El territorio de Cecilia Pahl y Matías Arriazu es, naturalmente, el de las fronteras. Tanto las reales de ese litoral donde el castellano, el guaraní y el portugués del gaúcho brasileño se mezclan, como las improbables: ese extraño límite entre Puerto Rico y Misiones, donde nació y donde se crió Pahl, aprendiendo también a congeniar su apellido indudablemente alemán con una onda de lo más latina que ella misma no sabe muy bien de dónde le viene. Y, por supuesto, las polkas y chamamés de la infancia mixturadas con la música que desde pequeña cantaba en coros y con el posterior aprendizaje formal. Arriazu, formoseño pero nacido en Tucumán y alguna vez radicado en Brasil, no le va en zaga. Ambos acaban de sacar discos excelentes. El es el arreglador de Litorâneo, el de ella. Cecilia Pahl es invitada en peteî po, el de él. Y juntos cierran, hoy, el festival Junio Nuevo, que se viene llevando a cabo en el Torcuato Tasso (Defensa 1575) los miércoles de junio, en una noche que comenzará a las 20.30 con la presentación de otro dúo, el de Cecilia Mercado y Marisa Gallo.
Arriazu, que fue guitarrista de Liliana Herrero, es una especie de involuntario especialista en dúos. Registró también un disco –De dos argentinos– con Ernesto Snajer, otro notable intérprete de ese instrumento. Y con la cantante brasileña Grazie Wirte fue parte de la reciente presentación de Egberto Gismonti en Buenos Aires. “Nuestro encuentro –relata Pahl– tuvo lugar cuando recién volvía de vivir en otro país y de cantar música clásica. Me siento de Misiones pero para mí el territorio es más grande y ahí fue natural que nos juntáramos con Matías, que es formoseño, aunque nos hayamos conocido en Buenos Aires. Ya se sabe, Dios está en todas partes pero atiende acá. Hubo una sintonía inmediata y así surgió la idea de dedicar un disco a la obra de Ramón Ayala y poner en circulación y valor algunos de sus temas menos conocidos”. Corochiré (la palabra guaraní para “zorzal”) fue publicado por el sello Los Años Luz en 2010 y allí aparecen pequeñas joyas como “Arriero de peces”, “Retrato de un pescador” o “Amanecer en Misiones”. Siete años después, Pahl destaca, en su nuevo disco, la palabra “Neo” sumada a ese litoral con un voluntario acento circunflejo de raíz brasileña. Los autores de las canciones, además de Coqui Ortiz o Teresa Parodi, son Guillermo Klein, Jorge Fandermole, Sebastián Macchi (pianista del grupo) y el propio Arriazu y el grupo, impecablemente arreglado por el guitarrista, incluye al percusionista y cantante Mariano Cantero –que también es parte fundamental de peteî po–, el contrabajista Sebastián Fernando Silva y algunos invitados estelares como Leo Genovese o Daniel Maza.
“Más que acompañamiento se trata de diálogo”, dice Arriazu a PáginaI12. “Cuando me planteo hacer un arreglo o composición, tanto si es con alguien que canta o en un tema instrumental, no pienso en una primera voz y otras que están detrás, sino en una conversación donde nadie habla más fuerte que el otro.” Para Pahl “eso es lo que hace particularmente interesantes estos trabajos para mí. Como yo vengo de otras músicas, para mí no hay otra manera que hacerlo en conjunto. Yo no necesito que alguien ‘me acompañe’. Necesito hacer músicas con otros.” Y es Arriazu quien completa: “Yo diría que la idea del acompañante ya es casi como de otra época. Yo no me identifico con eso”. En la charla, el nombre de Gismonti, obviamente, aparece más de una vez. Y, en efecto, durante el concierto en el CCK, cuando el brasileño se sumó a Wirte y Arriazu, hubo mucho de eso de lo que habla el guitarrista. Cada uno se situaba voluntariamente a la espera del otro, presto a comentar, a bordear lo que pudiera aportar pero sin buscar imponerse jamás. El otro aspecto en que la figura de Gismonti resulta tutelar es en la naturalidad con la que confluyen las fuentes más diversas sin ninguno de los clisés de uno de los infiernos más temidos por Arriazu, aquello que alguna vez se denominó “fusión”. “No puede tratarse –dice– de tocar primero un chamamé y después pegarle una armonía de jazz y unos solos que no tienen nada que ver con el tema”. Uno de los músicos que admira, el pianista Brad Mehldau, es precisamente un músico de jazz. “Pero él jamás fractura un tema; todo es orgánico”, explica. El y Pahl coinciden en que hay algo que el cosmopolitismo cultural debe respetar. “Ese fluir”, resumen.