Quito, Ecuador, 1941. Jorge atraviesa los últimos tramos de la adolescencia con las hormonas a punto de estallar. En casa, un padre rígido y poco comprensivo no ayuda a que el último año de estudios logre atraerlo más que la amistad con otro muchacho, trabajador ferroviario, con el que comparte aventuras y una recién descubierta afición por la bebida. Esos primeros quince minutos de Mono con gallinas hacen temer lo peor: costumbrismo de época con una proliferación de objetos vintage en pantalla y diálogos explicativos hasta la obviedad en los altoparlantes. Pero la ópera prima del ecuatoriano Alfredo León León (cofinanciada por su país y la productora argentina Trivial Media) hace un corte y elipsis luego de una decisión que el protagonista toma firmemente, aunque sin demasiada conciencia de los corolarios: inscribirse como recluta en el ejército como única vía de escape a una vida familiar marcada por la voz y veto del dueño de casa. De allí en más, el resto de la película transcurrirá, primero, en un enclave selvático muy poco confortable y, más tarde, en un campo militar del enemigo, donde Jorge compartirá celda con otro joven.
Desde su nacimiento como naciones independientes luego del fin de la era de los virreinatos, Perú y Ecuador mantuvieron un conflicto limítrofe que atraviesa décadas y siglos, hasta la redacción definitiva de un acuerdo de paz, firmado en 1998 por los presidentes Alberto Fujimori y Jamil Mahuad. Entre las muchas escaramuzas legales, diplomáticas y militares ocurridas durante la historia, la guerra de 1941 (finalizada algunas semanas dentro de 1942) se destaca como un conflicto bélico de envergadura, casi el único en la historia de la convivencia latinoamericana durante el siglo XX, si se exceptúan las incontables guerras civiles, abiertas o sordas. Esa es la coyuntura inestimable que le da textura de fondo al guion escrito por León León, aunque su mirada nunca se posa sobre lo macroscópico, prefiriendo en cambio la inmediatez de un minúsculo grupo humano. Entrenados por un superior que parece algo superado por las circunstancias, con rifles que se traban y municiones mojadas, constantemente amenazados por la posibilidad de las enfermedades y la falta de alimentos, el contingente de soldados no parece llevar las de ganar.
Las tenciones internas no tardan en hacer eclosión y la situación empeora aún más cuando la escuadra es atacada por un pelotón de “gallinas” (despectivamente, los peruanos; los monos del título son, lógicamente, los ecuatorianos). Herido y detenido junto a un compañero de armas, durante el último tercio del film Jorge deberá lidiar con miedos internos y exteriores, y la película –que a esa altura de la narración ha logrado construir una superficie relativamente tensa– se permitirá jugar con la posibilidad del escape y la aventura, al tiempo que la relación con algunos soldados peruanos y con la enfermera del lugar permitirá vislumbrar más diferencias que similitudes entre unos y otros. Menos revisionista que marcadamente humanista, Mono con gallinas (que se estrena aquí con bastante retraso, luego de una circulación por festivales en las temporadas 2013-2014) alcanza en general la cima de sus moderadas ambiciones y ofrece un retrato de jóvenes golpeados con dureza por las circunstancias. Que la historia esté basada en hechos reales, como parece confirmar el último plano documental, parece ser lo de menos: no resulta difícil extrapolarla a otras latitudes o a tiempos más recientes.