Gabriela González fue portavoz y coordinó durante seis años un equipo de mil especialistas, que trabajó en las detecciones de ondas gravitacionales efectuadas desde el proyecto LIGO (Ondas Gravitacionales con Interferómetro Láser, por sus siglas en inglés). Egresada de la Universidad Nacional de Córdoba y actual profesora en el departamento de física y astronomía de la Universidad de Louisiana, fue reconocida en 2016 como una de los diez científicos más destacados del mundo por la revista académica Nature. Además, a partir de 2018 formará parte de la Academia de Ciencias de Estados Unidos, institución de máximo prestigio internacional a la que recientemente ingresó el bioquímico –también cordobés– Gabriel Rabinovich.
–Para comprender qué son las ondas gravitacionales es necesario regresar en el tiempo unos 100 años, cuando Einstein desarrollaba la Teoría de la Relatividad General.
–La teoría por la que Albert Einstein se hizo más famoso –que no es la misma por la que recibió el Premio Nobel– es la Teoría de la Relatividad General, que explica el funcionamiento de la gravedad. Argumenta que las masas no se atraen por intermedio fuerzas instantáneas (señalado en la histórica explicación de Newton) sino porque todos formamos parte de una “tela” a la que denominamos espacio-tiempo. Se trata de una especie de “grilla” tridimensional –el espacio– que comprende distancias, que en cada uno de sus puntos posee un “reloj” –tiempo–. Esa tela se deforma con las masas, de manera que no es una grilla totalmente rígida.
–Esas deformaciones a las que ustedes refieren como “arrugas”…
–Sí, las otras masas advierten esta curvatura de espacio-tiempo y continúan su rumbo por vías más sencillas. Ello explica, por ejemplo, que la Tierra gire en torno al Sol así como la desviación de la órbita de Mercurio. En efecto, con esta nueva explicación sobre la gravedad, la curvatura del espacio-tiempo hace que las masas se muevan según esa curvatura. Se trata de ondas gravitacionales que llevan energía hacia el resto del universo. Es como cuando se arroja una piedra a una laguna y se observa que las ondas se esparcen por el medio.
–Algo así propuso Einstein en 1915.
–Sí, y como si fuera poco, al año siguiente publicó un artículo prediciendo los efectos de las ondas gravitacionales, con un cálculo en que la energía emitida era tan pequeña que todos pensaban que nunca iba a llegar a medirse. Se encontraba en la búsqueda de un efecto que pudiera calcularse y que de esta manera lograra comprobar su teoría.
–¿Tuvieron que pasar 100 años para que pudiera ser comprobado por su equipo?
–En realidad, se desarrollaron muchísimas discusiones. En los sesenta, un profesor de la Universidad de Maryland (EEUU) diseñó un artefacto para medirlas mediante barras de aluminio que pesaban una tonelada y vibraban ante el pasaje de ondas. Como afirmó que las había percibido, muchos concluyeron que en definitiva podían medirse y se construyeron, aunque sin demasiada suerte, muchos detectores. En los setenta, comenzaron las mediciones de distancia con láseres a través de interferómetros: instrumentos ópticos que emplean la interferencia de las ondas de luz para medir con gran precisión longitudes de onda de la misma luz. Por aquella época, se descubrió un sistema binario de estrellas de neutrones en nuestra galaxia. De hecho, un grupo de científicos logró demostrar de qué manera sus órbitas decaían ya que se estaban acercando por la emisión de ondas gravitacionales, exactamente como lo predecía Einstein.
–Así que por aquella época ya existía una prueba rotunda de su existencia.
–Sí. Russell Hulse y Joseph Taylor recibieron el Premio Nobel en 1993 por este trabajo. Así que en realidad nadie dudaba de la existencia de las ondas.
–Entonces, ¿por qué son tan importantes sus investigaciones desde el proyecto LIGO?
–Porque era necesario comprobar esa predicción de una manera más acabada, a través de observaciones directas. Nuestro objetivo no es solo medir ondas gravitacionales sino también utilizarlas para hacer astronomía. Nos permiten abrir una cantidad inmensa de nuevos interrogantes y nuevas respuestas.
–Por ello es que las detecciones anticipan “un mundo astronómico totalmente distinto”...
–Precisamente, las ondas gravitacionales constituyen un efecto totalmente distinto, pues se producen por toda la masa en movimiento. En efecto, algunos fenómenos que no emiten luz –y no emiten ondas electromagnéticas– pueden generar ondas gravitacionales como los agujeros negros. Nos gusta pensar que los observatorios de ondas gravitacionales complementan a los de ondas electromagnéticas, así como el oído actúa respecto a los ojos.
–Ya que mencionó a los sentidos, ahora es posible “oír el universo”.
–El espectro de frecuencia de nuestros detectores es muy similar a los niveles alcanzados por los oídos humanos. Si ubicamos estas señales en un parlante podemos escucharlas porque pueden convertirse en ondas de sonido. De esta manera, es posible escuchar al universo.
–¿Cómo marcha el registro de detecciones?
–Operamos dos observatorios en EE.UU., pero también contamos con otros instrumentos alrededor del mundo con los que colaboramos (Italia). Entre septiembre de 2015 y enero de 2016 tuvimos el primer proceso de análisis de datos, y la realidad es que no esperábamos contar con las primeras detecciones, porque los detectores aún no funcionan con la sensibilidad que buscamos. Tienen un potencial que les permitiría ser entre dos y tres veces más precisos de lo que son ahora. Entre septiembre y diciembre pudimos comprobar que existen muchos más agujeros negros de los pensados y realizamos dos detecciones de ondas. Luego, a fines de 2016 comenzamos a tomar datos nuevamente que nos permitieron afirmar la existencia de una nueva onda gravitacional, localizada el 4 de enero de 2017 .En la actualidad, seguimos analizando datos y buscamos mejorar la sensibilidad de los instrumentos. El objetivo, entonces, no será observar agujeros negros sino también estrellas de neutrones, presentes en galaxias más lejanas. Sería un fenómeno inigualable poder observar alguna de estas colisiones que originan el nacimiento de agujeros negros.
–¿Cómo fue cursar física en los ochenta?
–Fue muy fuerte, tanto desde lo intelectual como desde lo emocional. En la Universidad Nacional de Córdoba logré aprender que había más preguntas que respuestas, de hecho, eso fue lo que después me empujó a querer investigar. Y, por otra parte, ingresé en plena reapertura democrática, con un movimiento estudiantil que se reorganizaba para tomar vigor de nuevo. Me apasionaba involucrarme, tanto que fui presidenta de un centro de estudiantes.
–¿De qué manera una joven curiosa y militante, un día, se convirtió en una de las científicas más importantes del mundo?
–Nunca hice las cosas de manera planeada. Cuando me recibí, me enamoré de otro físico –Jorge Pullin– con quien finalmente me casé. Ambos estudiábamos Teoría de la Relatividad y en 1989 continuamos nuestras investigaciones en la Universidad de Siracusa en EEUU. La verdad es que el primer año de estadía me costó muchísimo: por el idioma, las amistades, la comida, la cultura. Luego me acostumbré y conocí a personas fantásticas de todo el mundo.
–¿Y las ondas gravitacionales? ¿Cuándo llegan?
–Por aquella época armé un proyecto de verano y me introduje de lleno en el campo de la física experimental. Así el espacio-tiempo, que desde mi perspectiva siempre había sido una expresión matemática bellísima, pronto se transformaba en algo a lo que era posible acceder.
–Hasta marzo pasado, coordinaba el proyecto LIGO en el que participan más de mil científicos que provienen de todas partes del mundo. ¿Cómo se hace?
–Constituimos una organización “exótica” en el campo de la ciencia porque es democrática y los participantes votan por su vocero. Es un trabajo que toma muchísimo tiempo, tenemos un equipo de más de mil personas que provienen de 15 países distintos, aunque la mitad son de EEUU. Cada grupo realiza un aporte intelectual novedoso y potenciamos la colaboración.
–Al ingresar a la Academia de Ciencias de Estados Unidos forma parte de un grupo selecto. ¿Qué se siente en este reconocimiento?
–Me honra muchísimo, se trata de una institución con historia a la que el Gobierno estadounidense observa con respeto. Por ello, conserva bastante influencia en la producción de informes y artículos sobre temas científicos. Este es un reconocimiento, a través mío, al trabajo colectivo de toda la gente que participó en la detección.
–¿Cómo analiza las brechas de género en el campo científico?
–En los últimos 50 años, el número de mujeres ha aumentado, sin embargo, hay tres áreas en que este cambio se ha resistido y apenas roza el 20 por ciento del total de los científicos: Física, Ciencias de la Computación e Ingeniería. La ciencia está hecha por humanos, es social y, en efecto, siempre existen posibilidades de discriminación. En física, el estereotipo es el del genio, una etiqueta que hace muchísimo daño y que además no concuerda con la realidad. No hace falta ser un iluminado sino dedicar muchas horas de trabajo y esfuerzo. Los científicos somos personas que trabajamos duro, como cualquier otro profesional.
–En Argentina, los investigadores afrontan serios problemas y desde el Conicet se afirma una “grave crisis presupuestaria”. ¿Cómo cree que se hace ciencia en el país?
–En Argentina, la ciencia ha progresado muchísimo, sobre todo durante las últimas décadas. A la distancia, me había entusiasmado al observar cómo se desarrollaban planes de largo plazo. La planificación en ciencia y educación resulta fundamental, por ello, siempre fue tan importante la mantención de cierta continuidad porque los cambios drásticos son nocivos. Me entristeció el conflicto con los investigadores de Conicet y, en general, los ajustes presupuestarios en ciencia,sobre todo por la falta de diálogo. Además, es deprimente pensar –por ejemplo– en las chicas que actualmente cursan el colegio secundario: ¿quién se arriesgará a ser científica tras observar las condiciones de un sistema local que no brinda posibilidades?