En su columna de humor en La Mañana, Adrián Stoppelman explicó que pasan cosas raras en San Valentín, que se celebra este lunes 14 de febrero.

Ya estamos cansados, hace un par de días que los medios vienen publicando cosas tipo: "Diez lugares divertidos para pasar la noche de San Valentín". ¿Quién quiere ir a diez lugares? Dame uno que sirva. 

Todo depende de tu concepto de diversión y de tu edad. No es lo mismo ir a una cervecería artesanal a los 30 que a los 60. Imposible a cierta edad estar parado más de 40 minutos, sentados en esas banquetas tan incómodas. Parecen estar hechas para que tomes más y te olvides que te duele el tujes de estar sentado de esa forma. 

Hay ciertos cliches del romanticismo que no soporto. Comer a la luz de la vena. No se ve un pomo. No sabes si el bife está bien cocido. La ensalada es pasto o rúcula. Si es sushi o una galleta de arroz. 

Otra que es terrible es que te venga a tocar un músico el violín. No. Es un instrumento hermoso para escuchar en un disco, en un teatro, a doce mil metros de distancia. Pero en el oído, es una tortura. De románico no tiene nada. Ni hablemos si el presupuesto llega solo el acordeón. 

Por eso cada año San Valentín me está empezando a repudrir con su sola existencia. Es una festividad tilinga. El 14 de febrero en el hemisferio norte hace mucho frío. Entonces se regalan bombones, se maman, se abrazan. Acá va a hacer 32 grados. Hace un lorca para que para lo único que da es para tomarte un Don Valentín, pero con hielo y soda.