En su editorial, Cynthia García reflexionó sobre el Frente de Todos y la disyuntiva de la correlación de fuerzas.
Ayer en la entrevista que le hicimos al embajador argentino en la OEA, Carlos Raimundi, planteó que América Latina no está atravesando una etapa revolucionaria. Raimundi decía que lo posible en este momento era construir mayorías para frenar el avance de una derecha neoliberal y fascista.
Planteaba, además, el peso de la correlación de fuerzas, tema de debate en la actualidad. Nosotros aquí hemos hablado de que el gobierno no puede quedar encerrados en el corralito de lo posible. Lo que hay que entender es que si esa construcciones de mayorías no logran rompen las ecuaciones de poder, nunca van a lograr frenar el avance de la derecha.
Estamos frente a una encrucijada. Hay algunos que dicen que este gobierno necesita más peronismo. Otros dicen que la correlación de fuerzas no puede ser el límite de las realizaciones de la agenda electoral.
El Gobierno nacional enfrenta esta encrucijada inevitable. O dilata sus pulmones para aguantar la respiración abajo del agua mientras sigue en el asedio del poder permanente o patea la mesa del boliche para que empiecen los sillazos contra los que pretenden que el Frente de Todos termine de rodillas.
La disyuntiva grafica el estado de la democracia actual. La coalición oficial no es otra cosa que el resultado del mejor armado electoral posible para desplazar a Mauricio Macri de la Casa Rosada. Eso está claro. Fue un frente electoral exitoso para terminar con el gobierno de Mauricio Macri, pero en ese diseño reside también su debilidad bajo el signo de los empates cruzados entre los distintos actores de la coalición.
Lo que antes te hizo ganar ahora podría no dejarte de avanzar. Una neutralización interna compromete el verdadero sentido de un proyecto popular en democracia. Al mismo tiempo, cada vez que el presidente avanza con decisión en iniciativas que hacen el contrato electoral del 2019, el poder permanente patalea a través de sus voceros en los medios y ejecuta jugadas desestabilizadoras desde el Poder Judicial.
En este trámite, los gerentes de esos grupos económicos imperecederos ofician de titiriteros de los opositores de Juntos por el cambio. Al final de cuentas, lo central y lo profundamente problemático, es que los principales cuadros del gobierno piensan que pierden si avanzan y se diluyen si se quedan quietos. Esta es la disyuntiva.
La responsabilidad de un estadista, no obstante, reside en calcular no sólo el saldo de la contienda en el tablero, sino el impacto de ese saldo de la sociedad. A esta altura, no hay lugar para una nota al pie de la derrota, ni es ajena la lluvia.
El Frente de Todos es producto de una oleada progresista a nivel regional que viene a administrar lo que queda después del neoliberalismo macrista, sin más margen de maniobra que evitar más retrocesos. Por modesto que parezca, toda la fibra del peronismo actual debe volcarse a la comprensión de que, aunque no se puede ganar hoy contra estos enemigos, será imperdonable extender una carta de paciencia mansa en la derrota.