Necesita hablar porque en ella ocurre una masacre entre esas voces que ya no quiere tener en el cuerpo. Hay algo externo en ese ejercicio del decir propio del monólogo que podría llevarla a comprender ese infortunio, ese montaje de palabras que la sacan de lugar y de tiempo y le provocan una herida, como si Teresa estuviera cortada por ese conflicto que ella no puede determinar pero que debe llevar a la escena como una manera de involucrarse con el mundo.
Teresa asume el rol de sus interlocutores como un modo de repasar ese momento que no pudo resolver. El presente de la acción es impreciso porque Teresa tiene los personajes atravesados en los dientes, como los reproches de su madre y los retos del médico y las enfermeras. Así reemplaza a las enfermeras por cucarachas, a su mejor amiga por un conejo y ella será una liebre. Si la alucinación es forclusión y fuga en el texto de Florencia Naftulewicz y Jimena Gonzalez asume una tonalidad propia de la ficción como el procedimiento que permitirá construir un personaje desmembrado en su interioridad. El recuerdo aparece en la voz de Naftulewicz como un relato que fractura la continuidad que ella trata de encausar mientras se propone desentrañar otro episodio donde se vio implicada. La palabra opera como una tierra baldía que la encierra en su opacidad, en un mecanismo que ella no puede dominar y que la obliga a caminar hacia una zona donde ocurrirá ese hecho violento que siempre quiso eludir en su discurso. Ese no ser dueña de lo que se dice, como si en la propia mente actuara su enemigo, es el elemento que estructura la escritura y la actuación de Naftulewicz.
La actriz se quiebra como si otros personajes hubieran tomado su alma débil. Naftulewicz se limpia los mocos con el repasador porque la angustia es como un mar interno que la tiene ahogada. Pero esa palabra que suelta como si intentara vaciarse, en realidad se multiplica. Hay en el personaje una intemperie sin consuelo que dialoga con el mundo de la santidad, con otras almas en pena.
En la trama de Teresa está liebre la actuación señala la imposibilidad de separar lo imaginario de la percepción de lo real. En esa hora del té infinita en la que quedó retenida, Teresa habla de su amiga conejo y la hace existir. Todo está arrebatado por su modo de ver el entorno desde ese lenguaje esotérico que le viene de San Jorge, de su conocimiento acumulado sobre estampitas y rituales que le sirven como materia de su inventiva, como la construcción de un universo que podría reemplazar ese escenario donde ella no sabe muy bien como intervenir.
La dirección de Pilar Boyle y Sharon Luscher hace de Teresa una totalidad que no puede salirse de sí misma porque eso les sirve para brindarle al espectador la experiencia realista de la locura. Como si pudiéramos por un instante ser ella. La cercanía, ese desván de cuento infantil pasado por el morbo adulto, funcionan como si la actriz pudiera empapar a la platea con su drama y lograr una identificación completa.
La locura es un lenguaje no correspondido, o que no encuentra correspondencia, por eso el monólogo es imprescindible para desarrollar esa soledad, esa muralla invisible sobre el mundo, como un discurso que desarticula la lógica de quien lo escucha.
En Teresa está liebre se produce una escena que sólo el teatro puede contener porque más allá de su naturalismo es leída como ficción. En la vida esa palabra que ultraja al alma se describe desde la incomprensión o desde la cura.
Teresa está liebre se presenta los jueves a las 21 en El Camarín de las Musas. Mario Bravo 960. CABA.