Voces y trazos de nuestra memoria, indica el subtítulo de Huellas, el flamante libro de Editorial El Zócalo. Esa primera persona del plural abarca a los autores, hijos de desaparecidos cuyas voces reconstruyen recuerdos de infancia, recorridos de vida, apuestas a futuro. Pero acierta además en plantar un nosotros colectivo que da sentido a la obra. “Son historias en nombre propio que proponemos compartir en un contexto en el que pretenden cambiar la historia”, explican los autores, y la definición resulta justa. Así, Eugenia Azurmendi, Esteban Lorenzano, Martín Elías, Felipe Fernández Moreira, Paula Silva Testa, María Giuffra desde las ilustraciones y Manuel Azurmendi desde un trabajo editorial también colectivo, trazan Huellas con voz propia, hacia una memoria social. El libro se presenta el próximo miércoles a las 18.30 en el Museo del Libro y de la Lengua (Av. Las Heras 2555), con la coordinación de la periodista Nora Veiras y en el marco del Programa de Derechos Humanos de la Biblioteca Nacional.
La primera característica que salta a la vista en la hechura de este libro, ya antes de sumergirse de lleno en las historias, es su belleza estética y su cuidado editorial. Y es que el impulso inicial lo dio justamente la ilustradora, a partir de uno de los relatos y de su trabajo previo, y pronto se sumó El Zócalo. “Cuando me junté por primera vez con Manuel a contarle mi necesidad de ilustrar el relato de Esteban, él coincidió inmediatamente en la necesidad casi urgente de sacar este libro. ‘Ahora más que nunca’, dijimos. Y nos pusimos todos a trabajar”, recuerda Giuffra en diálogo con PáginaI12. Allí surgió una idea potente: “Un libro en donde se relatan historias de niños, y que además es ilustrado, se convierte en un objeto–tesoro. Un tesoro que es a la vez testimonio, documento de una época, contada por quienes sólo fueron partícipes protagonistas sin siquiera saberlo”, observa la ilustradora. “Quisimos llegar con nuestra historia al corazón de los que ignoran y que sea como un puñal, parecido a lo que vivimos nosotros”, concluye.
Pronto apareció la idea de Huellas como guía del trabajo: “Y fue tan fuerte desde un principio que nos fuimos dando cuenta de que, por un lado, eran las huellas que nos dejaron, pero por el otro lado era la huella que tenemos que dejar nosotros, la más importante, en definitiva. Esta huella la construimos como un compromiso que asumimos con nuestra historia”, advierten los autores. Para la Cooperativa El Zócalo, un emprendimiento gráfico autogestivo que se sostiene desde 2001, la incursión en el mundo editorial termina de cerrar toda una idea de trabajo, “porque como decimos al comienzo del libro, ‘se torna urgente decir’”, explica Manuel Azurmendi. “Si la cooperativa de trabajo y la autogestión como herramientas nos permiten recuperar y crear empresas inclusivas, los emprendimientos editoriales autogestivos nos permiten recuperar nuestras voces, las voces de los oprimidos. Quienes escriben estas historias en primera persona desnudan sus sentimientos y a través de ellos sienten y hablan miles. Las ilustraciones de María nos devuelven en imágenes esos sentimientos. Es tal la ausencia que la imagen, el dibujo, tanto como el recuerdo oral y escrito, se tornan imprescindibles”, explica sobre la elección editorial.
Una vez trazado el rumbo, decidir qué contar no fue una tarea sencilla. “La historia es larga y no queríamos que fuera una biografía o una sucesión de datos. Como algunos datos importantes quedaban afuera, surgió la idea de que a los textos los acompañasen pequeñas biografías de cada uno. Y la editorial encontró una manera bellísima de hacerlo, que fue proponerles a personas muy cercanas a nosotros que las redactaran transmitiendo esos lazos afectivos que nos sostuvieron o nos sostienen. Finalmente, todo el libro combate la soledad y el desamparo que pueden ser sentimientos que nos atravesaron, desde la propia propuesta”, suma Eugenia Azurmendi.
–¿Qué quisieron poner en primer plano sobre sus historias?
Eugenia Azurmendi: –Elegí poner de relieve el camino que fui haciendo durante mi vida para salir del silencio que se impuso sobre ella durante años. Un silencio que justamente fue instalado como un mecanismo más del accionar represivo. En mi relato trato de transmitir cómo fui tejiendo la trama de lo que hoy puedo contar sobre mi historia, a partir de lo que otros me contaron, de los vínculos de amor que pude ir construyendo, de la militancia con otros hijos y el hacernos cargo de nuestra historia desde la acción. Quise también compartir algo de ese amor y de la apuesta por el futuro que tenía esa generación de la cual formaron parte mis padres.
Felipe Fernández Moreira: –Hay un par de núcleos que me interesaba trabajar especialmente. Por un lado, lo que es para mí el aspecto más complejo de la desaparición: la imposibilidad de un duelo, y la pregunta sobre en qué momento los familiares y seres queridos dejamos de esperar que esas personas retornen con vida. También quise poner en perspectiva de valor la tarea de mis abuelos en mi cuidado y crianza. Cómo fui viendo ese rol que tuvieron y relacionándome con ellos en el correr de los años.
Martín Elías: –Yo partí de mis recuerdos, pero más que en recuerdos y datos históricos, me basé en mis sentimientos. Eso es lo que quise plasmar. Traté de trasmitir los cambios de sentimientos que fueron surgiendo con los años. La bronca y enojo hacia mis padres, luego la indiferencia evadiendo lo sucedido, más tarde una profunda tristeza y crisis para llegar al día de hoy, tratando de resignificar su paso por este mundo. Y agradeciendo que me han regalado lo más importante que tengo: la vida.
Esteban Lorenzano: –Yo siempre tuve la misma idea sobre los desaparecidos en general y mi vieja en particular, y es que sustraer el factor político de su historia constituye una mutilación inaceptable. Ellos murieron bajo un ideal, luchando hasta las últimas consecuencias. Siempre vi una tensión constante entre una recuperación política y una a–política. Y entendí que bajo la consigna de “humanizar” a los desaparecidos, en realidad se los mutilaba, se les recortaba un pedazo fundamental de su historia dejándolos despojados de sentido. Los desaparecidos fueron desaparecidos por su lucha, y su lucha vale. Y vale la pena rescatarla. Eso es lo que quise poner en primer plano, en este texto y siempre.
–En el caso de las ilustraciones, cuentan sin palabras. ¿Pero cuánto de su historia aparece implícitamente reflejado en los relatos?
María Giuffra: –¡Yo diría que mi historia aparece explícitamente! Si bien cada vida tiene su experiencia particular, me siento totalmente reflejada en los sentimientos que mis compañeros relatan. Algunos hechos pueden haber sido parecidos, pero no es eso lo que me impacta, sino que casi todos pasamos por muchas etapas internas con respecto a la militancia de nuestros padres y a nuestra historia. Vamos y venimos, pasamos por tristezas, soledades infinitas, broncas, dolores completamente incomprendidos, hasta que nos conocimos entre nosotros. Por otro lado, el plan sistemático de la dictadura hace que muchas de las escenas se repitan: la puerta que se tira abajo es un recuerdo que muchos de nosotros tenemos, los gritos, incluso que maten a tus padres delante de vos... yo no lo viví personalmente, pero escuché infinidad de veces esta escena por parte de muchísimos compañeros. Son escenas del plan sistemático de exterminio que se repiten como escenas de vida.
–El último relato está estructurado como una carta a una hija, ¿por qué?
Paula Silva Testa: –Pensé este relato básicamente sobre mi infancia, cómo la viví y cómo la sentí. Cuando era chiquita no entendía que era diferente a otras infancias, eso lo fui registrando con el correr de los años, y justamente eso es lo que quise reflejar. Hoy soy mamá y veo en mi hija a la generación que nos sigue, a la que va a continuar con la memoria, la verdad y la justicia. Por eso pensé en una carta a mi hija Francisca, donde le cuento cómo viví cuando era chiquita aquellos tiempos revueltos, y que pese a todo, lo que siempre primó para mis viejos y para mí, fue el amor. Contar mi historia es hablar, de alguna manera, de cosas que nos pasaron a muchos. Creo que es un relato necesario, por compromiso y por amor. Y creo además que en los tiempos que corren, debemos retomarlos.
–Para la escritura acudieron sólo a sus recuerdos, o sumaron algún trabajo de reconstrucción?
E. A.: –¡Abrí todos los cajones! Volví a leer las cartas que mi mamá le escribió a mi papá, los legajos en los que se describe el operativo del secuestro, volví a mirar fotos... Y además traté de reencontrarme con esos sentimientos de la infancia. Así me fui conectando con todo lo que me fue pasando a lo largo de tantos años, que ya son bastantes. Fue un trabajo muy intenso, pero hermoso a la vez.
F. F. M.: –En mi caso recurrí básicamente a mi subjetividad, lo que plasmé en el texto está mucho más inspirado en mi proceso interno que en un análisis histórico. Es en esencia el reflejo una mirada personal que fue cambiando con los años, a medida que fui pasando de no saber prácticamente nada, a ir sabiendo un poco más. Es un proceso de indagar en la historia que no está para nada cerrado, al que me puedo acercar muy lentamente, porque conmueve mi presente de forma muy intensa. Es más: a raíz de todo lo que viene sucediendo con este libro, siento que se abren mil preguntas más, mil puntas para seguir buscando respuestas.
–¿Qué quisieran que el lector encuentre en este libro, o qué les gustaría que se genere con la lectura de este libro?
M. G.: –Conciencia. Porque no es un libro de relatos periodísticos sobre los niños huérfanos de la dictadura: son historias contadas en primera persona. Entonces, quiero por un lado llegar a quienes ignoran o juzgan nuestra historia sin conocerla. Y por otro lado plantar huella, decir que es importante hacerse cargo de la propia historia y contarla, no silenciarla, no dejar que la cuente otro en tu lugar, tomar la palabra.
F. F. M.: –Me gustaría que el que abra este libro encuentre historias humanas, de carne y hueso, que logremos llegar a los lectores generando algún grado de empatía. Si bien en un sentido estricto estas vivencias son sólo aprehensibles por los que vivimos algo así, me gustaría invitar a sentir y reflexionar sobre la complejidad que se imprime en la vida de los afectados por la desaparición forzada. Lo que implica no saber cómo, ni cuándo, ni dónde terminó la vida de nuestros padres; lo complejo y doloroso que fue a su vez para nuestros abuelos perder a sus hijos en estas circunstancias y al mismo tiempo tener que mantenerse de pie para criar a sus nietos.
M. G.: –Y siempre está presente la esperanza de que este libro llegue a manos de los que aún hoy no saben que son nuestros hermanos. Ellos son la prueba de que la dictadura y su plan sistemático aún está vigente, ¿quién puede decir que la dictadura es pasado? Son cientos de personas que aún no saben quiénes son de verdad. Por eso es tan importante seguir hablando, seguir contando, seguir creando.