Una obra teatral, como toda creación artística, es siempre el resultado de una voluntad o de un conjunto de voluntades que trabajan a partir de una idea germinal. Pero esa idea no estaba muy clara para Pilar Boyle y Sharon Luscher, amigas y colegas actrices, cuando decidieron trabajar juntas. El proceso de búsqueda, largo e incierto, las condujo finalmente a querer contar y dirigir la historia de Teresa, una mujer que atraviesa la muerte de su mejor amiga y convive con los síntomas de la esquizofrenia. “No buscamos esta obra, pero tuvimos que asumir que apareció”, define Boyle, quien coincide con Luscher en que la puesta se fue armando “casi sin querer” cuando comenzaron reuniendo textos de Jimena González, la hermana de Boyle, y sumaron a Florencia Naftulewicz, quien asumió la tarea de convertir ese material en la obra Teresa está liebre.
Interpretada por la misma Naftulewicz, acompañada en escena por Fernanda Rodríguez, la puesta comparte un fragmento de la vida de Teresa, o “Liebre”, como la llamaba su mejor amiga “Conejo”. A media luz, y en un cuarto revuelto y repleto de objetos decorativos, libros apilados, muñequitos y tazas de té, la joven habla sobre esa amistad, recuerda momentos de su infancia y confiesa su devoción por San Jorge. Teresa tiene esquizofrenia, pero la enfermedad (o condición, como prefiere llamarla Boyle) no aparece como eje del relato, sino como un elemento más que aporta al modo subjetivo de narrar la historia a través de su protagonista.
“Existe un tabú en torno a la esquizofrenia y no queríamos que la obra se quedara en eso. La idea era contar la vida de una chica que es como cualquier otra y que tiene esta condición, pero además tratar otros temas como la amistad y la pérdida”, argumenta Boyle. “No estamos hablando puntualmente de esta enfermedad como una patología. Un psicólogo me preguntó si nos habíamos asesorado sobre el tema, si habíamos estudiado la enfermedad y cuáles eran sus síntomas, y la verdad es que no hicimos eso. Otros psicólogos vienen a ver la obra y quizá también tratan de encajar el caso de Teresa en algún diagnóstico. Nosotras quisimos contar la vida de una persona que puede enamorarse, o que puede acordarse de cosas que le sucedieron cuando era chica, como cualquiera. ¿Qué libro o qué manual podría llegar a decir lo que le pasa a cada persona en particular? Hay una necesidad de encasillar o de buscar en Wikipedia la palabra esquizofrenia para decir: ‘Es esto’”, añade Luscher.
Las jóvenes directoras no refuerzan estigmas ni bajan líneas y eso pueden lograrlo, más allá de su decisión, gracias a la dramaturgia de Jimena González, quien vive con esquizofrenia en la vida real, lo cual le otorga al material un carácter genuino. “Eso es lo maravilloso de Jime: que pueda identificar y hablar del tema. Ese es su don. Hay algo que está muy mamado en la familia, no sólo con ella, y por eso acudir a un manual para explicar de qué se trata esto no tiene ningún sentido. La obra es liberadora y ella está muy contenta porque puede decir ‘Comparto esto’”, asegura Boyle, a quien la experiencia familiar y artística la llevan a cuestionarse los parámetros de la normalidad. “¿Qué es normal y qué no es normal? Uno puede vivir dentro de lo que puede, pero en el fondo me da la sensación de que la libertad que tienen algunas personas con su cabeza es maravillosa. Quizá no están dentro de los cánones que se suponen que son los mejores, pero hay una gran cantidad de artistas con esquizofrenia, desde Vincent van Gogh hasta la artista japonesa Yayoi Kusama. La mente es una herramienta híper poderosa y la tenemos controlada, porque si no la controlamos no sabemos qué puede pasar”, reflexiona.
La puesta construye un tiempo teatral de intimidad entre actrices y público, porque Teresa les habla a los espectadores con tanta crudeza y pasión que éstos dejan de ser testigos invisibles para pasar a formar parte del relato. Algo se modifica en ellos y Luscher lo advierte. “Es lindo que algunas personas que vienen a ver la obra, y que no tienen ningún familiar o contacto con esta enfermedad, se transformen con lo que ven. Eso es lo mágico del teatro, porque se crea un lapso de tiempo donde la empatía y la identificación son tan grandes que lo llevan a uno a repensarse”.
Actrices egresadas de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático, ambas directoras también se lucen como intérpretes en otras obras actualmente en cartel. Boyle integra el elenco de La Pilarcita (de María Marull) y de Mi hijo sólo camina un poco más lento (con dirección de Guillermo Cacace), dos éxitos del teatro off, mientras que Luscher actúa en El adiós no se dice (de Sergio Albornoz). Según confiesan, su vocación mayor se inclina hacia la actuación, aunque eso no frenó su deseo de dirigir. “Hoy estamos dirigiendo y hay otros proyectos de dirección, pero a mí me gusta actuar y creo que dirigir es una forma de actuar, porque aunque no actuamos nuestro espíritu está dentro de la obra”, sostiene al respecto Boyle, para quien esta es su segunda experiencia como directora (codirigió La segunda vez que fui feliz, junto con Sergio Albornoz).
“Dirigir, meter el cuerpo en otro lado, es algo necesario –afirma por su parte Luscher, quien nunca había dirigido–. Lo que más nos gusta del teatro es actuar, pero al mismo tiempo crear y decidir es algo distinto y es como cumplir un pequeño sueño, porque a uno como actor le pica el bichito de decir: ‘Yo lo haría de esta manera’. Dirigir te da esa libertad, mientras que actuar te da otra distinta. Son libertades distintas. Lo que a mí me gusta de lo que hacemos es la autogestión, que seamos independientes, y que no estemos en nuestras casas esperando que alguien nos llame para actuar o para dirigir. Esta obra la hicimos para nosotras y esa satisfacción se contagia. Todo eso te da más ganas de decir ‘¡Vengan a verla!’”.
* Teresa está liebre se presenta en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960), los jueves, a las 21.