Poeta, locutor, artista sin fronteras. Autor de frases selladas a fuego en la memoria argentina. A algunos les caerá, como un rayo, el verso "a esta hora, exactamente, hay un niño en la calle". A otros los atravesará "canta conmigo, canta, hermano americano, libera tu esperanza con un grito en la voz".
Un 3 de noviembre pero de hace 29 años, con apenas 63 años, Armando Tejada Gómez moría dejando atrás un sinfín de himnos populares.
Nacido el 21 de abril de 1929 en Guaymallén, provincia de Mendoza, fue uno de los artistas más representativos del "Nuevo Cancionero" del folclore argentino, espacio que integró junto a Mercedes Sosa, Manuel Oscar Matus, Hamlet Lima Quintana, entre otros artistas.
Anteúltimo de 24 hermanos, huérfano de padre a los 4 años, el "poeta de la lengua" tuvo una niñez y adolescencia marcadas por la pobreza. Tejada Gómez tuvo que ser criado por su tía, quien le enseñó a leer a los 12 años.
A los 15 se compró un ejemplar del Martín Fierro, que le despertó la pasión por la lectura y la poesía, y simultáneamente se volvió un activista político. En esa época, también vendía diarios en las calles para colaborar con la economía familiar. Tejada Gómez recuerda esa etapa en un poema, luego musicalizado: "Canción para un niño en la calle".
A continuación, 3 poemas y canciones para recordar la obra de Tejada Gómez.
"Hay un niño en la calle"
A esta hora, exactamente,
hay un niño en la calle.
Le digo amor, me digo, recuerdo que yo andaba
con las primeras luces de mi sangre, vendiendo
un oscura vergüenza, la historia, el tiempo,
diarios, porque es cuando recuerdo también las presidencias,
urgentes abogados, conservadores, asco,
cuando subo a la vida juntando la inocencia,
mi niñez triturada por escasos centavos,
por la cantidad mínima de pagar la estadía
como un vagón de carga
y saber que a esta hora mi madre está esperando,
quiero decir, la madre del niño innumerable
que sale y nos pregunta con su rostro de madre:
qué han hecho de la vida,
dónde pondré la sangre,
qué haré con mi semilla si hay un niño en la calle.
Es honra de los hombres proteger lo que crece,
cuidar que no haya infancia dispersa por las calles,
evitar que naufrague su corazón de barco,
su increíble aventura de pan y chocolate,
transitar sus países de bandidos y tesoros
poniéndole una estrella en el sitio del hambre,
de otro modo es inútil ensayar en la tierra
la alegría y el canto, de otro modo es absurdo
porque de nada vale si hay un niño en la calle.
Dónde andarán los niños que venían conmigo
ganándose la vida por los cuatro costados,
porque en este camino de lo hostil ferozmente
cayó el Toto de frente con su poquita sangre,
con sus ropas de fe, su dolor a pedazos
y ahora necesito saber cuáles sonríen
mi canción necesita saber si se han salvado,
porque sino es inútil mi juventud de música
y ha de dolerme mucho la primavera este año.
Importan dos maneras de concebir el mundo,
Una, salvarse solo, arrojar ciegamente los demás de la balsa
y la otra, un destino de salvarse con todos,
comprometer la vida hasta el último náufrago,
no dormir esta noche si hay un niño en la calle.
Exactamente ahora, si llueve en las ciudades,
si desciende la niebla como un sapo del aire
y el viento no es ninguna canción en las ventanas,
no debe andar el mundo con el amor descalzo
enarbolando un diario como un ala en la mano,
trepándose a los trenes, canjeándonos la risa,
golpeándonos el pecho con un ala cansada,
no debe andar la vida, recién nacida, a precio,
la niñez, arriesgada a una estrecha ganancia,
porque entonces las manos son dos fardos inútiles
y el corazón, apenas una mala palabra.
Cuando uno anda en los pueblos del país
o va en trenes por su geografía de silencio,
la patria sale a mirar al hombre con los niños desnudos
y a preguntar qué fecha corresponde a su hambre
que historia les concierne, qué lugar en el mapa,
porque uno Norte adentro y Sur adentro encuentra
la espalda escandalosa de las grandes ciudades
nutriéndose de trigo, vides, cañaverales
donde el azúcar sube como un junco en el aire,
uno encuentra la gente, los jornales escasos,
una sorda tarea de madres con horarios
y padres silenciosos molidos en la fábricas,
hay días que uno andando de madrugada encuentra
la intemperie dormida con un niño en los brazos.
Y uno recuerda nombres, anécdotas, señores
que en París han bebido
por la antigua belleza de Dios, sobre la balsa
en donde han sorprendido la soledad de frente
y la índole triste del hombre solitario,
en tanto, sus señoras, tienen angustia y cambian
de amantes esta noche, de médico esta tarde,
porque el tedio que llevan ya no cabe en el mundo
y ellos son los accionistas de los niños descalzos.
Ellos han olvidado
que hay un niño en la calle,
que hay millones de niños
que viven en la calle
y multitud de niños
que crecen en la calle.
A esta hora, exactamente,
hay un niño creciendo.
Yo lo veo apretando su corazón pequeño,
mirándonos a todos con sus ojos de fábula,
viene, sube hacia el hombre acumulando cosas,
un relámpago trunco le cruza la mirada,
porque nadie protege esa vida que crece
y el amor se ha perdido
como un niño en la calle.
"Furia"
Tejada Gómez empezó a trabajar como locutor en LV10 Radio de Cuyo en 1950. Allí conoció al músico Oscar Matus, compañero de ruta musical. Cinco años más tarde, su carrera cambió cuando dirigió su obra hacia las diferentes problemáticas sociales y políticas.
De estos años datan grandes libros, marcados por los tumultuosos años 50 del país, donde vivió el derrocamiento de Juan Domingo Perón, la proclamación de facto de la llamada Revolución Libertadora y la subida al poder de Arturo Frondizi: en 1955 publicó Tonadas en la piel; en 1958, Antología de Juan y Los compadres del horizonte, y en 1963, Ahí va Lucas Romero, que cuenta la historia de un joven delegado sindical.
De este libro sale "Furia", el grito desgarrador de un obrero ante su capataz, un "gringo de mierda", "con su piel sin color y sin banderas, con ese cuerpo que no huele a nada".
Años más tarde, ya en la década del 60', Tejada Gómez conoció a Mercedes Sosa y junto a ella y Carlos Matus comenzaron a darle forma al movimiento del Nuevo Cancionero. Impactantes letras con un fuerte compromiso social alzaban la voz en un contexto de proscripción política.
Sin duda, toda su carrera dejó escrita en el cuero del país versos que serán casi imposible olvidar, poemas que no van a perder su vigencia, como "El barco", un escrito en donde las preguntas que flotan son siempre las mismas: quiénes son los que reman y los que están esperando para agarrar el timón.
"El barco"
Hace siglos, lunas, soles
que el país va navegando.
Látigos de dura historia,
montonera de hambre y años;
hace mucho –el tiempo es hombre-
que la Patria va en un barco
hacia su puerto de paz, navegando.
Tanto andar por estas aguas,
tantas veces el naufragio,
tan castigada la brújula,
tanto Patria –¡hermano tanto!-
que de surcar intemperies,
siglos, soles, lunas, años,
el país que nos contiene
-digamos- ¡se ha vuelto barco!.
Gaviota de los trigales
se ha vuelto barco.
Suburbio donde esperamos,
se ha vuelto barco.
Tierra ajena y sudor nuestros,
navegando.
Ahora mejor juntemos
amor, mientras comenzamos
a decirnos tiernamente
que vamos,
que todos vamos
navegando el mismo barco,
sin islas, sin otro puerto,
sin más capitán que el canto:
vamos navegando todos
el mismo barco.
Hay que admitirlo.
Es un hecho
largamente elaborado,
un modo de muchos sueños
y una esperanza almirante.
¿No es hermoso que pensemos
a la Patria navegando?
¿No es bello saber que todos
vamos navegando el mismo barco?
Políticos, presidentes,
honorables ciudadanos:
ahí va esta flor del oficio
tonadero de mi canto:
sobre la rosa del viento
la Patria es un dulce aroma,
navegando.
Ahora más bien pensemos,
quedémonos meditando.
Habitemos este verso
ya sin posibles naufragios:
-generales, abogados,
sacerdotes, diputados,
señoras, hombres de empresa,
comerciantes, funcionarios-
sobre la flor de los vientos
la Patria se ha vuelto barco.
Yo me conozco el oficio
y la guitarra es un mago.
-Quién haya perdido el rumbo
saldrá con ella a buscarlo-
Y esta guitarra que suena,
pajarera del paisaje,
cuando dice lo que dice
no hay que andar adivinando....
Guitarra ¿cómo es la Patria
navegante que cantamos?
¿Sobre la flor de los vientos
un aroma vuelto barco?
Y no te duele, guitarra,
la madera en la garganta
como a mí me está doliendo
la campana de mi sangre?.
¡Ya no me digas, guitarra,
cómo es mi patria!
Lunas, siglos, días ciegos,
navegando.
Y mientras ellos te beben,
abajo vamos remando,
remando,
vamos remando,
abajo vamos remando!
Guitarra, Patria, Bandera,
luna, río, sueño y cielo,
navío del alto viento,
dulce rosa navegando,
hay dos modos de saberte
mientras tanto:
arriba como un olvido,
como una memoria, abajo.
Porque arriba te trafican
y abajo vamos remando,
remando,
vamos remando,
nosotros vamos remando,
mientras tanto.
¡Y sin embargo es tan simple!
¡Es tan claro sin embargo!
Hay que hacerse del timón.
Cambiar el rumbo de manos.
Subir de pronto a cubierta
-y con este mismo oficio
unitario que remamos-
poner las cosas en orden,
limpiar el viento,
limpiarnos
de los que vienen de arriba
traficando y vomitando.
Y entonces,
¡proa a los sueños!
¡América está esperando!