El final de ésta anoréxica campaña política camino al 14, sólo nos va dejando en la boca sabores amargos. Desilusiones, decepciones varias y escaso entusiasmo en general.

Y nos toca sumar un último dolor, de esos fieros, a este difícil momento. Porque cuando el asunto viene de perder vidas, Ramos Mejía o Corrientes duelen de entrada. Y es que andar muriendo al pedo duele tantas veces más.


Hoy nos toca alimentar otra página de las inseguridades cotidianas, la inseguridad que viene de azul y con permiso, la de la amenaza y la coacción cuando llegan con reglamentaria y en patota. Esa otra inseguridad, la de las charreteras y el uniforme, hoy vuelve a darnos en la boca del estómago.


Otro pibe que muere, se ahoga, lo hacen ahogar, que lo matan. Como a Ezequiel, como a Santiago, los polis que desde tierra en posición de firme, exultantes de poder y de uniforme, los empujan a la muerte.


La crónica de aquel día, decía: "Un cuerpo que condena a la Policía Federal Encontraron el cadáver del chico Ezequiel Demonty flotando bajo un puente del Riachuelo. Fue tres kilómetros río abajo de donde lo obligaron a saltar a las aguas sucias. El principal acusado es un subinspector hijo de un ex jefe de la Bonaerense, que habría golpeado a Ezequiel antes de ordenarle 'que nade'. Hay once policías más detenidos". Domingo 22 de septiembre de 2002. Página 12.


Dos años después, en 2004, la Justicia condenó a los policías por torturas y privación ilegal de la libertad: tres de ellos recibieron cadena perpetua.


Santiago Maldonado no está teniendo tanta suerte. Su muerte, signada por la persecución de los uniformados, como a Ezequiel, como a Lautaro, se ha convertido en pacto de perdón y de silencio entre protagonistas y peones. Por ahora.

¿Y Lautaro? "Encontraron sin vida a Lautaro Rose, el joven correntino desaparecido tras una razzia policial”, nos cuenta Adriana Meyer en Página.


"Lo halló un grupo de pescadores. Estaba desaparecido desde la madrugada del domingo, tras una razzia de la Policía de Corrientes contra un grupo de jóvenes que estaban en la costanera Sur de esa capital provincial. La versión oficial habló de "incidentes" pero varios testigos afirman que los jóvenes fueron "brutalmente golpeados".


El inmediato clamor, luego del abrazo a su familia, es Justicia para Lautaro. Justicia que ya empezó lenta y torpe y casi cómplice. A los polis sólo los mandaron a la casa. Ninguna imputación.

Lautaro Rose. Todavía falta su autopsia, golpes, tal vez una bala. Y los polis siguen en su casa.
Corrientes, podría ser Chubut, o Jujuy, o Córdoba, o Buenos Aires. Cuando de uniformes se trata, están todes cortados por la misma tijera.

Como diría Adriana Meyer en su libro Desaparecer en Democracia, de Marea Editores: "existe una ley no escrita, una especie de tradición" y esa tradición que viene de arriba, instrucciones claras puertas adentro de la comisaría, sostiene el ejercicio del horror”.


Esto nos pasa, nos sigue pasando. Violencia institucional se llama. Pues de nosotros dependerá, de cuánto hablemos y difundamos y nos importe la muerte de Lautaro, del valor que le demos a su vida y a lo que significa morir así. Nos debe preocupar muchísimo una policía impune en el ejercicio de la fuerza. De nosotres también dependerá.


Pero, claro, en primer lugar y sin excusas, de las instituciones. Jueces, fiscales, comisarios, cabos, políticas y políticos de Corrientes: sepan que todo el país quiere saber qué pasó, y que está bien claro que los uniformados tienen alto grado de responsabilidad. Los estamos observando.

En esta, como en tantas otras, es muy sencillo saber quién es quién.