivo mediático de la derecha sobre los dirigentes del campo popular.
Ella aparece límpida, siempre renovada, aunque ahora sea orgullosamente porteña. Todo este preformateo le permite decir a Vidal en un debate por televisión como el de anoche que en su gobierno se construyeron 65 escuelas. Mientras emite esas palabras.
¿Recordará que en 2018 reprochó la creación de universidades en el conurbano porque, según ella, los pobres no llegaban a las universidades? ¿Le pesan a María Eugenia Vidal esas palabras en el alma? Si no le pesan, ¿Tampoco la incomoda tener un discurso tan cínico?
No, claro que no le pesa. De eso se trató siempre el macrismo. Mentir sin problemas de conciencia para imponer un proyecto que probablemente perjudique hasta a los propios votantes de ese proyecto. Porque el macrismo, en tanto política comunicacional, ha actuado de un modo muy planificado y yo diría, eficaz sobre el sentido común.
"Su campo de acción es el alma de la gente", así lo explica el sociólogo Saúl Feldman, especialista en semiótica publicitaria. El cinismo como política de gestión de esta derecha, que pareciera que aún hay que recordarlo, gobernó cuatro años en la Argentina y género consecuencias de catástrofe.
"Hay un contrato de sinceridad en el discurso político que el macrismo quiebra sin despeinarse", enfatiza Feldman. Por eso Horacio Rodríguez Larreta puede hablar de una unidad del 70 por ciento del arco político sin despeinarse.
¿Incluiría esa ese acuerdo la eliminación de las indemnizaciones? Y si se un sector le dice no a la eliminación de las indemnizaciones, ¿Habría acuerdo para Larreta?
Nicolás Tolcachier me acercó un texto escrito durante el gobierno de Macri con buena parte del pueblo capturada por un discurso que en muchos casos pervive y hoy todavía convoca.
"Hoy entre la panadería de la esquina de casa. A la panadera dueña le va bien. Estaba en la caja con guantes y bufanda. Entonces le pregunté por qué estaba así de abrigada y por qué no prendía la estufa. Ahora no se puede, me contestó. hay que cuidar la energía", dice el texto. Recordemos que eran los años del tarifazos.
Esa respuesta esconde algo trágico que se refugia tras el cinismo miserable de los que cincelan ese discurso. Se trata de una estrategia muy jodida y muy hábil. La panadera sabe que el gas está caro pero lo que no sabe es que fue interpelada desde el poder real por valores y narrativas que son muy profundas.
El esfuerzo y la austeridad son valores profundos, medulares, tirando a bíblicos que a la vista de señoras o señores como la panadera, se pegan en los recuerdos de la pobreza que nos parió. Los abuelos, las abuelas, la épica de lo denodado. La señora hablaba con frío y con orgullo.
Ellos, que quieren ganar las elecciones para reinstalar un proyecto devastador, saben que esa narrativa, la de los barcos, las del frío tempranero, impacta y seduce. Impacta de un modo misterioso, pero lo hace. Y ahí está la panadera muerta de frío y sonriente, jactanciosa en su estoicismo, el mismo que el de sus abuelos un siglo después.
Lo que no sabe mientras percibe que los domingos se venden menos facturas es que esta mujer fue intervenida por completo y que la estafa la tiene encima en forma de bufanda. Eso es lo que proponen. Ahí está el problema. Es el mentime que me gusta. Es más sofisticado que la mentira. Es el tráfico de valores históricos de la vida argentina desde el más empinado cinismo.
Decir la verdad, esfuerzo, austeridad, camino duro, valores de trabajo, túnel, luz, es muy siniestro porque arroja a los más indefensos al recuerdo y al encuentro del recorrido esforzado de aquellos a los que hemos amado. A la emulación de aquellos a quienes admiramos. Entonces nos empobrecen, pero nos amortiguan la pobreza con supuestos valores añorados.
Ojalá que las panaderas, las clases medias porteñas, cordobesas, mendocinas, empiecen a darse cuenta que la bufanda en casa, el miedo a prender el horno, las estufas o la luz durante el tarifazo neoliberal que quieren reinstalar se llama estafa.
Que se den cuenta que ya hubo tarifazo, que no se invirtió en educación y nunca llovieron las inversiones.
Que todo el martirio que le pidieron a esta sociedad no nos volvió más santos, sino más pobres.