Los ladrones: la verdadera historia del robo del siglo 8 puntos
Argentina, 2022
Dirección: Matías Gueilburt.
Duración: 109 minutos.
Intérpretes: Fernando Vallejos, Luis Mario Vittete Sellanes, Pablo García Bolster, Rubén de la Torre.
Estreno en Netflix.
“Arte. Arte. Arte.” Es todo lo que declara ante las cámaras de los noticieros Fernando Araujo, el día que lo detienen. Ahora, ante otras cámaras (las del cine) amplía, asegurando que él se dedica a las artes plásticas, las marciales y “el arte del cannabis”. Que robar un banco es un modo de trascender la muerte, de afrontar “la finitud de la vida”. Y no se priva de parafrasear, con nombre y apellido, la frase de Brecht: “Peor que robar un banco es fundarlo”. ¿Un chorro artista, filósofo? Uno no: cuatro. Los ladrones: la verdadera historia del robo del siglo reconstruye en formato documental el robo más célebre de la historia argentina: el que Fernando Araujo, Luis Mario Vittete Sellanes, Rubén de la Torre y Sebastián García Bolster cometieron el 13 de enero de 2006 contra la sucursal San Isidro del Banco Río, llevándose ¿cuánto? Según se dice, 95 millones de dólares. “Ya te digo”, confía Vittete a cámara, desde un jacuzzi que parece el de Tony Montana. Y se sumerge para siempre.
El documental de Matías Gueilburt cuenta con un as en la manga, y sabe usarlo. Cuatro ases, en verdad: los cuatro protagonistas, todos ellos liberados después de haber cumplido entre un 10 y un 50 por ciento de su pena. “Acá, como en la perinola, ganamos todos”, dice el hiperlúcido Vallejo --musculosa, jogging y zapatillas, todo en color crema--, incluyendo en el “todos” a los policías, que pudieron demostrar su eficacia, los abogados, que tuvieron sus cinco minutos de fama, y por supuesto ellos, Los Cuatro Fantásticos, que hoy en día están vivitos y coleando, disfrutando de su parte del botín. “Se evaporó”, como una nube de humo, dice el espectacular Vallejos. Una nube de humo lo cubre, él desaparece y Fin. No sólo Vallejos es un personaje increíble, que maneja un descapotable importado, se rodea de los mejores objetos y vive un poco dando clases de artes marciales y otro poco cultivando cannabis indoor, con todo el equipo de luces especiales montado en casa. Un dato irrefutable: nunca nadie filmó tanto porro en cámara como él. Ni Jeff Bridges en The Big Lebowski.
Dotado de un presupuesto generoso -como no podía ser de otra manera-, el documental de Gueilburt reconstruye el robo contando con una maqueta del banco, en la cual se mueven los cuatro paladines, empequeñecidos por un efecto de truca. También se reconstruyó el Canyon Power, la herramienta especialmente fabricada por García Bolster, el Mc Gyver del operativo, que ante cámaras vuelve a abrir las 143 cajas fuertes del subsuelo con ese tubo gigante (una especie de obús con taladro en la punta), como si en lugar de Los ladrones estuviéramos viendo Once a la medianoche, o Misión Imposible. Desde ya: a quien le gusten las películas de ladrones (como al cronista), Los ladrones es su película. Rififí es un poroto al lado de esto.
Los datos básicos se conocen, pero otra cosa es que Los Cuatro Ases te lo cuenten: un año de preparación, la idea de simular un intento de huida por el frente para escapar en gomones motorizados por el desagüe del banco, la logística (llegaron a construir ¡un dique subterráneo!), la camioneta con un agujero debajo para meter las bolsas de residuos con fajos de a 10 mil dólares (tantas bolsas que no entraban), la fuga, el reparto del botín… y el talón de Aquiles que nunca falta: Alicia Di Tullio, la mujer de Beto de la Torre, que primero le roba a él unos 300 mil dólares y luego se presenta como testigo protegida, buchoneando a todos. Narrada vertiginosamente y con multiplicidad de recursos (declaraciones a cámara, filmación de los protagonistas en su vida cotidiana, reconstrucción de los hechos, maqueta, truca, dramatizaciones), Los ladrones se beneficia, sin duda, de tener a cuatro personajes que son, si se permite la tautología, cuatro personajes. Pero sabe sacarles el jugo hasta la última gota, que de eso se trata. De tal modo que al final todos ganan. El espectador, más que nadie.