Desde Córdoba

Poco después de ser mamá por primera vez, Sonia Beas, casi en sus cincuenta, los vio circular en las calles de Córdoba y se enamoró. A los trolebuses los conducían mujeres, y Sonia insistió hasta ser una de ellas. “No me voy a olvidar nunca. Arranqué el Día del Niño de 1990”, cuenta a    Las 12, veintisiete años después, con el entusiasmo intacto. Le encantaba manejar. Sabía hacerlo desde muy chica, herencia de su padre, un ex empleado del complejo fabril que en los 50 impulsó el despegue metalmecánico de la ciudad. 

Sonia abandonó sus estudios de química industrial, pero ni una seguidilla de cinco hijos logró hacerla bajar del trolebús. No duda: “Lo que más amo de esto es la independencia. Te sentás a tu máquina, y sos vos. Puede subir una inspectora, que siempre sube, pero la calle no es como la oficina. En la calle me siento libre”. 

En marzo de 2017, después de intentarlo sin éxito durante ocho años, Sonia Beas fue elegida delegada en la empresa municipal que administra los trolebuses. Venía peleando mucho antes de tener inmunidad gremial y participó en lo que ella recuerda como una huelga histórica, cuando en 1996, para evitar el cierre de la empresa estacionaron los troles en Colón y General Paz, esquina de la protesta social en Córdoba. “Estuvimos tres meses sin cobrar el sueldo”, subraya.

En esas lides se cruzó con José Zárate, delegado hasta que en 2000 lo pusieron de patitas a la calle, ahora su nuevo compañero, padre de sus dos hijos pequeños. “Compartimos los ideales, y las tareas de la casa. Justo él está cocinando”, cuenta Sonia.

EL MAL PASO 

En 1989, el intendente Ramón Bautista Mestre sorprendió incorporando al siempre maltrecho sistema de transporte de pasajeros de Córdoba, una flota de trolebuses, enormes vehículos eléctricos traídos de Rusia que además de prometer energía no contaminante, serían conducidos por mujeres.

“Una de las condiciones fue que las trolebuseras no se afiliaran al sindicato”, dijo para esta nota Olga Sayago, secretaria de prensa de la Central de Trabajadores de Argentina (CTA) de Córdoba. Efectivamente, Carlos Funes, entonces director de Transporte, recordó que “la idea fue organizar un servicio por fuera de la UTA”, el sindicato del mítico Atilio López, fusilado en 1975 por la Triple A. 

El mismo Funes contó que sindicalistas, usuarios y empresarios se oponían al plantel femenino. “No fue fácil convencer a la sociedad machista. Se decían barbaridades. Que la mujer no iba a dar un buen servicio. Que los choques serían innumerables”. Una furia machista que sobrevive. “Este trabajo es como sufrir un abuso de género todos los días”, asegura a Las 12 la delegada Erica Oliva, y evoca a un señor que tras cerrarle el paso con su camioneta, le vociferaba, tomándose con una mano los genitales, y golpeándole con el puño de la otra, la ventanilla del trole. Después de tantos años de compartir la calle, el maltrato misógino también incluye a sus compañeros. “Todavía sufrimos el machismo de los choferes de la UTA. Muchas veces nos tiran el ómnibus encima”, dispara Erica Oliva.

A pesar de los sueños del creador del sistema de trolebuses, con el tiempo las chicas se afiliaron a UTA, donde no lograron aún que el Convenio Colectivo las incluya: reclaman entre otros derechos, guarderías, día por malestar menstrual, horas para lactancia, y licencia por maternidad de seis meses, como tienen en la administración pública provincial.

Aunque muchas militan desde hace rato, durante el paro de transporte que en junio semiparalizó por diez días la ciudad, las trolebuseras alcanzaron un protagonismo sorprendente. En medio de una multitud de varones apostados frente al gremio, ellas estuvieron desde el primer momento. Inicialmente discretas, fueron creciendo en visibilidad hasta convertirse en voceras.

“Fue espontáneo. Algunas declaraciones, cuando no había otros compañeros. Después, los mismos muchachos nos pedían que habláramos. Que explicáramos. Lo hicimos, con claridad y palabras sencillas”, dice Sonia Beas.

LOS SUBSIDIOS DÓNDE ESTÁN

Erica Oliva tiene 38 años y es jefa de su hogar. Un hijo y una hija adolescentes, y otro pequeño. Durante mucho tiempo hizo fletes al mando de una camioneta Chevrolet. Se había quedado sin trabajo y no es de amedrentarse. Por eso en 2008 cuando supo que incorporarían trolebuseras, se presentó segura de que el trabajo sería para ella.

“Manejo desde los 15 años y tengo otros quince de supervivencia en la calle. El trolebús no me costó”, se ufana ante Las 12 y describe lo más lindo de su tarea: “Es un estilo de vida. Soy una de las mujeres selectas, fuertes, que está frente al volante. Hay que tener actitud. Ser valiente, y firme. No cualquiera maneja un bicho de esos por la ciudad. Yo creía que tenía, de sobra, con qué hacerlo”. Algunos troles, articulados, miden 23 metros de largo. Las chicas hacen malabares desplazándolos por calles angostas, llenas de autos mal estacionados. Además, frecuentemente la lanza que los conecta a la línea de electricidad se desengancha, y deben vérselas con su enorme peso. 

Durante casi tres años, Erica Oliva estudió Traductorado de Inglés en la Facultad de Lenguas, y le faltan pocas materias para ser martillera pública. Su pasión político gremial despertó siendo ya trolebusera. Cuando comenzó a ver injusticias, confiesa.

“En una ocasión paré una línea de trolebuses. Se habían incendiado dos unidades, y los delegados, obsecuentes, no hacían nada. Les dije que debíamos solidarizarnos con las compañeras pero me respondieron que no. Llamé al gremio y el secretario general nos avaló. Estuvimos todo el día de paro y logramos que retiraran los coches averiados”.

Su militancia fue creciendo hasta que en marzo de 2017, la eligieron delegada por la Lista de Unidad que integró junto a Sonia Beas y Luis Almada. Ganaron con casi el 60 por ciento de los votos. Ser delegada la enaltece tanto como ser trolebusera. “Un orgullo poder mostrarle a tus hijos que tenés un trabajo importante”, dice, y cuenta que uno de ellos, Ramiro, de 13 años, acaba de ser elegido delegado de curso.

Como Sonia Beas y sus compañeras, Erica Oliva fue protagónica durante el paro. Una de sus intervenciones estelares ocurrió cuando encaró a un periodista de Canal 12 que la azuzaba con el sueldo de lxs choferxs. “¿Y vos cuánto ganás?”, le disparó la trolebusera, pregunta que el periodista no respondió. 

De la lista de reivindicaciones que se pusieron sobre la mesa (salarios, insalubridad, calidad del servicio…), a Erica Oliva la obsesiona conocer el destino de los subsidios que el Estado debe remitir periódicamente a las empresas, que no se ven reflejados en mantenimiento de unidades, ni mejores condiciones de trabajo. Por eso presentaron una demanda. “Con datos que nos brindaron en el Concejo Deliberante”, revela.

Cuando Erica Oliva no está en su casa, su mamá, que vive al lado, le cuida lxs niñxs. Su madre tiene miedo. “Cuídense”, dice Erica que le dice, cuando ella le cuenta.

CULPABLES

En Córdoba se padece, históricamente, un servicio de transporte pésimo. Frecuencias sumamente irregulares, pasajerxs colgando en las horas pico (ya todas las horas lo son en la ciudad de Córdoba), asientos sucios y desvencijados, problemas mecánicos que obligan a cambiar de coche a mitad del viaje, y uno de los boletos más caros del país. No es de lo que hablaron empresarios, funcionarios y medios de comunicación durante el último paro de transporte.

Lxs delegadxs de lxs chxferes, que se oponen a la conducción del gremio intervenido por la UTA nacional, desconocieron la paritaria firmada en Buenos Aires: un aumento del 21 por ciento, en tres cuotas, la última a cobrar recién en 2018. Reclaman el aumento en un solo pago. 

En un clima de creciente beligerancia, el paro de junio fue declarado ilegal cuando trabajadores y trabajadoras se negaron a la conciliación obligatoria. El lord mayor de la ciudad mantuvo una posición intransigente. Según Marta Platía, que cubrió el conflicto día a día para este diario, más como empresario que como intendente. Se trata de Ramón Javier Mestre, Ramoncito, hijo de aquel que incorporó mujeres para debilitar la UTA, ministro del Interior, además, de Fernando de la Rúa, el 20 de diciembre de 2001, cuando la policía asesinó a 39 ciudadanos que protestaban en las calles. 

Para quebrar la huelga, el actual Mestre organizó un servicio de emergencia cuyas unidades partían desde la Escuela de Aviación, custodiadas por Gendarmería y Policía Federal. Imágenes de una ciudad sitiada.

Jorge Kiener, de la UTA nacional, trató de tarados a quienes mantuvieron la protesta; el gobernador justicialista Juan Schiaretti dijo que fue un paro salvaje; pero la munición más pesada salió de los grandes medios. Uno de los argumentos sustanciales fue el salario, siempre menos magro que el de otros gremios. Lejos del anhelo de ganar como los choferes de la UTA, en Córdoba se instaló una furia ciega: que no ganen tanto. Erica Oliva mostró su recibo de sueldo por tevé: 19.000 pesos. 

Irreproducibles, muchos de los miles de mensajes que se registraron en las redes contra “semejantes salarios”, exhibieron lo peor del racismo, la grosería y el clasismo cordobés. Y misoginia, cuando de las trolebuseras se trató. Las buenas conciencias de la militancia cibernética no toleraron verlas durante las largas vigilias de la protesta, bailar el cuarteto. Como dijo el periodista Héctor Brondo, “que dos encumbrados mandatarios bailen al ritmo de Gilda en la fiesta del maní de Hernando, es un hecho simpático y de buena onda”, pero “duro con ellas”, si son trolebuseras en huelga.

Sonia Beas adhiere sin fisuras a los paros. Pero sensible a las molestias de la ciudadanía, insiste con el Boleto Cero. “Hace diez años que lo digo. Que protestemos sin cobrar boleto. Pero desde la UTA llenan de miedo. “Que no se puede, que el seguro, que es propiedad privada…” Sin embargo hubo experiencias en la línea 60 de Buenos Aires, en La Pampa y en Neuquén. Hemos impulsado un proyecto para implementarlo”.  

Con las manos vacías, después de uno de los paros más extensos de la historia cordobesa reciente, trabajadores y trabajadoras volvieron al volante. Las manos vacías y el peor de los finales: 161 despidos, de los cuales sesenta son trolebuseras. 

SIN PIEDAD

En la empresa de trolebuses de Córdoba trabajan aproximadamente 130 mujeres. Equivalen, según los números gremiales, al 6 por ciento del total de chxferes de la ciudad. Las sesenta trolebuseras despedidas son el 40 por ciento del total de despidos. Las delegadas Erica Oliva y Sonia Beas (a quienes después del paro se les prohibió ingresar a la empresa a cumplir con sus tareas habituales), entienden que la desproporción responde a la misoginia del intendente y de los empresarios. Un golpe misógino sin precedentes,  subrayan. “Quieren desprenderse de las mujeres. Nunca nos quisieron, porque somos más caras, y además, porque quieren vaciar la empresa”. Por eso presentaron ante el Instituto Nacional Contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi), una denuncia por “discriminación, persecución gremial y violencia de género” contra el intendente Ramón Javier Mestre y la empresa de trolebuses. “Quieren aleccionarnos por haber defendido nuestro derecho al salario y a que se respete la democracia sindical”.  

Silvina Suárez, joven despedida, se siente doblemente discriminada. Es que Rodrigo, uno de sus cuatro hijos, tiene Síndrome de Down. “Adherí al paro porque nos deben mucho dinero, desde hace años. Y por las malas condiciones de las unidades. Los coches se viven rompiendo. En los últimos años hubo cuatro o cinco incendios”, cuenta a Las 12, y la voz se le estrangula cuando dice que es jefa de hogar, como muchas de sus compañeras. En su casa, sólo su salario. No entiende por qué si todos y todas pararon, sólo despidieron a algunos. Eso le confirma la arbitrariedad de su despido.  

Silvina Suárez aprendió de su mamá, una de las trolebuseras más antiguas. “Cuando era chica me gustaba acompañarla. Verla al volante, tratando con la gente. Mi mamá hizo paro como todas. Lamento las molestias, no teníamos otra forma de reclamar. Mis hijos también faltaron a la escuela porque yo no tengo vehículo, y uno de ellos es discapacitado”, dice temblorosa. En las últimas elecciones presidenciales, Silvina Suárez votó a Macri. No lo volverá a votar.