En su editorial, Cynthia García reflexionó sobre la negociación con el FMI y sostuvo que "Argentina atraviesa el tiempo político más difícil después de la crisis de 2001"
El Fondo Monetario Internacional nos pone en distintas encrucijadas, algunas más complejas que otras. La llegada del FMI es un mensaje también para la política. El poder se ejerce, pero para extenderse en el tiempo se necesita que quienes se le subordine sean dóciles, que los que dudan supongan que retobarse sea un riesgo y que en consecuencia la mayoría compre kilos y kilos de docilidad en el supermercado para bancarse el disciplinamiento. Ese es el antagonismo que le plantea el poder real al poder popular.
Por eso, el principal problema del retorno del Fondo Monetario Internacional a la Argentina es el intento o la realidad, según con qué expectativas querramos hablar sobre esto, del encorsetamiento de la política antes que los condicionamientos económicos, que por supuesto, son alarmantes.
Esto no es un problema económico, más allá de que tenga consecuencias económicas concretas, es un problema básicamente político. Es un problema de antagonismos y de ejercicio de poder. La arquitectura financiera internacional obtura el desarrollo nacional a través del fondo para que Argentina siga siendo un potus en el quincho bonito del patio trasero de América del Sur. Así nos quieren ver. Así nos quieren.
El tema es que los argentinos no tenemos alma de felpudos. A nadie le gusta que lo pisoteen, pero por el momento se asiste a una etapa de dolor apagado y lucha dosificada y desperdigadas. Estamos atomizados en esta disputa. Estamos forzando la cincha de ese encorsetamiento.
La principal dirigente del Frente de Todos aparece ahora limitada en la tarea de cuidado de la coalición gobernante. Si habla, compromete la suerte de unos. Si calla, compromete la suerte de otros. si ríe tal cosa, si frunce el ceño tal otra. Es la eterna construcción sobre Cristina.
Mientras la angustia se prolonga y el desencanto gana terreno en una militancia que todavía no encuentra cauce para fluir, expandirse y florecer de nuevo. Tenemos en ciernes una enorme movilización que será la del 8 de marzo. Veremos que cauce toma y no la movilización y el terreno de la militancia.
Es tal vez el tiempo político más difícil después de la crisis de 2001, porque siendo gobierno o siendo parte del gobierno, el campo popular no encuentra la salida emancipatoria, no encuentra el camino para salir del laberinto.
No hay manuales ni recetas. Hay, tal vez, horizontes emancipatorios. Siempre los hay. El deseo adelante es un horizonte emancipatorio. Si hay certezas, jamás hay que renunciar a la organización que tal vez no venza el tiempo, pero aguanta más que mirar la incertidumbre a través del reloj. Hay que animarse a seguir construyendo. El riesgo, en definitiva, es optimismo.