Los pasados días se cumplieron dos décadas del lanzamiento de Harry Potter y la Piedra Filosofal, de la escritora brit J. K. Rowling: primer libro de una saga que devino fenómeno cultural con sus muchas entregas (siete best sellers traducidos a más de 60 idiomas), sus exitosas adaptaciones fílmicas, sus parques de diversiones temáticos, su universo ampliado (con otros títulos), la auténtica multitud de pequeños aficionados –hoy jóvenes adultos– que no resignan pasión ni fidelidad por la serie literaria que les enseñó la magia de la lectura veinte años atrás. Y si alguien tiene dudas sobre la chispeante vigencia de la fiebre Potter, puede chequear la ¡cantidad! de fan fictions que aún se escriben a la fecha. O bien rendirse a irrefutable prueba local: las Magic Meetings porteñas, donde emperifollados seguidores se congregan anualmente para jugar partidos de quidditch, batirse a duelos de hechizos o participar de “casamientos mágicos”, entre otras encantadoras tradiciones (la próxima edición: 29 y 30 de julio, en el colegio San José, en Capital Federal). En materia internacional, más evidencia: de años a la fecha, la mítica saga Potter se enseña en universidades; es una floreciente área de estudios de humanidades que ha servido para analizarlo prácticamente todo: hipertextualidad, “nobles paganos”, prejuicios e intolerancia en escuelas, ¡mercantilización de la educación!, la lucha contemporánea contra el mal…
Finalmente, la historia de los maguitos gira alrededor de un potencial fascismo extremista: el que intentan instaurar ciertos magos purasangre, supremacistas liderados por Voldemort, que buscan aniquilar a los “mudbloods” (léase “de sangre sucia”). Por fortuna, y por supuesto, triunfa el bien y la moraleja inclusiva, algo que tantísimos niños supieron captar. En ese sentido, no es precisamente sorprendente que el año pasado saliera un enjundioso estudio que concluía: “Los lectores de Harry Potter son menos propensos a votar a Donald Trump”. Al respecto, Rowling apenas lanzó un tuit que decía “Muajajajajá”. (Aunque por la islamofobia, discriminación hacia los latinos y la misoginia recalcitrante del presi norteamericano, salió a objetar la comparación del presi con “El que no debe ser nombrado”, porque para ella “¡Voldemort no era ni remotamente tan malvado!”).
Así y todo, aunque sobran los mensajes bienhechores de la serie literaria, existe un particular motivo para celebrarla: Hermione Granger, la brujita de 11, magníficamente interpretada por Emma Watson en la extensa versión fílmica, una heroína considerablemente más compleja que el propio héroe Harry. A tal punto que un recientísimo estudio brit la señala como auténtica favorita, por encima de cualquier otro personaje de la historia; y agradece a Rowling haber obsequiado a esta joven generación un modelo a seguir sin parangón. ¿Por qué? Porque Hermione es militante de causas noble, capaz de crear un sindicato para la liberación de los elfos domésticos. Porque le encanta embucharse libro tras libro en la biblioteca, y no pide disculpas por destacarse en clase, ni se deja amedrentar cuando la tildan de mandona, engreída o irritante. Porque es valiente, y su fortaleza no se basa en ser “la elegida” ni en tener genes hechiceros que le dan ventaja… “aristocrática”. Hija de muggles, la damita se hace desde abajo, empeñosamente, con la convicción de una vocación y el esfuerzo –envidiable– de romperse el coco y estar a la altura de las circunstancias. Porque no recibe un final feliz de suburbio, sino el alegrón de tener un buen laburo. Porque tuvo, sí, enamorados y novios (de hecho, ya grande, la sabemos casada), pero su existencia nunca depende ni está definida por un varón.
En una reciente entrevista, cuenta el hada feminista Watson (se la ha visto recientemente revoloteando por París, dejando ejemplares de la novela The Handmaid’s Tale, de Margaret Atwood, por rincones) que Hermione “es el claro ejemplo del personaje que logra romper prejuicios”: “Por su capacidad, inteligencia, se vuelve la líder de este grupo de chicos, ese es el rol que asume. Ella tiene el control. Harry es intuitivo, Ron se prende en todo, pero Granger es la que piensa cada plan. Y creo que, de algún modo, ese mensaje (no sos la segunda de nadie, sos importante, pertenecés) permitió que muchas niñas comprendieran que podían ocupar espacio”.
Tiempo atrás, una chica de 14 años de Nashville, Tennessee, fangirl del universo Potter, escribió una carta preciosa a Hermione que se hizo viral. Allí, Naomi Horn –tal es su nombre– explicaba cómo un role model positivo puede dejar una impresión duradera en chicuelas como ella: “Cuando tenía 6 años, siendo un ratón de biblioteca con la pelambre inflada, me sentí inmediatamente cautivada por Hermione Granger. No solo era lista, elegante; era apreciada por su cualidad de nerd. Los demás personajes aceptaban el hecho de que ella siempre levantase la mano en clase, que leyese los libros del colegio por diversión. Y aunque a veces le hacían algún chascarrillo, ella sabía que, al final del día, la amaban por lo que era (… ) Todavía hay una sorprendente cantidad de medios de comunicación que, dirigiéndose a las jóvenes, espera que nos identifiquemos con personajes cuyo fin último es gustarle a los varones. Esta lógica es errónea. Tener novio no es nuestra prioridad. Peor aún, a menudo el mensaje se acompaña con la idea de que ‘inteligente’ significa ‘fea’ o ‘antisocial’, como si fuera un atributo desdeñable. En el mundo de Hermione, ser lista es lo que te vuelve importante”. Palabras más que autorizadas. Con algunos de los motivos por los que, a veinte años de Harry Potter, nosotras brindamos por Hermione.